martes, 31 de agosto de 2010

Conocerás al hombre de tus sueños

Ayer me fui a ver la última peli de Woody Allen: Conocerás al hombre de tus sueños. Como es habitual cada vez que el director estrena película, yo iba emocionada, extasiada, ansiosa por degustar su trabajo más reciente.

Fui con unas amigas, muy animadas todas ellas, a los Renoir de Plaza de España para poder verla en versión original. Y allá que nos fuimos, tan contentas (y emocionadas, extasiadas, ansiosas por degustar su trabajo más reciente).

Tengo que decir que la sala estaba abarrotada, y tuvimos que sentarnos separadas. ¡Yo no sabía que había tanta gente ociosa los lunes por la tarde! Se apagaron las luces, una música muy a lo Woody empezó a sonar, y los créditos blancos sobre fondo negro hacían las veces de prólogo.

La película consistía en un retrato filmado de una realidad eminentemente posmoderna, en la que el dinero, los gurús y el constante deseo de juventud estaban a la orden del día. Me resultó lenta, repetitiva, e incluso clónica, sin rastro del mítico sentido del humor de sus guiones, llegando en algunos puntos a aburrirme. No es ni mucho menos para pasar el rato, sino más bien para verla unas cuantas veces a lo friky y sacar conclusiones filosóficas entre metáfora y metáfora.

No hay protagonistas pero sí muchos personajes bien caracterizados. Cabe destacar, como siempre, la banda sonora, el exquisito toque artístico, y el glamour de lo cosmopolita que tan bien le sale a Woody Allen. Yo os recomiendo en este caso que hagáis uso de pelisyonkis, que tampoco da para mucho más.


lunes, 30 de agosto de 2010

Escucha otros cuentos

Los que me seguís ya conocéis mi afición por la vida ociosa. Por eso hoy voy a compartir con vosotros mi salida del pasado sábado:

Una compañera de trabajo me había hablado de una argentina graciosisíma que contaba relatos eróticos en el Teatro Arenal de Madrid. Me propuso ir a verlos, y allá que nos fuimos. Nada más empezar, una chica esquelética pero graciosa comenzó a hablar, narrando una historia ligeramente acelerada a modo de introducción. A mí me pareció cuanto menos original, y resultó evidente que había captado la atención de todo el público con su acento arrastrado, y su sentido del humor cuanto menos porteño.

En total nos deleitó con cuatro cuentos maravillosos, diferentes e ingeniosos, narrados con suma delicadeza, y aportando los toques humorísticos necesarios para convertir la velada en un constante fluir de carcajadas y sonrisillas distraidas.

Entre historia e historio cantó un tango, bailó una pieza algo parecida a la danza del vientre, imitó a un monstruo ficticio, hizo el ritual de la berenjena, y comentó algunos anuncios de contactos por palabras. La protagonista, Victoria Siedlecki, es una fantástica actriz a la par que brillante comediante. Al final del espectáculo saludó personalmente a todos los espectadores, y yo aproveché para felicitarla por su obra porque de verdad es que no tiene desperdicio.

El precio es más que accesible (10€), dura una hora y media aproximadamente, y se puede ver en el Café del Teatro Arenal de Madrid (C/ Mayor, 6). Os invito a que os deis prisa porque sé que quedan pocas funciones en cartel.

De verdad, recomendadísimo!!!




viernes, 20 de agosto de 2010

¡No hay huevos!

Ayer por la tarde andaba yo de tertulia en mi casa con mis dos hermanos pequeños, Giuseppe -el novio de mi hermana- y Leonorchi -una amiga de toda la vida que ya es un miembro más de la familia-. Entre risas y charletas decidimos ir a cenar fuera todos juntos. En esto, sonó el teléfono, y tras una hora de reloj de conversación con mi prima Elisa, se sumaron ella, Luz y su novio a la velada.

