jueves, 31 de diciembre de 2009

Congelando el 2009

Ya es 31 de diciembre, una vez más hemos llegado a otro último día del año, y como siempre, me gustaría hacer una breve reflexión de lo que ha sido mi 2009. He aprendido mucho de este año, muchísimo. Voy a hacer un repaso, y espero no dejarme nada por el camino.

El mes de enero empezó a dieta hidratófoba (casi como el nuevo que entra), con unos reyes increíbles y nada de frío. Aún con el recuerdo muy vivo de la nieve y los ridículos grados invernales polacos, me centré en los exámenes que se avecinaban, y que me dejarían algo de protocolo en la espalda, para darme un último impulso después del verano...

En febrero marché a tierras celtas, para encontrarme con mi Panchito en Moate, el pueblo irlandés en el que estaba viviendo ese curso. Disfruté por segunda vez en mi vida de Dublín, vi ovejas negras -de las de verdad-, fui a la fábrica de Guiness y empecé a apreciar el sabor de la cerveza... Paseé por las calles de la ciudad, gané al conti y me despedí de mi hermano pequeño, con una lagrimita resbalando emotiva por la mejilla izquierda.

En marzo compartí una experiencia única con mi padre, descubrí una mirada que no había visto nunca, y me propuse empezar a crecer yo sola. En marzo también comencé a trabajar en una empresa de poker online, conociendo a gente de todo tipo, y haciéndome pasar por una inglesa cotilla, una española divertida y una argentina despistada.

En abril pasé la Semana Santa en Torremenga, con mi familia, y marujeé con mis primas hasta que se nos secó la lengua. Nos pusimos al día, nos contamos las novedades, y nos animamos a seguir cumpliendo nuestros sueños trotamundísticos.

En mayo salió el sol para quedarse. Me encanta cuando se colocan las terracitas en Madrid, y todos podemos empezar a disfrutar de los aperitivos matinales, de los tours de cañas y tapas por el centro, y de las exposiciones al aire libre... Mayo es un mes muy especial para mí, sólo porque sale el sol, y me anima a estar en la calle, a emocionarme con la ligera brisa que aún pasea a mediodía y a hablar con mi madre durante horas en la terraza de casa.

En junio acabó el curso, con un recuento de dos suspensos para septiembre, y el ánimo un poco dormido. Aún así, alegre por el verano que se avecinaba, aparqué los libros y palpé un poco del calor sofocante que nos sorprendería a todos unos días después.

En julio trabajé, fui mucho al cine, estuve un fin de semana en Torremenga, y soñé con el mes siguiente. También estuve en Guadalajara, en la boda más bonita que he visto en mi vida: la de mi prima Leonor con su novio Mateo.

En agosto me fui unos días de vacaciones a Oviedo, y otros a Londres a ver a mis hermanos. Conocí a Giuseppe, me divertí, paseé por la capital británica, y comprobé que toda Inglaterra había perdido el glamour con el que yo la recordaba. Un río de españoles y árabes pegándose por cruzar Oxford Street consiguen quitar las ganas hasta a la mismísima Reina Isabel. En agosto también me diagnosticaron un hipotiroidismo y una prediabetes, y me empecé a medicar.

En septiembre me licencié, y me colgué el título de Publicitaria y Relaciones Públicas, experta en Protocolo. Justo después decidí irme a Paraguay a hacer un voluntariado, y empecé a preparar mi viaje, a vacunarme (de la fiebre amarilla, del tétanos, de la fiebre tifoidea, de la hepatitis A, y de algo más que se me olvida), a comprar productos para los mosquitos, para los piojos (que no han servido para nada) y para los bichos en general.

En octubre celebré mi cumpleaños como una princesa en el Parador de Tortosa (Tarragona), me despedí de mi familia y de mis amigos, me embarqué hacia las Américas, y en cuanto puse un pie en el Paraguay, pensé que me volvería a mi casa en un mes como mucho. Retomé mi blog, y me propuse escribir diariamente mi experiencia para que quedase constancia de lo que pasa en el mundo. Quería reflejar las injusticias, relatarlas en primera persona, y hacerlas reales. Afortunadamente sois muchos los que me seguís leyendo a diario aún dos meses después.



Con Librada Acosta

En noviembre empecé a hacerme con el comedor en el que trabajo ahora. Los niños ya me conocían, y me saludaban por la calle. Me presentaron a muchas personas, y pude saber algo más del país que me acogía.

Y en diciembre he seguido al pie del cañón con mis niños -que ya son míos para siempre-. He organizado un festival, una coreografía, una obra de teatro y una campaña de Navidad para recaudar fondos (con bastante éxito, por cierto). Ha pasado una Navidad en una congregación a 12.000 kilómetros de mi casa, y he llorado. He programado un viaje a Río de Janeiro para enero de 2010, y mis padres me han confirmado que vendrán a verme en febrero del año próximo. Me he hecho amiga de las monjas, he paseado por el Botánico, y me he conocido a mí misma... En diciembre he hecho una valoración de este año, y la verdad es que no me he quejado ni un poquito. He aprendido a apreciar más lo que tengo, a querer más a mi familia, he descubierto quiénes son mis verdaderos amigos... He viajado, he escrito, he pintado, he hecho fotos, me he apuntado a un gimnasio y he ido, me he quitado algunas cadenas que me limitaban, y doce meses después me puedo describir mucho más feliz que el año anterior.

Definitivamente este año ha sido muy bueno. He crecido en todos los aspectos en los que puede crecer una persona (a ver si en 2010 encojo un poquito en el único punto que aún tengo pendiente), y voy a empezar el año cargada de ilusión y de ganas. Aún así, he aprendido que no hay que esperar a que sea 1 de enero para retomar tu vida. Lo realmente grandioso, mi mayor lección del 2009, ha sido que descubrir que cualquier día es bueno para volver a empezar.



