domingo, 31 de enero de 2010

El instante

No hay palabras que puedan describir ese momento, ese instante en que tu retina lucha desmesuradamente por convertir un mísero fotograma en un recuerdo de por vida. No hay ni un sólo concepto, ni una sola expresión, que se adecue a lo que mi mente labra y piensa, a lo que capta, a lo que reza...

Llevo días rebuscando, escalando entre mis pensamientos, contrastando puntos de vista en busca de inspiración. Pero como decía Serrat hace años, hoy las musas han pasao de mí... Y es que cada lugar tiene su magia, su pasión y su fuego, pero mi boca se atraganta con todas esas palabras que gritan por salir sin encontrar su rumbo, su perfecto denominador común. 

Quiero hacer una entrada resumen, un recopilatorio de sentimientos, como Pedro Guerra con sus Niños. Desde allí, con Copacabana de fondo, el sonido melódico y acompasado del Atlántico revuelto, las olas alcanzan ya los seis metros de altura, y hasta me dan miedo. Los chiquillos juegan con la arena, y esculpen verdaderas obras de arte sobre la orilla. Puedo imaginarles, e incluso intuir pequeñas damiselas de rosa esperando un príncipe azul que las rescate, y rudos caballeros sobre purasangres árabes con sus respectivas espadas de Toledo.

El calor me roba una gota de sudor, y la empuja desde la raíz de mi cabello quemado, hasta la uña de mi pie derecho, siempre pintada de un rojo intenso. El agua me llama, me atrae. Trato de evadir su invitación insinuante, pero no me deja. Me convence en tan sólo dos segundos, y allá voy yo. La niña pequeña que habita en mí brinca eufórica, y se revuelve entre las olas, sobre ellas, hasta llegar de nuevo a la orilla y repetir el proceso una y otra vez hasta el agotamiento...

Salgo cansada y empapada, bebo deprisa un agua de coco bien helada, y me tumbo relajada a tomar el sol picante. Quiero congelar ese momento. Ese es precisamente mi instante. Una ligera brisa me sacude el pelo hacia atrás, y casi me dan ganas de salir corriendo tras él, para atraparle. Me dan ganas de pedirle ventaja, un aviso u otro soplo de aire, para poder permitirme otro instante igual que el anterior...

Me acuerdo de mis niños, de Emilia, de Librada, de Carlitos... Sé lo que estarán haciendo y no me gusta. Siento una fuerza indestructible, las ideas se agolpan en mi cabeza, y sé que estoy llamada a hacer algo grande. Sé que haré algo por ellos, porque vine aquí a hacer algo por ellos. Y también sé que moriré pensando en ellos...

El sol me molesta más que nunca, y me pongo las gafas para liberar a mi frente de su expresión fruncida. Abro un ojo, y allí está. No tendrá más de seis años, pero podría hacerse modelo de esqueleto para las clases de la Facultad de Medicina. Está rebuscando en la papelera de la playa. Encuentra una lata de cerveza, la mueve un poco, y se la lleva a la boca sin pestañear siquiera... Hace eso unas cuantas veces más, hasta que encuentra una gamba en la arena, y se lanza a por ella disparado... Hace tiempo me habría puesto a llorar solo de verlo. Ahora simplemente se me eriza la piel, y un fuerza sobrenatural me impulsa hasta él. No sé qué decir, no hablamos el mismo idioma, pero sus ojos son como un libro abierto... Tiene hambre, y sueño, y heridas en las manos. Me abraza y yo le doy un beso. Pasa un señor vendiendo bocadillos, y le compro dos, para que al menos hoy llene algo el  estómago... Me mira alucinado, como si fuese un ángel, y yo le miro a él impactada, como si el ángel fuera él... 

Varios mordiscos después, se va andando por la orilla. Sus pies van dejando un rastro de huellas sobre la arena, y con una sonrisa en los labios, camina erguido y feliz... Satisfecho. Tengo la cámara de fotos en la mano izquierda, pero prefiero guardar ese momento para mí. Y para él. De mi estancia en Río, me quedo sólo con ese instante... Sólo con ese...


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