Quedamos en un restaurante alemán en el Heron City de Las Rozas, y como algunos de nuestros acompañantes andaban algo justos de dinero, decidimos pedir perritos calientes para todos, que costaban poco más de 2€. Hasta ahí todo marchó a la perfección, todos tirados de risa, comentando las azañas del toro volador de Tafalla, el genocidio de Rwanda -de la mano de Eli, claro-, las compras compulsivas de acelgas del Pipo y los múltiples periplos veraniegos de esta familia fitipaldi... Cuando se suponía que todos habíamos acabado, llegó la camarera para ofrecernos un postre, y mis queridos acompañantes -en un ataque al mejor estilo gumia Mingo- pidieron dos selecciones de postres para 4, que resultaron ser dos platos gigantescos llenos de tartas, bizcochos y profiteroles, bañados en salsas varias y toneladas de nata montada. Eso sí, ¡no sobraron ni las migas!

Fue una cena de lo más agradable, en la que me reí más que en el último mes, y que ya prometimos repetir la semana que viene. A la salida, nos quedamos charlando un rato antes de despedirnos, cuando de repente se oye de fondo una voz de pito que dice: ¡no hay huevos!, y acto seguido a mi hermano Álvaro (que al final también se apuntó a la cena) que decía: ¿que no? ya verás.

Lo que pasó durante los diez minutos siguientes resultó de lo más surrealista, a la par que extraño: vi salir a todos corriendo en dirección a la tienda del Vips, y volver al rato con un paquete de pan de molde. Se colocaron en círculo, sacaron un móvil y pusieron el marcador de un cronómetro a cero. Yo no daba crédito a lo que estaba viendo. Al final, Luz explicó: chicos, coged cada uno una rebanada, y el primero que se la coma entera en menos de un minuto gana. Yo pensé que era una idiotez de juego, pero ahí estaban todos, unos tangarullos, metiéndose de golpe una masa aplastada de pan en la boca. A los tres segundos parecían pavos regurgitando los propios panes, y el postre, y el perrito, y hasta la Coca-cola.

Mi hermana y yo, que nos habíamos abstenido de participar en semejante idiotez, les mirábamos entusismadas, incluso cinco minutos después de que acabara el tiempo, cómo seguían todos con sus bolas de pan en la boca, mareándolas de un lado al otro, con caras de entre angustia y ahogo. Yo me sentí de lo más curiosa por aquella experiencia, así que propuse que me hicieran la prueba a mí también, convencida de que no podía ser tan difícil. Belén se sumó, y el resto de arlequines que teníamos por acompañantes, se acercaron a una papelera, tiraron sus pelotas, y empezaron de nuevo con nosotras. Una vez más, un círculo de nueve personas en mitad de un centro comercial:

- Cojan sus rebanadas, pónganlas bien a la vista donde todos podamos verlas, y el tiempo empieza... ¡YA!

Nos mirábamos entre nosotros, unos iban cogiendo poquito a poquito migas, otros probaron la técnica de la bola otra vez, Belén partía el pan pero no se lo metía en la boca, Leonor empezó a tirar pelotillas a los viandantes, y yo sentía que aquel primer trozo había absorbido toda la saliva que me quedaba... -Quince segundos- ... Las prisas se apoderaron de nuestras caras, y las miradas decían que seguían con el trozo anterior en la boca... -Treinta segundos- Nada, que aquello no bajaba ni para un remedio -Cuarenta y cinco segundos- No nos podíamos rendir, por el amor de Dios, ¡¡¡SÓLO ERA UNA REBANADA DE PAN DE MOLDE!!! -Y...¡TIEMPO!-.

Nadie consiguió superar la prueba, y como nos parecía algo tan absurdo, descubrimos que en realidad sólo sería posible hacerlo mojándolo en leche, o untándole Nocilla, o tostándolo... Vi sus miradas, reflejaban competitividad y ganas de demostrar su heroica capacidad de engullir una rebanada de pan de molde en un minuto. Pero lamentablemente, ya habíamos acabado con todo el paquete -y con las ganas de comer pan en un buen tiempo-, así que para la próxima ya se ha definido el reto: ¡No hay huevos...!


lunes, 16 de agosto de 2010

Super Woman sí que existe

Llevo un tiempo observando de cerca el comportamiento de las mujeres. Es algo que me llama muchísimo la atención: a las jovencitas de pantalón corto y camiseta de tirantes, las treintañeras agresivas con trajes de Calvin Klein, las señoras refinadas, y también a las góticas desencantadas. Hay mil estilos, mil clases, mil formas y mil maneras de vestir, de reivindicar una identidad, sentirse cómoda y de ser mujer.

