miércoles, 27 de julio de 2011

Todos los segundos de mi vida

No entiendo por qué a los segundos se les llama segundos en vez de primeros o terceros.

Nunca me había planteado, hasta este preciso –precioso- instante, la importancia de los segundos. Cada vez que la vida de alguien cambia, lo hace en un segundo. ¿Huevo o tortilla? Simplemente hay que elegir, y confiar en que hiciste lo correcto.

Recuerdo un día en que estaba sentada en las escaleras de uno de los edificios de mi universidad. Me acababan de dar los papeles para formalizar la solicitud de la beca erasmus. Yo tenía que seleccionar un país de destino en el formulario: Reino Unido, Francia, Alemania, Holanda, Italia, Polonia… Ya estaba, había tomado una decisión. En un segundo. De una manera deliciosamente impulsiva, vertiginosamente adorable, increíblemente atractiva.

Un par de años después, alguien me instó a mandar mi CV para irme a trabajar a Londres. Yo me miré al espejo, y dije: me voy a Paraguay. En otro segundo. En una mirada. En un instante.

Mi amiga Bea siempre me dice que no hay nada que yo le pueda contar que le llegue a sorprender. Por lo visto está curada de espanto conmigo, y es que en mi vida siempre suceden cosas surrealistas (aunque no todas las comparta en Los Mundos de Espe). Experiencias únicas llenas de vanguardia, de un romanticismo espeluznante que me devora, que me derrite, que me arrastra siempre hasta un lugar en el que los límites no existen y las emociones se mimetizan con cada uno de los poros de mi piel.

Lo reconozco: tengo un pensar emocional. Me dejo llevar por mis sentimientos, y por eso cada segundo es vital en mi vida. Jamás siento dos veces la misma alegría ni el mismo dolor. Cada momento se convierte en único, en un tesoro, en el emocionante fragmento de un libro del que jamás sabes el final. Cada momento es un te quiero, es un para siempre, es un nunca jamás. Todos los segundos cambian mi vida… Y todos los segundos la seguirán cambiando…



domingo, 3 de julio de 2011

Que todas las noches sean noches de boda...

... Que todas las lunas sean lunas de miel.

Llegué a Hoyos del Espino (desde Torremenga, Cáceres) a eso de las 20.30. Llevaba más de dos horas escuchando discos de La Mandrágora en general, y de Joaquín Sabina en particular. Encontré un sitio para aparcar el coche, me cambié rápidamente de ropa, poniéndome unos vaqueros y una chaqueta de punto -mucho más adecuados para un concierto en Gredos-.

Después de andar lo que a mí me parecieron 15 kilómetros, llegamos al control de seguridad para acceder al recinto. En la puerta había un cartel diminuto que rezaba algo así como "prohibido entrar con comida, bebida, cámaras de fotos". Miles de guardias civiles iban revisando las mochilas y los bolsos para cerciorarse de que nadie pasase con alguno de los objetos vetados, y yo llevaba todas esas cosas. A decir verdad, llevaba mucha cantidad de cada una de esas cosas, así que monté un pequeño espectáculo en un rinconcito apartado intentando camuflar latas de Coca-Cola, empanadillas y una nueva Olympus por todo mi cuerpo, para evitar que me confiscaran la cena o la posibilidad de retratar lo que pasaría a lo largo de la noche para la posteridad.

Entré sin ningún problema, y por fin -¡por fin!- me sentí de verdad mimetizada con el ambiente del concierto. Un grupo mixto, heterogéneo, infinito, esperaba en la inmensa explanada a que diera comienzo el espectáculo. La verdad es que no tuve que esperar mucho... A las 21.30 en punto -ni un minuto más, ni un minuto menos- salió Calamaro al escenario, sin un buenas noches, o un qué tal están, y tocó varias canciones seguidas. Intenté meterme en el papel de fan del flaco, pero a eso de la séptima canción estaba deseando ver a Sabina ya, que al fin y al cabo era para lo que me había ido hasta allí. 

Y entonces, a mí se me ocurrió expresar mis pensamientos en alto, y un grupo de chicos que estaban cerca aplaudieron mis deseos. Me puse a charlar con ellos, y me gustaron. El ambiente era mágico, envolvente, maravilloso. Sabina me embriaga... Ayer tuve la oportunidad de verle una vez más en directo, tan joven y tan viejo like a Rolling Stone...

Después de una espera que resultó infinita, y de ver a Calamaro haciendo de telonero, Sabina empezó a tocar sus versos, esa poesía tan bien afinada que me hace delirar, derrochando gracia y alegría, fusionándose con el gentío, haciendo que cada uno de los presentes sintieran que en realidad tocaba para ellos en particular, y decididos a jugar por jugar, que bailar es soñar con los pies...

¿Acaso se puede disfrutar más? Miles de personas cantando al unísono aquello de y nos dieron las diez y las once, y las doce y la una, y las dos, y las tres, y desnudos al amanecer nos encontró la luna... No hay palabras para describir el cúmulo de sensaciones por segundo que sentí ayer. Una noche de brisa y estrellas, de juegos y besos, de caricias y canciones. Una noche de magia y catarsis, en la que podía ser quien quisiera, coqueta y frívola, divertida y alocada, una princesa casi niña, casi mujer, con el runrún aquél de que hay caprichos de amor que una dama no debe tener...

Había mucha gente, pero yo estaba allí sola, con mi propia banda sonora, viviendo mi instante mágico, mi experiencia de película. Y es que ya sabemos que no hace falta ser una chica Almodóvar, como la Maura, como Victoria Abril, un poco lista un poquitín boba, ir con Madona en una limousine... 

No sé cómo llegué a casa, muchas horas después, agotada y eufórica, con un revoltijo emocional intenso, extasiada por todos los momentos, por todas las canciones, por todos los segundos. Cómo me gusta estar viva, cómo me gusta cantar, cómo me gusta ser feliz. Cómo me gusta compartir mis experiencias, cómo me gusta que os gusten, cómo me gusta escribir. Aunque a pesar de todo, os cuento un secreto: algunas veces vivo, y otras veces la vida se me va con lo que escribo...

Brindo por Sabina, brindo por Elena que se vino conmigo a verle, y brindo por que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel.