Cómo
gasto papeles recordándote cómo me haces hablar en el silencio. Como no te me
quitas de las ganas, aunque nadie me ve nunca contigo. Y cómo pasa el tiempo,
que de pronto son años sin pasar tú por mí, detenida…
Qué lejos suena ya todo: ese viaje fugaz a
algún pueblo recóndito extremeño, en el que soñaba ingenua con ganar – tal vez
– un mísero premio espléndido. Hoy he vuelto a Silvio, y también a ti. He
vuelto a sentirme comprendida en la distancia, una ligera palmadita en la
espalda que borrara de un plumazo esa risa nerviosa, casi histérica, cada vez
que me sabía incapaz de gestionar mis emociones. He vuelto a los valses
austriacos, a los fríos comunistas, a los trenes con sigilo, y a los chablis abstemios que me obligan a imaginar
sabores, olores, recuerdos casi dormidos.
He vuelto a plantearme qué decirte. Por un
lado, quiero saber qué te pasa, qué te pasó, cómo andas. Por otro, prefiero
dejarlo estar, saber que sigo teniendo esa pequeña bola roja en mi tejado, y me
rindo a la agradable sensación que ofrece el poder no otorgado. Al fin y al
cabo, oigo rumores. No sé si serán ciertos, pero… ¿Acaso importa?
Y a pesar de los años, ya no gasto papeles
recordándote. Se quedaron todos blancos tras tu fuga. Sentí una sequía arrítmica,
entusiasta, abominable. Una inercia como nunca antes había sentido, que me
dejaba reprimida en mis sentimientos, incapaz de vomitarlos en un lienzo, en
una plaga. Sentí que recorría mares sin rumbo, volcanes en marcha, canciones
mudas de palabras plácidas. Sentí que te había dado demasiado, y allí se quedó
la parte mía, como una alfombra malgastada con el paso de los años, de los
pisotones bruscos, de los orines caninos, de los castillos normales. Sentí que
me arrebatabas un sueño, o miles de ellos, te los llevabas caminando, como si
nada hubiera cambiado, como si ayer fuera hoy y también mañana. Sentí que ya no
bastaban los gritos ni los pesares. Sólo existía un camino, y ya no eras tú,
sino ella. Cambiaste de pronombre y de alma. Te mudaste a la luna y yo me
liberé de ese miedo que me regalaste cuando aún no habíamos entrado en la
veintena. Años ha, y aún duele.
Y entonces llegó alguien que me liberó de tus
males y tus formas, que me acompañó a todos los hospitales, que me dibujaba
sonrisas y borraba otras tantas. Llegó alguien que me impulsó hacia arriba y
nunca más sentí ese precipicio apremiante. Pero qué aburrida resulta la vida
cuando erradicas el arte. No sé vivir así. Simplemente, no me sale.
Y me duele decirte esto, pero te quiero. Lo
supe desde aquel primer día, en que la imaginación volaba triste de mente en
mente, columpiándose entre la fobia y el miedo. Sé que siempre habrá un lugar
inmenso para ti en mi corazón, porque al fin y al cabo, yo soy parte de ti, y
tú de mí. Recuerdo aquella vez en que me aniquilaban las angustias ante la idea de
acabar siendo aquella chica gordita que compartió delirios en la época polaca
de cierto poeta… Y a lo mejor no podemos volver a sentarnos a la misma mesa, pero aún
siento esa conexión que me impulsa hacia tu lado de la cama, que me desnuda el
alma, que me motiva. Es esa sensación la que me permite retomar la pluma, en un
día como hoy, de sol y pena. Es esa energía la que, de cierta forma, me dice
que sigues con vida.
Quizá sólo es que la debilidad me ha
encontrado, como en una anarquía menstruada. Quizá es que ya no me siento yo,
me siento olvidada. Quizá es que me he cansado de gastar papeles recordándote,
que ya no me hablas en el silencio. Y quizá, sólo quizá, es que aún no te me
quitas de las ganas.