Pero lo que más me alucina es lo poco que ha evolucionado el concepto de la femineidad. Hace años -muchos años ya- las mujeres no eran más que madres, amas de casa, y si eso amantes. En los 80, el mundo terminó por definir la nueva imagen de la mujer trabajadora, y gran prueba de ello son los tratados feministas, e incluso más que eso, el reflejo en el cine de este nuevo boom, como por ejemplo el espectacular papel de Melanie Griffith en Armas de Mujer.

Yo me considero muy afortunada al haber convivido desde pequeña con una madre que se levantaba cada mañana a las 7 para ir a trabajar, y también le agradezco que me haya transmitido el concepto de la libertad económica que da el no depender jamás de nadie, y mucho menos de un hombre. Me encantaba ver a mi madre comprándose sus modelitos para el trabajo: falditas con vuelo, blusas con cuello de nido de abeja y collares a juego con los zapatos de tacón. Me encantaba cuando me llevaba al cole mientras se iba maquillando: giro a la izquierda, un poco de colorete; semáforo en rojo, rímel negro; rotonda, brillo de labios.

Ya han pasado unos cuantos años desde que mi madre me llevaba por las mañanas, pero observando a las mujeres, me doy cuenta de que en realidad nada ha cambiado. Una se levanta mínimo una hora antes de salir de casa, y es que hay que lavarse el pelo, hidratarlo con mascarilla, ponerse el serum para puntas abiertas. Peinarlo, alisarlo y ponerle laca. Después maquillarse, que si el antiojeras, que si la crema especial para pieles secas, que si el antiarrugas, que si el iluminador del rostro...

Esta mañana, en el autobús, me he parado a observar a una señora de unos cincuenta. Iba radiante. He hecho un pequeño cálculo mental del tiempo que habría dedicado a arreglarse, y os aseguro que por lo menos hora y media. Iba de punta en blanco, quizá a una reunión o a un congreso. Cuando hemos llegado a nuestra parada, ella se ha bajado despacito, tratando de evitar caer estrepitosamente por las escaleras con sus altísimos tacones de 10 centímetros. Ya con los pies en tierra firme, ha salido corriendo con una funda para el portátil, el bolso enorme, y la mochila para el gimnasio. Entonces yo me he dado cuenta -una vez más- de la sociedad que estamos creando. Y yo no digo que no nos cuidemos, que evidentemente eso es algo imprescindible hoy en día para estar sanos. Pero el concepto de la mujer trabajadora cada vez está más recargado de exigencias posmodernas.

Supongo que 30 años no son suficientes para cambiar el rumbo de la historia, pero si algo está claro es que aún hay muchas expectativas sobre nuestras cabezas. Todos esperan que estudiemos una carrera, que nos casemos jóvenes, que nos compremos una casa a medias con un hombre (que gane más que nosotras), que seamos madres -que seamos buenas madres-, cariñosas con nuestros hijos, atentas, devotas, que tengamos nuestros hogares como una patena, que nos vayamos de vacaciones a la playa, que saquemos un rato para preguntar la lección a los niños, y otro para llevarles a las mil actividades extraescolares, y que además sigamos ascendiendo a nivel profesional. Pero es que por si esto fuera poco, tenemos que cuidarnos, hacer una hora de ejercicio al día, hacer la cena al maridito, estar radiantes siempre, e invitar a los suegros a comer los domingos... En realidad, la inserción de la mujer al trabajo no es más que la fusión de dos conceptos que desde mi punto de vista son incompatibles entre sí tal y como están planteados. Esto es: ya no sólo eres ama de casa y madre, sino que además tienes que dejarte los cuernos en un trabajo para estar a la altura de él. ¿Pero qué clase de sociedad estamos creando?

Me encantaría detenerme frente a cada una de estas mujeres y preguntarles si son felices, si les gusta estar siempre estresadas, no tener tiempo para ellas, ser unas marionetas del tiempo que les tocó vivir, hacer siempre todo a medias, nunca llegar al nivel que los demás esperan de ellas, y dedicar su vida a servir a otros. Siempre a otros: al marido, a los hijos, al jefe...

