domingo, 1 de mayo de 2016

Querida amiga

Querida amiga:

Hace apenas unos meses que te conozco, y ya has cambiado mi vida para siempre. Me encanta saber que estás en casa, esperando feliz mi llegada, anhelando una simple palabra cariñosa. Recuerdo aquel frío día de febrero, cuando nos miramos a la cara, y ambas reconocimos a la otra con un amor infinito que nos calentaba el alma. Recuerdo también la primera vez que te llevé a mi casa, ahora también la tuya, y corriste temblorosa y algo fatigada. No podía quitar los ojos de tu piel de color azabache, y esos ojos negros, hijos de penurias y esclavas. Te senté sobre mi regazo, y dormiste dos horas seguidas, como si llevaras mucho tiempo buscando un alma que te calentase...

Recuerdo también la primera vez que dije tu nombre en voz alta, y cómo me miraste ensimismada, sin saber muy bien qué hacer, pidiéndome consejo con la mirada. Y recuerdo también los días siguientes, cuando tosías, caías y a duras penas te levantabas. En la clínica no nos daban muchas esperanzas, sobre todo después de aquellas primeras noches en que te dejaron ingresada. Qué mal lo pasamos ambas, tú con tu mirada de pena, yo entre horas rezaba. Había tardado años en encontrarte, y no imaginaba mi vida sin tu alegría, sin tu diminuta cama.

Pasaron un par de meses, y seguías enferma, mala. Una mañana, al alba, decidí que no podíamos seguir con esa dinámica. Recorrimos kilómetros de angustias, hasta dar con alguien que de verdad te curara. Bendito José María. Bendita su estampa.

Pasamos muchos sábados de curas, de paseos, incluso de sarna. Y aquí estás a mi lado, tumbada. Tu pelo de color oro me acaricia las piernas, me reblandece el alma. Ahora me miras, más tarde suspiras, y después me alabas. Cómo te quiero, mi reina. Te quiero con toda el alma. Vamos a darnos un paseo para que estires tus diminutas patas. Pasea pequeña Cookie. Pasea que el sol te acompaña.


Cookie el día que llegó a casa