Con Dahiana

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La carta


Ayer me contaron una historia que me apetece compartir con todos vosotros. Ahí va:

Aquí en Paraguay, como en tantos otros países del mundo, el uso y dominio del inglés es algo bastante importante, especialmente para algunas familias. Una chica tuvo la increíble suerte de contar con uno de esos padres –como el mío- que comprenden la necesidad actual de aprender este idioma. Por eso, contactaron con un servicio de intercambio de alumnos, y marchó a Estados Unidos por unos meses, con la intención de volver renovada y bastante más versada en la lengua de Shakespeare. El acuerdo decía que ella se hospedaría en casa de una familia norteamericana, y que transcurrido un tiempo, la chica de esa misma casa, vendría a Paraguay para aprender español.

Por fin llegó el día de la partida, y entre nerviosa e ilusionada, viajó hasta California. Conoció a su nueva familia de acogida y desde el principio se sintió muy cómoda con ellos. Con el paso del tiempo, empezó a sentir algo por el hermano mayor, y poco a poco, acabaron enamorándose y viviendo una relación intensa, tratando de exprimir cada segundo del tiempo que les quedaba juntos. Los meses pasaron muy rápido, y llegó el día en que tuvo que volver a su casa, con la promesa de que él marcharía pronto para verla de nuevo. En el aeropuerto, llorosa y triste, recibió de él un último regalo: una carta. Él le hizo prometer que no la abriría hasta que llegase a su casa, y ella aceptó.

Unas horas más tarde, tras saludar a sus padres y a sus hermanos, se tomó unos instantes a solas para descubrir qué era eso tan misterioso que él tenía que decirle. Abrió el sobre, inquieta, nerviosa, deseando leer su contenido. Sacó despacio una única hoja, y al instante, cayó derrumbada al suelo, como en estado de shock. Su madre la encontró allí mucho rato después. Trató de descifrar cuál era la causa de su desesperación. Encontró la respuesta a sólo unos centímetros de ella, en una hoja con una sola frase. La leyó en voz alta:

Bienvenida al mundo de los que tenemos SIDA.




(El SIDA es un genocidio)

martes, 29 de diciembre de 2009

Dèjá vu

Unas horas después, y algo más recuperada, me siento en el césped a escribir, con la intención de contaros mi excursión del domingo pasado. Me encanta viajar, me encanta conocer sitios, gentes y culturas. Y durante este fin de semana tuve la oportunidad de mezclarme con un poquito más de Paraguay, y de vivir una especie de dèjá vu de lo más sorprendente...

Ya he comentado antes que mi amiga Patricia de Madrid está aquí. Pues bien, el domingo me fui con ella y con su familia a los suburbios asuncenos, en busca de nuevas fotografías mentales para mi memoria. A eso de las 12 del mediodía, partimos en un coche de lo más confortable, con destino Sanber, previo paso por el santuario de Caacupé.

La virgen de Caacupé es una de las más adoradas en este país, y la gente hace verdaderos sacrificios para ofrecérselos en señal de agradecimiento. Hay muchas personas que salen de sus casas y se van peregrinando, al estilo del camino de Santiago (pero con un calor de mil demonios), e incluso se conocen casos de fieles que han ido de rodillas hasta el santuario... Es impresionante lo que la gente ha llegado a hacer por esta virgen, y todos ellos afirman que es milagrosa. La tradición dice que hay que pedirle tres deseos y confiar ciegamente en que te los va a conceder. Ante la duda, yo le formulé mis peticiones, y dejé un regalito como ofrenda. Además había un mirador al que se accedía por la parte de atrás (subiendo 140 escalones de los de campanario antiguo), pero las vistas realmente merecían la pena. Un paisaje selvático, como un lienzo de Monet a pinceladas verdes. Y un cielo azul intenso, con nubes de algodón. ¡Nunca he visto en mi vida un cielo como ese!

Después de nuestros momentos de deleite, nos fuimos a San Bernardino -cariñosamente Sanber-. Esta localidad, a 40 kilómetros de Asunción, es la zona de vacaciones de la gente adinerada de la capital. Un paseo de mansiones con jardines espectaculares y construcciones coloniales a orillas de un lago impresionante me miraban por todo el recorrido, hasta que al fin estacionamos en una de esas preciosidades, en la casa de una señora que nos convidaba a comer asado.

En cuanto entré en el patio, me di cuenta de que me recordaba muchísimo a la casa de mis abuelos de Toro en el Gasco de Torrelodones. Era del mismo estilo, muy grande, con césped, una piscina llena de niños y padres preparando clericó (que es como una sangría paraguaya). En ese momento me vinieron a la cabeza miles y miles de domingos, comiendo en casa de mis abuelos, jugando con mis primos, esperando ansiosos a que acabase la comida para que mi abuela Espe nos contase un cuento, o se disfrazase de Mary Poppins, o nos quitase un diente que ya estaba muy suelto, o cualquier cosa típica de mi abuela...

Me encantó recordar todos esos instantes que forman parte de mi infancia y que ya estaban casi borrados por el paso del tiempo y la falta de práctica. Muchas veces me lamenté de la existencia de Torremenga, porque dejamos de hacer esos planes dominicales que a mí me gustaban tanto. Pero como dice mi tía Sol, nada es por nada. Ahora mis padres tienen su propia casa de fin de semana, y quizá en un futuro seamos mis hermanos y yo los que vayamos hasta allí, rodeados de niños impacientes por que su abuela les enseñe a hacer mermelada de higos, y su abuelo les lleve a hacer el cafre subidos en el tractor. ¡Quién sabe!

Disfruté muchísimo de mi excursión, de la compañía y de mis descubrimientos. Ya estoy deseando saber más de esta ciudad que me cautiva de una forma que las palabras jamás llegarían a explicar con precisión.

¡Un beso enorme a todos!



Vistas del lago de Sanber desde una casa

lunes, 28 de diciembre de 2009

La radio onomatopéyica

Una de las cosas más curiosas de la vida de las hermanas, es su forma de comunicarse entre las distintas comunidades. Se ve que los móviles aún no llegaron a las zonas del Chaco paraguayo, y sólo pueden saber lo que pasa a través de una radio. Por eso, aún usan este sistema arcaico aunque divertido. El problema, es que hay que ser un verdadero genio para entender todo lo que pasa al otro lado de la línea...