Yo tengo clarísimo que me niego en rotundo a elegir una vida de agobios y horarios al milímetro. Me niego. Creo que cada día te da lo que más te conviene, y así pienso vivir mi vida. Eso sí, estaré agradecida toda la vida a mi madre por pertenecer a esa generación de las Super Woman que iniciaron el cambio de nuestro mundo. ¡Gracias!



jueves, 12 de agosto de 2010

La interminable clasificación de los besos

Desde que soy muy pequeña siempre me he sentido inclinada a dar besos a la gente, quizá porque tengo una familia enorme, y cada vez que llegaba a casa de mi abuela tenía que dar unos 200 besos para saludar a todos, y otros 200 al despedirme; o puede que siemplemente me guste y punto. Pero el caso es que se podría decir que es uno de mis hobbies favoritos...

Esta mañana, mientras recordaba un beso en concreto, he sido consciente de la clasificación tan extensa de besos que existen: en primer lugar están los filiales, los que te dan tus hermanos por tu cumpleaños, o cuando vuelves a casa después de mucho tiempo lejos. También están los besos de tus padres, que son bastante parecidos a los anteriores, pero con un toque distinto. La diferencia no es fácil de explicar, pero para que os hagáis una idea, es algo así como el sabor de la pasta hervida y punto o la pasta enriquecida con avecrem.

Por otro lado, están los besos pasionales, de esos que salen de las entrañas y suelen ser imposibles de olvidar. Supongo que son los más instintivos, los más urgentes, los más salvajes, y a veces se convierten en besos de tornillo. Pero yo personalmente me quedo antes con la versión dulce de estos que mencionaba, ya que son mucho más sutiles y en ocasiones ni siquiera llegan a rozar sino que dan vuelo a la imaginación a modo de antesala de algo más grande.

Tambíén están los besos de mariposa, esos que se dan los niños pequeños con sus abuelas, o con sus amiguitos de la guardería. Estos son muy tiernos, de los que se hacen una foto y se cuelgan en el salón. Tengo unas cuantas amigas que tienen fotos de estos mismos en sus casas.

El beso del famoso de turno es quizá el más distante para el susodicho pero uno de los más emocionantes para el individuo ávido de besos. Una vez vi a un grupito de adolescentes derretirse literalmente frente a David Bisbal, mientras le sujetaban los carrillos con fuerza para estrujar sus labios compulsivamente contra su cara. A mí me hizo muchísima gracia, pero comprendí perfectamente esa sensación de admiración profunda hacia otro ser. Aunque si os soy sincera, yo no creo que me desviviera por ningún famoso (a excepción claro del poeta Sabina). Me hubiera encantado poder retratar la cara de agobio de Bisbal ante las atenciones de sus admiradoras... ¡Fue la monda!

Tenemos, claro está, el primer beso. Siempre pensé que se le daba muchísima importancia a éste, y que en realidad siempre acababa decepcionando. Yo aún no he conseguido que nadie me hablara de su primer beso como algo extraordinario, sino más bien como una escena en la que sintieron presión, miedo, deseo de agradar... Todo esto es muy bonito, pero creo que hay demasiados mitos en torno a este primer beso, en parte influido por los millones de películas adolescentes made in Hollywood, que nos muestran cenicientas enamoradas del guay del insti, y malotes que encandilan a chicas monjiles...

Existe un beso que a mí personalmente me cae un poco mal. Se trata del beso de despedida, ese en el que sabes que ya no habrá más besos de esa misma persona (al menos por mucho tiempo). A mí una vez se me escapó una lagrimita miestras me despedía de esta manera, y luego pasa lo que pasa, que se trasmite tanta negatividad que se te queda muy mal sabor de boca.

Los besos eróticos centrados en alguna o muchas partes diferentes del cuerpo existen, no se pueden negar, aunque prefiero dejarlos a la imaginación y creatividad del lector...

