jueves, 30 de septiembre de 2010

El poder de las palabras

Amo a mi cuerpo. Merezco y soy capaz de cuidarlo y de respetarlo

Hace unos años, un físico japonés decidió investigar el poder de las palabras, y para ello, empezó recolectando agua de todas las partes del mundo en pequeños frascos. Una vez hecho esto, puso sobre cada una de las muestras una única etiqueta con alguna palabra significativa. Asimismo, dejó al lado otro bote exactamente igual con su palabra antónima.  Por ejemplo, amor y odio; felicidad, tristeza. 

Utilizó todos los lenguajes que existen sobre La Tierra, para no excluir ninguna lengua. 

Después congeló cada uno de los botes, y pasadas unas horas, fue fotografiando una a una todas las muestras. Cuando llegó la hora de revelarlas -aún no existían las cámaras digitales-, se sorprendió al darse cuanta de que aquellos botes cuya palabra era negativa, la foto reflejaba un agua negra y desagradable, mientras que las que representaban conceptos positivos, se habían convertido en reflejos de una belleza casi inigualable. Cabe decir que muchas de ellas se han convertido en algunas de las fotos más bellas de toda la historia.

Nosotros somos un 80% de agua, por lo que os podéis imaginar lo importante que es biendecir, o lo que es lo mismo, hablar con propiedad. Pero no me refiero a ser educado en el lenguaje o en la expresión, sino más bien en centrarnos en pronunciar sólo aquellos conceptos que nos vayan a hacer vibrar todo el cuerpo de una manera feliz y plena.

Siguiendo las instrucciones de este físico japonés -Masaru Emoto se llama-, me he puesto un objetivo que me repito cada día unas 500 veces. En alto, en bajo, e incluso en diferentes idiomas: Amo a mi cuerpo. Merezco y soy capaz de cuidarlo y de respetarlo.

Creo que no hace falta citar los increíbles resultados que estoy empezando a notar sobre mi cuerpo. Desde aquí os animo a todos vosotros a que os pongáis un objetivo, fomentando vuestras infinitas capacidades, y amando por encima de todas las cosas.
  
Amo a mi cuerpo. Merezco y soy capaz de cuidarlo y de respetarlo.


martes, 28 de septiembre de 2010

¿Jugamos?

Este fin de semana me fui una vez más a Duruelo, a hacer la primera de cinco partes de un curso de Análisis Transaccional. A decir verdad iba yo sin muchas ganas, esperando aburrirme en las partes teóricas, aunque con ilusión por encontrarme con mis amigos y compañeros de crecimiento personal.

No os voy a contar el curso entero (principalmente porque es mucho mejor vivirlo), pero os puedo decir que me siento increíblemente afortunada de estar en este punto del camino, de tener a las personas que tengo a mi alrededor ofreciéndome todo su apoyo, por tener la mejor vecina de abajo que el Universo me ha brindado, por haberme enseñado a amar mi cuerpo, porque soy capaz de cuidarlo y de respetarlo, y por todo el trabajo duro y constante que estoy llevando a cabo desde hace ya 6 años.

Me estoy reencontrando con mi niña, con ese ser único y maravilloso que soy en realidad, y me doy permiso para sacarlo más a menudo, a cada instante, a cada bocanada, a cada paso. ¡¡Quiero volver a jugar!!

Amo la vida. Simplemente amo.


domingo, 19 de septiembre de 2010

El encuentro

Son las nueve de la noche. Aún es pronto para quedar con mi cita del día. Entro en el primer local que encuentro. Pido una copa de chardonnay y me dejo absorber por aquel lugar encantador. Sin saber cómo ni por qué, me descubro hablando con el dueño. Me cuenta que lleva poco tiempo en el negocio, que es un mal momento, que se acaba de ir a vivir con su pareja -y señala hacia el fondo del bar, donde un hombre barbudo más grande que un oso sonríe de oreja a oreja y me guiña un ojo-. 

Yo me siento la protagonista de un libro de Corín Tellado, y me veo sola, en la barra, dando vueltas de forma distraída a mi copa, ligeramente abstraída entre el humo del tabaco, que se entremezcla en el ambiente con dos o tres perfumes de hombre.

No sé qué hora será ya, pero seguro que llego tarde. Últimamente le estoy cogiendo el gustillo a esto de ir con la soga al cuello. Supongo que como siempre me he caracterizado por ser más puntual de lo que me gustaría, ahora me dejo llevar por mi nuevo sentimiento pseudohippie y me desmeleno quitándome todos los relojes, dejándome llevar por cada uno de los momentos que vivo, como si fuese el último instante de mi vida...