Todos los días, a las siete y media de la tarde, mi querida tía se sienta en una sillita, enciende la radio, y espera a que salgan las otras hermanas. Yo aún no he entendido muy bien cómo funciona el sistema, pero sé que ella se pone a dar unos gritos horribles diciendo algo así como Seeeeeeiiiiis OOoooooochoooooooo seeeeeeeeiiiiiis Uuuuuunooooooo, y responde una voz femenina tal que así: ksrfghiuwEHFIUwhefuiwhgrir. La primera vez que yo escuché eso pensé que alguien la estaba insultando muchísimo, y rápidamente traté de imaginar qué demonios podía haber hecho mi tía para merecerse semejante gruñido. Pero yo no la veía nada afectada. Ella, tan contenta y con una sonrisa en la boca, se limitó a contestar: síiiiiiiiiiii, me parece bieeeeeeeeeen. ¿¿Y quéeeeeee tal estááááááááán?? Yo no era capaz de captar ni un solo improperio de los que salían de ese aparato, pero aquí todas las hermanas se entienden que da gusto. Y lo peor, es que cuando tú te vas alejando de la máquina, pensando que todo ha acabado, sigues oyendo un molesto akughfuwHFIUwhrgoiherugheg, que siempre acaba en un prolongado jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj, y que es la señal de que la conversación ha llegado a su fin, y que por fin vamos a cenar.

Durante la cena, mi tía comparte lo que las otras hermanas le han contado a través de la radio. Yo al principio pensaba que se lo inventaba, porque era imposible que hubiese captado nada entre las interferencias, y la mezcolanza de palabras, pero sí, aquí la gente ya no tiene red ferroviaria porque está anticuada, pero se sigue comunicando por radio.



domingo, 27 de diciembre de 2009

Asesina de insectos

Hoy ha sido un día raro, pero intenso. Uno de esos días en los que no sabes muy bien qué hacer, sin comedor, sin fiestas que celebrar, con un calor aplastante, y en realidad con mil tareas que hacer para ayudar a las hermanas con sus cuentas anuales...

El lunes doy una conferencia sobre marketing -sin preguntas, por favor-, el martes un cursillo de Excel, mañana me voy de pingo con unas amigas, y tengo que prepararme para todo eso. Pero lo que me ha mantenido más atareada, ha sido precisamente una actividad más bien asesina. Os cuento:

Resulta que los piojos se han asentado en mi cabeza y por más productos que me ponga, no se quieren ir. Todos sabemos que hay determinados cueros cabelludos que les gustan más que otros, y está claro que el mío debe ser como un resort de lujo para ellos, porque no hay remedio que consiga echarles. Me he ido a la farmacia en busca de algo aún más fuerte, y he invertido media tarde en ponerme el producto, peinarme, rebuscarme, pasarme la liendrera... En fin, esas cosas que se hacen cuando uno tiene inquilinos.

Ya que estaba en la farmacia, me he comprado una pulsera mágica, que te la pones y los mosquitos ya no van a ti. Y dado que tengo las piernas llenas de picaduras, me he puesto más contenta que un regaliz con mi invento nuevo.

Pero por si esto fuera poco, tengo una invasión de cucarachas en mi cuarto, así que también he tenido que erradicar a una especie alienígena gigante de cucarachas rojas, para que cuando me levante por la noche a hacer pis, no me suban por las piernas y me den un susto de muerte.

Así que ya veis, mi punto de inflexión durante las fiestas navideñas se ha convertido más bien en una jornada de desparasitación intensiva... ¡Sólo espero que haya sido efectiva!



sábado, 26 de diciembre de 2009

Paella por Navidad

Por la mañana, ya más animada tras mi intensa Nochebuena llorosa, mi tía nos sorprendió con regalitos que nos había traído el Niño Jesús. En realidad, el despiste propio de la aceleración Mingo fue el responsable de que ayer a mi querida tiísima se le olvidase poner los paquetes alrededor del pesebre, y en consecuencia, no los repartiera después de la cena. Más bien fueron las otras monjas las que tuvieron que recordárselo, hablando con la boca pequeña, rezando porque en realidad se tratase de un olvido y no de que este año no tuviesen regalos.

Después de la confusión inicial, el Niño Jesús transformado en Concha Mingo me ha dado una bolsita preciosa con una vela ideal (que no puedo encender hasta que no la vean la Churru y mi señora madre), un libro para rezar muchísimo cuando sienta unas más que razonables dudas sobre la divinidad de la Iglesia, una agenda católica y un agua refrescante para cuando me muero de calor. También quería darme el evangelio del año próximo, pero le sugerí que otra persona lo iba a agradecer más que yo.

Así que tras de desayunar un panettone buenísimo hecho por una mujer rusa, y de repartirnos todos nuestros regalos, nos acicalamos para ir a Villa Hayes, otra de las misiones de las hermanas aquí en Paraguay, que está a 40 km. de Asunción, a orillas del río. En mi vida había pasado tanto calor como hoy, llegando a un 99% de humedad, y chorreando de sudor -literalmente- por todo el cuerpo. Pero la buena noticia es que una de las hermanas paraguayas ha hecho paella para celebrar la Navidad, con sus gambitas, sus chirlas, sus mejillones, y hasta un poco de pulpo. Me encantó probar algo con un toque español, y como sabía parecida a la de mi padre, pues me resultó bastante familiar...

Tengo que decir que la Navidad no ha tenido nada que ver con lo que hubiera sido en mi casa, pero aún así, me lo he pasado muy bien tomando el pelo a mi tía -cuyo sentido del humor brilla por su ausencia-, compartiendo tereré con las hermanas, y conociendo un nuevo lugar del Paraguay. Supongo que, como todo, lo más difícil siempre es el primer contacto, y una vez superado el sofocón de Nochebuena, estoy preparada para (casi) todo lo que pueda venir.