El beso de película es uno de los más conocidos, básicamente porque es el que más vemos. Se trata de la expresión máxima del amor (después de una serie de obstáculos típicos de comedia romántica de éxito en taquilla), con canciones de Elvis Costello de fondo -o en su defecto violines en directo- tras una cena con velitas en el ático. No voy a negar que este beso tiene su encanto, que llevas desde el minuto 1 deseando que ocurra, y que en ocasiones hasta te dan ganas de darle dos tortas al prota para que se de cuenta de que Anne, la maravillosa filántropa - ratón de biblioteca - escultural aunque discreta con el maquillaje encarnada en el cuerpazo de Jessica Alba, está colada por él. Siempre ocurre, siempre hay carreras por una escalera de incendios, o por un interminable pasillo en el aeropuerto, o por una interrupción en mitad de la boda. Siempre ocurre. Siempre hay beso. Pero tú jamás recibirás uno de estos. Asúmelo.

Creo que podría escribir 15 entradas sobre los besos que hay (para que os hagáis una idea, sólo el Kama Sutra hace una clasificación de 30 en su primera edición). Por eso, voy a dejarlo aquí. Y ya que estamos os diré, que a mí el que más me ha gustado de toda mi vida, es el de mi madre arropándome por la noche, después de contarme un cuento. Supongo que ya sabréis que os hablo del beso en la frente: por excelencia, el beso de madre.

Aún así, por mucho que yo escribiera, hay tantos besos como personas; tantos besos como momentos; tantos besos como quieras.


martes, 10 de agosto de 2010

Dime qué escuchas y te diré quién eres

La música siempre fue un elemento importante en mi vida, hasta el punto de convertirse en imprescindible para mí. Hace cosa de un año me compré un iPod de 16 Gb de capacidad, ya que mi objetivo era poder meter toda la música que deserara para llevarla siempre conmigo. Así que me llevé mi nuevo juguete a casa, lo conecté con el iTunes de mi Mac, y me fui a Paraguay tan contenta con mi primer reproductor portatil.

Si me preguntas qué se puede escuchar en mi iPod, te contestaré que los ballets de Tschaikovski, los nocturnos de Chopin, las arias de la Callas, y todas las ediciones especiales en directo de Los Tres Tenores. También tengo la discografía al completo de Joaquín Sabina, y la de Silvio Rodríguez, y la de André Rieu; las mejores canciones de Disney, algo de Fito, unos cuantos temas de Extremoduro, éxitos de los hermanos Flores, Estrella Morente, los Beatles, Mala Rodríguez, Mocedades, Robbie Williams, Russian Red, Alejandro Sanz, los grandes poetas cantados por Serrat, Madonna, la banda sonora de Sonrisas y Lágrimas, varios tangos de Carlos Gardel, música paraguaya, cantantes diversos de R&B como Beyonce, Rihanna o J. Lo... Normalmente me lo pongo en la opción de aleatorio y de esa manera nunca sé cuál será el siguiente tema. Mi iPod es genial, es intrigante, es cosmopolita, es alternativo, es multicultural, es sensible, es exquisito... Mi iPod es como yo.

La semana pasada mi hermana y yo nos cambiamos los iPods por un día. La historia tenía su gracia: era una oportunidad para descubrir nuevos cantantes, nuevas canciones... Me gustó la idea, así que accedí. Me levanté temprano para ir a trabajar, y me acerqué hasta la parada del autobús. Saqué el iPod de Belén del bolso, me puse los cascos, y le di -como siempre- a la opción de aleatorio. Primer single: Zapatillas, de El Canto del Loco. Es cierto que tienen su gracia, pero el pop nacional ha llegado a un punto en que me resulta repetitivo. Paso al siguiente tema: Maldita Nerea, Antonio Orozco, Los Delincuentes, Nena Daconte y una serie de canciones en italiano... No me gustó nada el cambio de iPod por un día, así que decidí devolvérselo a mi hermana en cuanto llegase a casa, y mientras tanto rebuscar en el círculo giratorio en pos de, al menos, algo de Britney...

