martes, 15 de diciembre de 2009

Popurrí emocional

Ya sé que os debo una entrada aún, y que voy algo atrasada en esto de escribir, pero se acerca la Navidad y la vida aquí también es algo ajetreada aunque parezca mentira...

Estaba esta tarde pensando en qué podía escribir, y la verdad es que me he dado cuenta de que tengo miles de novedades, unas más alegres que otras... Empecemos por el principio:

El sábado faltaron al comedor tres niños de los incondicionales, y ya, a última hora, me tropecé con uno de ellos: Leo (¿os acordáis? Podéis leer más sobre él desde aquí en la entrada titulada ¿Dónde está Leo? Por cierto, que el niño ya está mucho mejor). El caso es que me estuvo contando una historia algo extraña sin pies ni cabeza... Resulta que su madre procedía de una familia de bien, y era pariente del antiguo presidente del gobierno. Estudió música y piano en Argentina, y volvió a Paraguay hecha una señorita y con un futuro prometedor. Durante su búsqueda de trabajo en los mejores conservatorios, y con la mirada puesta en Europa, se enamoró locamente de un chico salido de la calle, y enfrentándose a su familia y a su supuesto provenir brillante, renunció a todo lo que siempre había querido, y se casó con su pobretón guaperas. A los 18 años ya tenía a su primer hijo en brazos, y se pasó así las dos siguientes décadas.

Un día se miró en el espejo, sin dientes, ni padres, ni dinero, ni piano... Se vio rodeada de niños impertinentes, viviendo en una casa inmunda, obligando a sus hijos a viajar de autobús en autobús para pedir alguna moneda y poder ir tirando. Se tropezó con un marido alcohólico, cuyo hobby favorito parecía ser practicar boxeo en su cara. Ese día, Irma se miró en el espejo y se asustó al comprobar que no le quedaba ni un ápice de la muchacha que un día fue. Ahora sólo era una mujerzuela más del Bajo.

Y no le gustó su nuevo descubrimiento. Se pintó los labios, se lavó los pies, y salió sin decir a nadie a dónde iba. Apenas unas horas después, un par de policías se presentaron en su casa para arrestar a su marido maltratador. La buena noticia es que estaba tan borracho que ni se enteró, y la mala es que le condenaron tan sólo a 5 años de prisión. Todo esto fue el sábado, y hoy lunes, Irma ya tenía otra cara: la de una mujer que se ha reencontrado con su destino. Estoy muy contenta por ella, y por sus hijos. ¡Espero que todo esto sea algo bueno para la familia!

Por otro lado, estoy encantada porque hoy me he encontrado con algunos de los niños de La Casita de Belén cuando salía de la clínica, y han venido a mí corriendo y gritando tía Espe, tía Espe, ¿por qué ya no vienes? Me ha gustado tanto que me ha salido una lagrimita de emoción. Se han quedado un tanto extrañados de mi reacción, así que para aliviarles, les he prometido que esta semana iré a comer con ellos y así les veo un rato largo...

Y mi último apunte, algo alarmante, es mi constante preocupación por los hermanos Acosta (y los García, los Vázquez y los Tillería). Son los más necesitados, y no comen más que lo que se les da en el comedor. Durante el mes de enero, va a estar cerrado porque las monjas se reúnen, se van de retiro, y viajan a sus casas para unas merecidas vacaciones estivales. Y yo me pregunto, ¿qué pasa con estas pobres criaturas? Le he propuesto a mi tía que durante esos días vaya yo misma a sus casas a llevarles unos bocatas o cualquier cosa para que puedan comer (y ya he decidido que si ella no me lo subvenciona, lo haré yo misma). No puedo quedarme tan ricamente en mi casa mientras hay unos 30 niños que se mueren de hambre de verdad, a tan sólo un par de manzanas de donde yo estoy.

Éstas son mis novedades variopintas de mis últimos días, y un reflejo de la multitud de emociones diarias que se sienten aquí, que pasan por todos los estados de ánimo que uno pueda imaginar (y también por otros nuevos, que yo ni siquiera sabía que existieran)...

¡Un beso enorme!



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