¡Feliz Navidad a todos!



viernes, 25 de diciembre de 2009

Una Nochebuena Paraguaya

Creo que una de las cosas más difíciles a las que me he enfrentado desde que estoy aquí ha sido precisamente pasar la Nochebuena lejos de mi casa, de mi familia, de mi ambiente… Ayer, desde que me levanté de la siesta, noté que me entraba una nostalgia irreversible, y no paraba de llorar. Llamé por teléfono a la casa de la Churru, mi abuela materna, con la intención de hablar con todo el mundo, pero mi prima Gloria se llevó su ordenador, y pude verlo todo en directo. Los villancicos, el discurso de la abuela (que gracias a Dios, este año iba dirigido a sugerir que se estirasen el bolsillo para mandarnos dinerito), pude cotillear con mis primas y me enteré de algunas de las novedades más frescas… También supe, por ellas, que tengo algunos primos de alma traidora, que han cambiado nuestra familia por las de sus respectivas parejas –y a esos les digo, que sólo el matrimonio permite semejante atrocidad, y que el año que viene les quiero ver en casa de la Churru, porque allí me llevan una Nochebuena de ventaja-.

Aparte de eso, he vivido una fiesta diferente y he experimentado cómo se celebra la Navidad en un convento. Nos fuimos a la iglesia a mi primera Misa del Gallo, en la noche más calurosa de la historia –o al menos a mí me lo parecía-. Abanico en mano, seguí mis dos horas de eucaristía con la muñeca girando y girando por miedo a morir asfixiada, y jurando en mi interior que jamás volvería a ir a una misa en lo que me quedaba de vida. Y la verdad es que fue muy bonita, porque estaba muy bien decorada, se proyectó una presentación con fotografías de niños recién nacidos, había un pesebre viviente, todas las familias que quisieron participaron, y la homilía fue muy razonable. Aún así, yo pensaba “ahora se estarán repartiendo los regalos en casa de la Churru” o “Seguro que los primos después se van a tomar algo”…

Ya de vuelta a casa, cenamos 4 monchis y yo, y tuve la suerte de que también se apuntara el matrimonio alemán que, aunque ya habían cenado en su casa, quisieron hacernos compañía. La tía Concha preparó comida especial (huevos rellenos, melón con jamón y carne asada), y de postre tomamos clericó, que es una bebida típica paraguaya, muy parecida a la sangría pero con muchísima más fruta y algo menos de vino. Y justo después, tomamos turrones (que yo había traído en octubre cuando me vine) y no sé cómo, consiguieron polvorones. Eso fue lo mejor de todo. Les dije que me encantaban y que una vez había llegado a tomarme 17 de una sola sentada (esa historia la dejo para otro día), y me consiguieron unos polvorones de verdad.

Aquí, a las 12 de la noche, se cantan villancicos, se brinda con sidra y los niños lanzan petardos. Así que eso hicimos. Y yo, tras un día tan intenso y las emociones a flor de piel, a las 12.10 di las buenas noches y me retiré a mi habitación, sabiendo que al día siguiente no lo vería todo tan negro.

Hoy, ya más tranquila y con ganas de seguir experimentando esta Navidad tan diferente, puedo recordar esa conversación tan fantástica que tuve ayer por la mañana con una niña durante la comida del día de Nochebuena. La niña se llamaba Dahiana, y tiene 6 años. Os la suscribo:

-       Espe, ¿tú cuándo te vas a ir? –todos los niños están muy preocupados por eso-.
-       Tranquila princesa, que todavía queda mucho.
-       Bueno… Pues ese día vamos a llorar todos así muy grande porque queremos que te vayas, y te vamos a extrañar…



¿No es una monada? Esos son los niños con los que trabajo todos los días. Me quieren mucho. La mayoría se apartan de ellos porque les consideran algo así como escoria, pero para mí, todos son unos ángeles. 

jueves, 24 de diciembre de 2009

El Gran Día


Hoy también ha sido un día especial, y os voy a explicar por qué.

Por la mañana -antes de que cantase el gallo-, desde el momento en que he abierto el ojo, me he levantado acelerada con cierta inquietud hiperactiva, pensando en todas las cosas que tenía que hacer hoy, el gran día. He hablado con mi señora madre, he desayunado, me han mirado la cabeza, y tras encontrar millones de piojos me he vuelto histérica y he acabado con las provisiones antiparasitarias que existen en toda la casa, y tras el sofocón inicial, me he puesto a construir faldas con papel para la representación de los niños.

Me explico: resulta que hoy era la gran fiesta de Navidad, y los niños iban a representar ante sus padres todo lo que habíamos ensayando los últimos días. Así, hemos organizado un pesebre viviente (con guión de la menda), hemos bailado una salsa con las niñas basado en un tema de Gloria Estefan, y varias danzas paraguayas.

Hemos montado un escenario, un cuarto para que los niños se cambiasen y un vestuario algo extraño extraído de todas partes. Se suponía que la función empezaba a las 10 de la mañana, pero eran las 10,30 y San José (Carlos Acosta) seguía sin aparecer. Yo ya estaba con tal grado de estrés, que me sentía como Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Entre que no habíamos terminado las faldas, que aparecían y desaparecían niños sin parar, que me hablaban a la vez, y que al parecer todos se habían olvidado de sus respectivos guiones, mi corazón estaba a punto de pararse...


Aún no sé cómo ni por qué, mientras me he marchado dos segundos a quitarme todo el producto matapiojos de la cabeza (porque aún lo tenía puesto, con gorro de ducha incluido), han empezado a solucionarse las cosas solas. Hemos vestido al ángel, y a María, hemos buscado un peluche que ha hecho de embarazo ficticio para Santa Isabel, hemos descolgado las cortinas del comedor para que hicieran de capas de los reyes, las toallas eras turbantes, y algunas sábanas hacían las veces de túnicas para los pastores.


Todavía rezando porque todo saliese bien, hemos dado el aviso de que íbamos a comenzar, y por fin hemos empezado con una primera escena, con Dios en medio, llamando a Gabriel para encomendarle la ardua misión de anunciarse a María. Y cuando me he querido dar cuenta, ya estaban los reyes adorando al Niño Jesús.

Ahí he respirado muy hondo, y he empezado a tranquilizarme. Pero el estrés ha vuelto para incordiarme tan sólo dos instantes después, cuando hemos empezado a vestir a las niñas para los bailes. Todas se han vuelto coquetas de repente y querían monopolizar el cuarto de baño. Que si un poco de maquillaje por aquí, que si los labios estaban muy rojos o demasiado blancos... Ya he tenido que ponerme dura y decirles que estaban preciosas tal cuál. ¡Y menos mal, porque sino todavía estábamos allí esperando!