Siento que algo vibra dentro de mi bolso, y sé que es ese señor con el que había quedado a cenar. Ya casi lo había olvidado. Respondo sin ganas, y me sorprendo al descubrir que lleva media hora esperando en el bar de enfrente. Pago al camarero y salgo corriendo, dejando a mi paso un trotar de tacones contra el asfalto. Ahí está, le veo. Yo me hago la coqueta y dispongo los ojos hacia un lado, en un movimiento apenas perceptible. Sé que ya se le ha pasado todo el enfado...

Nos sentamos en una mesa. Se trata de un mesón gallego de bastante buena reputación. No tengo hambre, pero él está tan ilusionado que sonrío a pesar de todo. Habla con el dueño y entre los dos apañan un menú muy ad hoc a mis necesidades alimenticias. Él me habla de sus hijos, de sus años viviendo en Dinamarca, y en el sur de España. Me dice que estudió Bellas Artes pero que jamás llegó a dedicarse al mundillo. Tiene más de 60 años, y yo me siento medio absorta por su sabiduría, por su experiencia y por su forma de expresarse.

Me siento muy frívola, y me excuso explicándole que necesito ir al cuarto de baño. Me miro en el espejo durante más de dos minutos, observando detenidamente cada rasgo de la cara, y por primera vez en mi vida me siento mayor. Me siento adulta. No sé en qué momento vislumbré un ápice de pena en mis gestos, pero olvidé el descubrimiento en el momento en que me tomé la segunda copa de ribeiro

A la hora de los postres, uno de los camareros me trae una rosa francesa, denominada Esperanza hace siglos por un jardinero de Luis XIV. Dentro del envoltorio hay una nota, pero prefiero dejar a la imaginación del lector su contenido. Siento mi rostro enrojecer, le doy las gracias, y hago un amago de bostezo que trata de expresar más sueño que otra cosa.

Me propone ir a tomar unos gintonics, pero prefiero marcar un poco las distancias. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una conversación, de una compañía, de una cena, de una rosa... Pero considero oportuno mostrar a aquel señor que yo le considero más un abuelito encantador que un pretendiente en potencia. 

Me acompaña hasta el coche, no dejó que pagara nada. Me da un abrazo y me pide que le llame. Creo que sabe que no lo haré, al menos en mucho tiempo. Me siento en el asiento del conductor, giro ligeramente el retrovisor para ampliar mi campo de visión. Me siento extraña, así que me tomo dos segundos para ordenar mis pensamientos. Me pinto los labios una vez más de rojo intenso y vislumbro por el rabillo del ojo a mi acompañante andando calle arriba, probablemente en dirección a su casa. Yo me siento ya tranquila... 

Dos días después no volví a pensar en la cena de aquel día. No volví a pensar en él.


domingo, 12 de septiembre de 2010

La Noche en Blanco

Me miré en el espejo una última vez antes de salir de casa con más prisa de la que me hubiera gustado. Ya llegaba tarde. Había quedado con mis amigos en una nueva crêperie del barrio de Bilbao en Madrid. 

Me monté en el coche, cambié la sintonía de la radio, bajé las ventanillas y encendí el motor, convencida de que el mundo no se iba a parar porque yo llegara media hora más tarde de lo previsto. Conduje tranquilamente por los bulevares, disfrutando con cada célula de mi ser del paisaje madrileño y sus gentes, que ya estaban preparadas para pasear por las calles de La Noche en Blanco. 

No sé cuánto tiempo di vueltas por toda la ciudad en busca de algún lugar donde aparcar mi coche, pero al final, tras varios intentos fallidos de subirme en aceras, mover contenedores, y eludir carteles para minusválidos, decidí rascarme un poco la cartera y entrar en un parking público.

En cuanto llegué al Ne me quitte pas, un manantial de personas reían divertidas por las escaleras, brindando con sus maravillosas copas de tintos riojanos, o eligiendo algún plato de la carta, ya preparados para ver el espectáculo que Muna -la dueña del local- había preparado para la ocasión.

No recuerdo el nombre de las artistas, ni de la escritora, pero quiero reconocer que los diálogos que presentaron anoche eran realmente buenos, pícaros, originales, muy bien escritos y sumamente entretenidos. El inicio ideal para una noche en la que el ocio, la cultura y la diversión se fusionan para dar lugar a miles de personas unidas por un interés común.