Esa misma tarde, ya en casa, me encontré con Belén y mantuvimos una conversación algo surrealista y llena de sonrisas:

- Belén, dame mi iPod ahora mismo. Me has timado. Tu iPod es un rollo, sólo tiene cantantes de tres al cuarto que aprendieron a tocar la guitarra en el barrio, y llaman música a gritar.
- Tú sí que me has timado. Menudo rollo de música escuchas.
- ¿Rollo? ¿¿¿Rollo??? ¡Pero si tengo de todo! Lo que tú escuchas también lo tengo, pero sólo un poco. Y tengo mucha más variedad.
- ¿Variedad? ¡Pero si sólo tienes cantautores comunistas y violines!

En ese momento me eché a reír y ya no pude parar... ¿Violines? Me hizo muchísima gracia. Sí, tengo violines, y pianos, y chelos, y arpas, y acordeones, y voces únicas, y todas mis canciones...


miércoles, 4 de agosto de 2010

Ese infame vacío castizo

Hoy -como cada día- he salido del trabajo, he esperado pacientemente en el paso de cebra a que el disco se pusiera verde para los peatones, he bajado la calle de Carretas en dirección a la estación de Sol... Hoy he hecho lo mismo de siempre, pero algo estaba distinto en Madrid. 

Me he cruzado con un chino punk, con la vecina del quinto en rulos, y con una exhibicionista en bragas... Nada extraordinario. Pero sus miradas no derrochaban chulería, ni llevaban el pan debajo del brazo, ni corrían por las calles con prisa, ni se colaban en un bar a tomarse un café matinal rapidito. Las terrazas estaban vacías, con los ventiladores apagados, y sus camareros aburridos chupando barra. De las tiendas colgaban carteles de cerrado. No había ni una sola morena de ojos moros dejando una hilera de sonidos de tacón a su paso... 

Entonces sentí ese infame vacío, que es lo único que queda en Madrid durante el mes de agosto. Todos se van, con sus coches, y sus ojeras, y sus ganas de descansar. Todos dejan sus estreses con los jefes, y hasta los jefes se abandonan al placer de las playas mediterráneas, de los fiordos noruegos, de las mariscadas gallegas, o de las magnificencias yankies. Todos se van, y nos dejan tardes de calor sin siestas, botellas de agua helada en la nevera, y esas mismas ganas de huir a cualquier lugar. Y es que Madrid no fue concebida para estar vacía, porque su encanto reside en sus gentes. ¿Dónde están todos?

De repente todo está silencioso... Por no oír, no oigo ni a los vecinos. Hay a quién le gusta eso de no hacer cola, ni tener que reservar mesa los sábados por la noche, y sentarse siempre en el metro en hora punta. Pero es que yo soy una amante de la esencia de las cosas. Si voy a un pueblo, quiero que haya calma, y paz, y sonidos de pájaros al amanecer. Si estoy de cena romántica, quiero velas y vino tinto. Y si estoy en una ciudad, si estoy en mi Madrid, quiero que los coches suenen a todas horas, que la gente paseé por sus calles, que te sirvan tapas en los bares, y que El Retiro no parezca un desierto verdoso... No me gusta este infame vacío castizo.

¿Es acaso mucho pedir?


domingo, 1 de agosto de 2010

Divorciadas, evangélicas y vegetarianas

Una de mis muchas aficiones es la de ir al teatro. Sé que muchos prefieren el cine, y que es un género muy en desuso, pero a mí me apasiona ver la función en directo, saber que la misma obra no es igual dos veces seguidas, y que los actores están actuando en directo, con las emociones a flor de piel, y un guión muy bien estudiado.

Ayer sábado me acerqué hasta el Pequeño Teatro Gran Vía, y vi una obra divertidísima titulada Divorciadas, evangélicas y vegetarianas. Si bien el título no invita mucho, tengo que reconocer que me lo pasé fenomenal, y el tiempo se me pasó volando. 

La obra narra la historia de tres amigas, que se encuentran en momentos de sus vidas algo críticos, y que van progresando a nivel personal a través de las palabras de sus propias amigas. Los personajes están fenomenal caracterizados, y el vestuario no tiene desperdicio. Hay algunos puntazos en los que no puedes parar de reírte, aunque en general la obra entera es un derroche de jovialidad, risa y ternura.

Sin lugar a dudas, recomendada.

Estará en cartel en el Pequeño Teatro Gran Vía (Gran Vía, 66) hasta el 29 de agosto.