Después de la coreografía, hemos contemplado diferentes bailes típicos de la danza paraguaya, con sus movimientos femeninos, sus cántaros en la cabeza y esas faldas tan características que consiguen resaltar la feminidad en cada giro.



Por último, han cantado un villancico para sus padres, con la hermana Esther a la guitarra...





Y ya, dos horas después, hemos empezado a servir la comida. El matrimonio alemán, el mismo que me llevó a mí al concierto aquella vez, ha donado hoy la comida, y los niños estaban la mar de contentos. Daba gusto ver sus caras, rodeados de sus padres y de sus hermanos, con la boca llena de restos de salsa y cantando alegres canciones de agradecimiento o aplausos a la cocinera. ¡Han estado realmente fabulosos!

Por si fuera poco, una empresa de la zona ha donado una tarta enorme para que hoy pudiesen tener un postre rico, así que para qué íbamos a pedir más...



Librada y Juan Acosta


Y como broche final, hemos repartido las cestas de Navidad (en realidad, bolsas de Navidad), esas que hemos comprado con vuestras aportaciones y vuestro apoyo. Les hemos ido llamando uno por uno para que formaran una fila, e irlas repartiendo. Estaban nerviosísimos, contando lo que salía de la habitación, intranquilos por miedo a quedarse sin su bolsita... Pero han comprobado finalmente que habíamos contado con todos ellos, y qué contentos se han puesto... ¡Desde luego, todo el esfuerzo ha merecido la pena!



Belén y Tiago

Por último, me gustaría dar las gracias a mi amiga Patricia, de Madrid, que está aquí estos días de vacaciones, y ha venido toda la mañana para ayudarnos con la representación y repartiendo la comida a los niños. ¡Gracias Pati!
Y por supuesto, también felicitar a mi madre, porque hoy es su cumpleaños. ¡Felicidades Marmi!



miércoles, 23 de diciembre de 2009

Regalos en la primera fase

El comedor tiene la fortuna de contar con varios benefactores que se acercan mensualmente hasta la casa de las hermanas para donar lo que puedan. Normalmente traen bolsas de pan, kilos de arroz o de pasta y cosas por el estilo, pero de vez en cuando, aparece alguien dispuesto a ofrecer algo digno de un ángel de la guarda.

Esta mañana, se ha presentado una mujer brasileña a la hora de comer, con 100 platos preparados de pollo asado con batata y arroz. Cuando hemos empezado a repartir a cada niño su bandejita plateada, las caras reflejaban una profunda emoción, como si estuviesen dentro de una peli. Se miraban unos a otros, comprobando que el de al lado también tenía su propio pollo, y el de más allá, y el de la mesa del fondo… Se mostraban sorprendidos e incluso incrédulos, ante la posibilidad de variar de menú y de tomar algo ten sumamente maravilloso como un muslo de pollo asado.

De verdad que es una lástima no tener un video para poder dejároslo, porque ha sido una experiencia única, digna de ser retransmitida al mundo entero, para que al menos llegue un poquito de esa ilusión que reflejaban sus caras.

Cuando ya estaban terminando de comer, les hemos repartido un zumo a cada uno, de esos individuales con pajita, y bueno, ya estaban alucinados por que les diésemos una cosa tan espectacular. Pero hoy, en vez de postre, les hemos preparado una sorpresa: la mujer brasileña, ha traído un regalo para cada niño, y justo al final, ha empezado a repartir una muñeca a las niñas, y un cochecito a los niños.

No hay palabras para poder describir sus rostros, entre deslumbrantes y vivos. Cómo habrían con sumo cuidado los delicados envoltorios, y sus ansias por encontrar algo tan bonito como su compañero de mesa… Y me ha llamado especialmente la atención la actitud de Librada –que bueno, es mi prefe, para qué lo vamos a negar-. Libri no quería abrir el regalo porque el papel ya le parecía precioso. No hacía más que darle besos al paquetito, y su sonrisa no se ha borrado ni un solo segundo. De repente he visto que salía disparada, corría hacia la señora, y le susurraba un tímido gracias. Justo después, fruncía los labios, y movía los brazos como indicándole que bajase. Y ahí, en ese momento, se ha colgado de su cuello y le ha dado un beso de lo más sonoro.

Muchos de estos niños no habían tenido nunca un algo en Navidad. Me siento muy afortunada de haber podido ver lo que se siente al recibir ese primer regalo, y de comprobar lo felices que eran las madres presentes, contagiadas por la felicidad de sus hijos.

Ha sido una experiencia inolvidable. Una vez más, ¡qué lástima que os la hayáis perdido!



martes, 22 de diciembre de 2009

Autorretrato

De ojos verde botella, y una mirada inocente, ando paseando por la vida con muchas ganas y una inquietud que me abrasa la piel, de pinceladas sajonas. Los carrillos siempre alegres y una estructura algo hinchada, esconden un corazón coqueto y feliz, que me impulsa a menudo hacia nortes de dudosa reputación, y a escupir fría opiniones en peligro de extinción.

Me gusta mostrarme auténtica, ir dejando capas de apariencia por las calles concurridas de Madrid, y soñar despierta con los tópicos ilustrados de la paz mundial.

No me gusta abandonarme al azar, pero sí al destino, y a menudo me siento a mí misma intensa. Vivo cada instante con una pasión que se sale de mí, tanto en lo bueno como en lo malo. A veces me apago y me mustio, como las flores que en invierno relajan su belleza. Pero al igual que las mejores rosas, siempre llega un día en el que resurjo más colorida, más altiva e incluso con ciertos matices ególatras, que se hipnotizan mirando el sol durante horas, dejándose envolver por su propia fragancia.

Amante de la buena vida, sibarita y melómana, disfruto con lo chic y con lo fashion. Pero -afortunadamente- tengo una marcada capacidad de adaptación a los medios más desfavorecidos. Disfruto por igual con una sonrisa que con un buen Chablis francés, y tengo en el alma algunos resortes cosmopolitas, que me mandan por el mundo en busca de respuestas que mi mente no sabe reconocer en mi amada España.