A eso de la medianoche cambié mi copita de verdejo por un par de botellas de agua, dispuesta a emprender el paseo nocturno que me llevaría a descubrir los misterios de la velada. 

Fui hasta Colón, donde esperaba ver una representación corporal de los poemas más conocidos de Lorca. Me gustó bastante, pero lamenté sentirme tan rodeada; demasiada gente para tan poca actuación.

No sé qué tendrá La Noche en Blanco, pero consigue transmitirme una energía muy especial. Me gusta pasear por la calle, tapada con un pequeño fular, dejando a mi pituitaria deleitarse con los olores de la ciudad, fijarme en los escaparates tan bien iluminados, pensar en aquellas botas que tanto le hubieran gustado a mi abuela Espe...

Mi noche acabó con una sesión de Trivial en casa de mi amiga Bea, y aunque me quedé con ganas de seguir disfrutando de una jornada cultural, creo que La Noche en Blanco es más un evento social, una ocasión especial para airear nuestros cuerpos por mitad de la Castellana sin tráfico, más que un momento para visitar el Prado gratis. Porque seamos sinceros: al que le gusta el arte, paga los 5€ de la entrada y ve Las Meninas tranquilamente, sin riadas de personas alrededor. Pero no todos los días se pueden ver columpios gigantes en la Gran Vía, o un Twister multitudinario en Colón, o una piscina de bolas en la Plaza del Dos de Mayo. 

Un año más, ha merecido la pena. El año que viene repito. Prometido.



jueves, 9 de septiembre de 2010

A mi abuela Espe

Mi abuela Espe murió ayer, miércoles 8 de septiembre de 2010, después de sufrir las horribles consecuencias de un cáncer. 

Mi abuela Espe era una gran mujer, atenta, alegre y feliz, siempre con una sonrisa en la boca y una mirada aún inocente a sus 84 años. Solía dar larguísimos paseos por El Retiro cada mañana, y se paraba a hablar con alguna vecina, o con el mendigo de la esquina, o acariciaba el hocico a un perrito ya mayor, o simplemente disfrutaba con el mero hecho de sentir el viento helado de Madrid en Navidad en sus pronunciados pómulos. 

Mi abuela Espe era la persona más coqueta que yo he conocido en mi vida. Jamás salía de casa con los labios sin pintar, unos zapatos de tacón y su inconfundible olor a abuela Espe. Le encantaba asistir a misa diaria y fue una esposa devota durante todos los años en que estuvo casada con mi abuelo Álvaro. Le encantaba viajar, conocer nuevas culturas, nuevas gentes, aunque siempre fue una auténtica enamorada de Inglaterra.

Le encantaba soñar despierta, y hace apenas un mes me propuso irnos juntas en septiembre de vacaciones a México. Siempre admiraré su carácter tranquilo, su afán de superación, su serenidad, y su indiscutible elegancia. Puedo decir sin un ápice de duda que era la señora más elegante con la que yo me he cruzado, y me siento muy orgullosa de que fuese mi abuela. 

Tenía un algo muy especial que le hacía brillar por sí misma. Cuando entraba en una sala, ya no había nadie más allí, sólo ella. Siento una profunda admiración por ella, y si algún día me llego a casar, me encantaría que mi relación se pareciese al menos en una décima parte a la que tenían mis abuelos. 

Sé que ahora está en un lugar mejor, nuevo, feliz. Y también sé que ella sabe ahora lo que le espera, y que ya no hay lugar para el miedo. Me llevo el increíble recuerdo de sus historias, de sus recetas, de su amor por la música y el arte, de sus tardes en el porche de su casa de Torrelodones, y de las comidas en Madrid, y de los paseos por la muralla del Parador de Baiona... Me quedo con las veces que me dio vasos de agua con Redoxon, y cuando me llevaba con ella a las tertulias con sus amigas siendo yo aún una niña, y cuando me llamaba por mi cumpleaños, o cuando compartíamos el día de nuestro santo... Me quedo con su espíritu, con su sentido del humor, con su dedicación, con su jovialidad, con su amor, y sobre todo, con su ejemplo.

Abuela, siempre estarás presente en mi vida de alguna manera. Y en la de todos nosotros.



Para los que queráis despediros de ella, el funeral y el entierro serán hoy, día 9, a las 18.30h. en la Parroquia de San Ignacio de Loyola de Torrelodones (Carretera de Galapagar S/N).

Os dejo el mapa para que os ubiquéis:




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