jueves, 18 de febrero de 2010

La intención es lo que cuenta

La primera noche que dormí en Pozo Colorado (es conveniente leer previamente la entrada de ayer, titulada El Chaco Paraguayo) las postulantes de la Congregación me comentaron que al día siguiente irían temprano a ordeñar vacas. Y yo, ni corta ni perezosa, les prometí que me levantaría con ellas a las 5.30 de la madrugada para acompañarlas en su cometido. Y por supuesto, también les expliqué que a esas horas nadie podía decir que era pronto en la mañana, sino más bien tarde en la noche.

Así que programé el despertador encantador de mi celular Nokia arcaico, y cuando llegó el horario señalado, las campanitas empezaron a sonar como señales del infierno... Y entonces, alargué la mano tanteando la mesilla de noche, hasta que alcancé el frontal que tenía preparado para prevenir una posible picadura de serpiente. Iluminé el suelo instintivamente aunque en realidad yo sabía que no estaba sirviendo de nada, ya que mis ojos seguían cerrados, incapaces de rendirse a la sensatez y abrirse para poder reaccionar en caso de necesidad... 

Me lavé los dientes, me mojé la cara, y salí de mi habitación como un zombie de película de terror, aún con el frontal incrustado en la cabeza, y un profundo arrepentimiento por haberme comprometido con aquellas chicas a hacer cosas para las que sin lugar a dudas no estaba preparada.

Dos segundos después, avisté a lo lejos dos luces en la lejanía, que cada vez se aproximaban más al punto en el que yo estaba parada, y poco a poco me fueron deslumbrando hasta formar un solo punto de luz común. Me dieron los buenos días, y encabezaron la fila india que nos llevaría hasta el establo.

En cuanto llegué, percibí el hedor a heces y orina concentrados, y por supuesto también, el olor a animal. Había por allí rondando un señor, que nos cedió su banqueta y nos ofreció su lugar privilegiado frente a una vaca enorme.

Yo veía cómo todo el mundo empezaba a ordeñar, y me pareció facilísimo, así que me animé a probar. Con una breve explicación de las chicas, me lancé a agarrar la teta izquierda y a estirar con todas mis fuerzas...

Nada. No salió ni una gota. 

Como mi cara de frustración debía ser un poema, ellas se armaron de paciencia, y me volvieron a explicar la técnica...

Nada. Lo único que conseguí fue un quejido de la vaca -con toda la razón del mundo- y una protesta aguda del ternero que estaba a su lado...

Entonces decidí que el tema de ordeñar no era lo mío. Pero qué le vamos a hacer, la intención es lo que cuenta, ¿no? Ahora eso sí, al día siguiente ya no volví a intentarlo, ni creo que lo vuelva a hacer... 


1 comentario:

Concha dijo...

ajajjaja, no me levanto yo a las 5.30 de la mañana para tocar la teta de una vaca ni loca!!! jajajaja