Marcada por mis experiencias pasadas, y por las futuras, siempre tengo un nuevo destino en mente, y un afán exigente que me eleva hasta los sueños más oscuros. Me gusta abrazar a mis amigos, besar a mi familia, y abandonarme a ese cosquilleo extraño que siento cada vez que me sé querida.

Admiro la belleza y el arte, y mis pasos a menudo tienen como objetivo alguna exposición de Dalí o un cuadro de Picasso. Me considero moderna, pero no posmoderna, y ando aún redactando los valores sobre los que quiero que se asiente mi vida. Me encanta disfrutar de la buena compañía, ir aprendiendo de otras gentes, de otras culturas, mezclarme con los sabores de la tierra, comprender los infortunios y las alegrías, compartir sus gustos, y quedarme con lo que más me gusta de cada experiencia.

Con la mente cada vez más desarrollada, y el corazón más extasiado, me rebelo de una forma casi adolescente a lo que no me gusta, porque me va matando por dentro. Enemiga de la crítica y prófuga de los vicios compulsivos, me permito un gran margen de error en los juicios, porque siempre son traviesos y a menudo desamparados.

Cada vez comulgo más con las filosofías orientales, con sus formas de expresión, con su meditación relajante y única, con su sabiduría y con su arte, y me hago a mí misma mejor persona cuando me cultivo con Gandhi.

Muchas veces perseguida, y otras tantas precursora, mi afán es inestable pero siempre conoce bien su rumbo. Por el corazón pasea libre toda mi familia, tanto la una como la otra, y mis amigos aparecen en mi pensamiento siempre de forma detallada. Fiel, divertida y sorprendente, me animo con la expresión del alma y me indigno ante la represión en cualquiera de sus vertientes.

Por meta no tengo más que el amor incondicional a todos y a mí misma, y persigo azarosa y surrealista, las nuevas formas artísticas que me envuelven y me embriagan. Disfrazada a veces de Freud y otras de Camilo José Cela, baso mi experiencia en la adquisición de un conocimiento que me libere por completo de esas cargas que todos arrastramos y que, gracias a Dios, cada día reducen más mis grilletes.

Comprensiva y cariñosa, me describo escritora, vanguardista y amable, pero por encima de todas las cosas, me sé amante de la vida...

Simplemente, llámame Esperanza.


lunes, 21 de diciembre de 2009

La otra cara de Paraguay


Y hoy por fin, después de un par de meses de espera, he visto de nuevo una cara conocida –a excepción claro de mi querida tía-. Se trata de Patricia, una amiga española de origen paraguayo que se ha venido a Asunción a pasar la Navidad con su familia. Y yo tan contenta, sobre todo porque su prima Kathya me cae la mar de bien.

La tarde ha resultado ser muy placentera y sumamente instructiva, aprendiendo más cosas de Paraguay, de la otra realidad, de la que ni veo ni imagino, pero que también existe. Y os sorprendería lo bien que te lo puedes pasar con las alternativas ociosas y creativas que ofrece esta ciudad, tan latina.

Pero sin duda, lo mejor que tiene este país, es su gente. Todo el mundo te abre las puertas de su casa y de su vida sin siquiera pestañear. No dudan de ti ni por un instante, y te tratan como a un miembro más de la familia. Me encanta el ambiente acogedor que se percibe en cada tertulia y en cada hogar. Parece que te conocen de siempre, y tratan que tu estancia sea lo más agradable posible.

Quizá Paraguay no tenga los cines más grandes del mundo, ni las mejores discotecas, ni unos monumentos espectaculares que atraigan a turistas y curiosos, pero merece la pena pasarse un par de día conviviendo con sus gentes, sintiendo de primera mano ese candor y esa ternura que se refleja en cada uno de sus actos, ese amor que reina en sus vidas.



domingo, 20 de diciembre de 2009

Ellas

Cada vez que alguna mujer paraguaya me dice que se va a ir a España a trabajar, me dan ganas de disuadirla. Yo creo que no son conscientes de lo que dejan, ni de lo que les espera allí... Supongo que no se pueden ni imaginar que acabarán hacinadas en una habitación inmunda con mil personas más, que sólo podrán trabajar como empleadas domésticas, que sus títulos universitarios no serán convalidados ni aunque monten una huelga de hambre en la puerta del Ministerio de Educación, y que lo que ganarán les dará para vivir con las justas, ahorrando hasta el último céntimo.

Ninguna se cree lo que les cuento, porque España es la tierra prometida. Ellas sólo piensan en los sueldos, en los euros (que aquí son como oro), en las fotos seductoras de Madrid y Barcelona, en la nieve, en las terrazas y en el jamón y el vino. Saben que allí la sanidad es gratuita, y ese es un punto muy atractivo. Creen que la vida es muy fácil, y no van muy desencaminadas. Lo que nadie les cuenta, es que una paraguaya (y una ecuatoriana, y una boliviana, y una peruana), una chipegüi, no tiene nada que hacer, y eso por no hablar de la discriminación y el racismo.

A pesar de todo, ellas se van. Y digo ellas, porque siempre son mujeres. Dejan a sus hijos con alguien, pensando que yéndose, les podrán dar lo mejor. Se pasan años dejándose la piel para comprar el billete de avión, y cuando ya lo tienen en la mano, empieza la campaña para colocar a su numerosa prole. Más de una los deja con los vecinos, con la promesa de mandarles 50€ al mes. Y todos tan contentos.

Esas madres normalmente no vuelven, ni ven a sus hijos más. Van esperando a que sus hijos crezcan, y les mandan lo que pueden. Y son precisamente los niños del Bajo, los que yo atiendo, los que están sufriendo las durísimas consecuencias de que sus madres se fuesen a España a trabajar (o en su defecto, a Argentina, pero eso es aún peor, porque las que emigran al país vecino no tienen más opciones que la prostitución). Ya sé que los Acosta -como tantos otros- están así de abandonados, porque su querida mamita se marchó para hacer fortuna, y años después siguen esperando a que vuelva... Aunque en el fondo de sus corazoncitos saben que eso no sucederá nunca.

Muchas de ellas en realidad ven España como una paraíso en el que ya no tienen obligaciones, ni responsabilidades, ni siquiera moral. Se ponen una venda larguísima, y si se sienten mal, llaman por teléfono dos minutos a sus niñitos cuando aún son muy chicos, y San Seacabó.

Hoy por fin he comprendido que muchas de las mujeres que conocemos, las inmigrantes latinas, las que limpian nuestras casas, y las que trabajan en el Vips o en el Burger King, son estas madres, que han abandonado a sus hijos a su suerte, y que no saben (o prefieren ni pensarlo) que se mueren de hambre, que tienen larvas en el estómago, que van medio desnudos, que se juegan la vida cada día en los autobuses para sacar dos duros, y que incluso duermen en la calle. Supongo que también hay excepciones, como todo, pero desde luego lo que yo estoy viviendo aquí, es así. La realidad de la inmigración es muchas veces más una huida que una necesidad. Y ojo, que yo no digo que no necesiten (porque es evidente que sí), pero en vez de trabajar aquí por ellos, de cuidarles, de encargarse de cambiarles el pañal, de darles de comer... En vez de ser madres, han preferido colocar a sus hijos, mandar un poquito de dinero, y esperar a que se hagan mayores. Y cuando los niños tienen 18, ya han cumplido.

Hacen verdaderas maniobras para que les den la residencia, o huyen como criminales de la policía por miedo a la repatriación. Para ellas eso sería peor que la muerte. Qué duro, que tu país, tus padres, tus hijos, tu vida, acabe siendo una tortura así... Ya sé que no se puede juzgar, porque cada uno tiene sus motivos, pero a mí desde luego no me gustaría ser una de ellas...



sábado, 19 de diciembre de 2009

Agujas, papeles y huevos de sapo

Hace unos días, Dania no vino al comedor, y estuvo ausente casi una semana. Cuando por fin la vi de nuevo, estuvimos charlando sobre su repentina desaparición, y me explicó que se sentía mal, y que había estado en el médico.

Al final, ha estado casi un mes faltando con relativa frecuencia, y nadie pudo averiguar qué le pasaba, aunque la mayoría apostaba por una hernia. Esta mañana, en cuanto he abierto la puerta del comedor, ella se ha levantado la camiseta y me ha enseñado todo su torso orgullosa. No le he prestado mucha atención hasta que me he topado con unas veinte rajas alrededor del estómago, todas ellas al rojo vivo. Enseguida le he preguntado que qué demonios le había pasado, y ella me ha respondido encantada que ayer fue a visitar a Ña Eustaquia.

En cuanto ha pronunciado el nombre, unas cinco niñas se han puesto a alabar el buen tino de la mujer como curandera del Bajo, y por fin he deducido que en realidad, esta gente valora más la sabiduría popular de las curanderas, que la de todos los médicos del Paraguay juntos. Al parecer, el sistema se basa en hacer no sé cuántas rajas sobre el mal en cuestión, todas ellas con una aguja bien fina, después poner papeles de periódico envolviendo las heridas, y dejarlas reposar sobre huevos de sapo.

Ya sé que suena surrealista, pero no sé si la gente tiene mucha fe en las hechiceras o qué, pero de momento las personas que se han puesto en sus manos, se han curado por completo. Ahora entiendo un poco más la alegría de Dania, aunque no quiero ni pensar cómo vendrá mañana al comedor. Pobres niños, no sólo no tienen para comer, sino que ni siquiera tienen un buen médico que les dé una pastillita y les cure todos los males...

Quizá alguno de vosotros se atreva con Ña Eustaquia. Por si alguna vez venís, ya tenéis un nombre de referencia. ¡Ahora, la responsabilidad corre de vuestra mano!



viernes, 18 de diciembre de 2009

Conversaciones delirantes

Hoy, mientras esperaba al autobús para irme al hospital, me he cruzado con varios niños del comedor pidiendo dinero en una esquina. Se han alegrado muchísimo de verme, y han empezado a charlar conmigo.

Cuando ya llevábamos un rato hablando, me ha preguntado José María:

- ¿Te vas a tu casa?
- No, me voy a cuidar a una niña que está muy malita -respondo yo-.
- ¿Y tú de dónde eres?
- De España.
- ¡Ah! ¿Y cuándo te vas a volver a ese sitio?
- ¿Tan pronto quieres que me vaya?
- No, pero quiero estar preparado...
- Bueno, pues me iré dentro de mucho, mucho tiempo, como en junio.
- ¿Y qué línea de colectivo tienes que tomar para ir hasta tu casa de España?

Tengo que decir que mis ojos de perplejidad ante la pregunta, me han dejado medio bloqueada, y tras explicarle que no se podía ir en autobús porque había todo un océano entre medias, me ha dicho que entonces él no podría ir nunca porque no sabía nadar...

En fin, me hubiese encantado quedarme charlando con José María un par de horitas, pero Lucía me estaba esperando. Creo que si mañana tengo tiempo, me acercaré a su casa para contarle lo que es un avión y para qué sirve.

Al margen mi vida con los niños, me gustaría remarcar que hoy es Nuestra Señora de la Esperanza, así que desde aquí me gustaría felicitar a mis dos abuelas (que para los que no lo sepáis, ambas se llaman así), a mi madrina -mi tía Tati-, a mi prima María, y a Mercedes (que no es su santo, pero es su cumple), a mi otra tía Espe de la Puerta, y a Espe la madre de mi amiga Ana. Creo que no se me escapa ninguna Esperanza de las que rodean mi vida, pero si es así, espero que os deis por felicitadas desde un rinconcito en Paraguay.


jueves, 17 de diciembre de 2009

Ya es oficial: Juan me odia

(Antes de leer este artículo, recomiendo consultar directamente pulsando sobre el título a continuación las entradas tituladas Los hermanos Acosta I Parte y Los hermanos Acosta II Parte).

Esta mañana, teníamos reunión con las madres en el comedor. Eso significa que vienen muchísimos más niños y que es casi imposible controlarlos a todos... Entre pelea y pelea, una serie de niños gritando mi nombre para acusar a otro, las mayores reclamando mi atención, y alguna que otra trifulca, hemos tenido que suspender la actividad que estaba programada para hoy, porque realmente no había quien consiguiera que esos niños permanecieran quietos en un solo lugar.

El caso es, que tras casi una hora de lucha, por fin he conseguido que se tranquilizasen un poco, y entonces he podido prestar atención al atuendo de Juan Acosta, el menor de los hermanos de los que hablé hace unos días. Llevaba unos pantalones largos de lana y unos zapatos durísimos, estilo naúticos de uniforme escolar -os recuerdo que aquí es pleno verano-. Me ha dado tanta pena, que entre Ana y yo hemos rebuscado para ver si podíamos encontrar algo más fresquito, y bueno, en una caja enorme había unas bermudas que aunque le quedaran grandes, siempre serían mejor que el dichoso pantalón de lana.

Cuando Ana se disponía a cambiarle, hemos descubierto un pañal repugnante, con por lo menos 3 cacas acumuladas, y toda la espalda llena de heridas y sarpullidos. En ese momento me han dado ganas de ir a buscar a su madre a la Argentina y traerla de vuelta a golpes, para que vea cómo están sus hijos. Pero se puede hacer tan poco...

Nos hemos hecho con un pañal nuevo, y le he metido en un barreño para ir lavándole poco a poco. Yo iba esparciendo uniformemente el jabón por todo su cuerpo, limpiándole los restos de heces pegados a la piel, y -por fin- enjuagándole el pelo. Pero cuando he abierto de nuevo el grifo para aclararle y quitarle toda la espuma, le ha entrado jabón en los diminutos ojos. Ha empezado a llorar como un loco, y cuando me he dado la vuelta para coger una toalla, él ha salido escopetado del barreño, derrapando en pelotas por todo el comedor, y cayendo justo a los pies de su hermano mayor, que le ha alzado en brazos y le ha estado tranquilizando durante un buen rato.

Cuando Juan al fin ha dejado de llorar, he intentado vestirle varias veces, pero en cuanto me acercaba a él, volvía el llanto y los pucheros. Gracias a Dios que estaba allí Ana y le ha puesto pomada en las heridas... Yo le he regalado mi bote nuevo de polvos de talco, para que su hermano se lo ponga cada vez que le cambie el pañal.

Esos niños me tienen especialmente preocupada... ¿Nadie está pensando en adoptar?



miércoles, 16 de diciembre de 2009

Ya vienen los Reyes...

Muchos de vosotros me habéis escrito indignados por la situación de los niños que en enero no tendrán qué comer. Pues bien: gracias a vuestra colaboración, no sólo tendrán una cestita de Navidad que ya estamos preparando, y una cena de lo más suculenta, sino que además vamos a hacer paquetitos para que una vez a la semana puedan acercarse hasta el comedor, y retirar la parte de comida que les corresponde. Se trata de una iniciativa al puro estilo comunista ruso, pero con algo más de calor, y también de humanidad...

Además, estamos preparando una representación del nacimiento para que los padres vengan a verla el día 23 por la mañana, un repertorio de bailes latinos, una coreografía de danza paraguaya (que para los que no la conozcáis, es absolutamente preciosa), y una serie de villancicos navideños bastante originales...

Pero es que, por si esto fuera poco, nos vamos a disfrazar de Reyes Magos, y el día 6 por la mañana, todos los niños se encontrarán con la alucinante noticia de que han venido tres seres desde el Oriente, para traerles regalos. Estamos haciendo una lista personalizada para comprar a cada niño lo que más le pueda gustar. 

Desde que me he enterado de esta nueva aventura, me he emocionado tanto que no hago más que contárselo a la gente (a los chicos no, para que sea sorpresa), y todos responden entusiasmados. Es como ser niña de nuevo, y vivir con toda la ilusión de la inocencia el que sin duda es el mejor día del año. ¡Estoy deseando ir a comprar todos los juguetes!

Tengo preparada la cámara de fotos para capturar cada instante, cada cara, cada sonrisa. Y también unos vestidos improvisados que sin duda harán las delicias de los más pequeños. ¡Pero qué bonita es la Navidad! El único inconveniente es no poder disfrutarla en familia...



martes, 15 de diciembre de 2009

Popurrí emocional

Ya sé que os debo una entrada aún, y que voy algo atrasada en esto de escribir, pero se acerca la Navidad y la vida aquí también es algo ajetreada aunque parezca mentira...

Estaba esta tarde pensando en qué podía escribir, y la verdad es que me he dado cuenta de que tengo miles de novedades, unas más alegres que otras... Empecemos por el principio:

El sábado faltaron al comedor tres niños de los incondicionales, y ya, a última hora, me tropecé con uno de ellos: Leo (¿os acordáis? Podéis leer más sobre él desde aquí en la entrada titulada ¿Dónde está Leo? Por cierto, que el niño ya está mucho mejor). El caso es que me estuvo contando una historia algo extraña sin pies ni cabeza... Resulta que su madre procedía de una familia de bien, y era pariente del antiguo presidente del gobierno. Estudió música y piano en Argentina, y volvió a Paraguay hecha una señorita y con un futuro prometedor. Durante su búsqueda de trabajo en los mejores conservatorios, y con la mirada puesta en Europa, se enamoró locamente de un chico salido de la calle, y enfrentándose a su familia y a su supuesto provenir brillante, renunció a todo lo que siempre había querido, y se casó con su pobretón guaperas. A los 18 años ya tenía a su primer hijo en brazos, y se pasó así las dos siguientes décadas.

Un día se miró en el espejo, sin dientes, ni padres, ni dinero, ni piano... Se vio rodeada de niños impertinentes, viviendo en una casa inmunda, obligando a sus hijos a viajar de autobús en autobús para pedir alguna moneda y poder ir tirando. Se tropezó con un marido alcohólico, cuyo hobby favorito parecía ser practicar boxeo en su cara. Ese día, Irma se miró en el espejo y se asustó al comprobar que no le quedaba ni un ápice de la muchacha que un día fue. Ahora sólo era una mujerzuela más del Bajo.

Y no le gustó su nuevo descubrimiento. Se pintó los labios, se lavó los pies, y salió sin decir a nadie a dónde iba. Apenas unas horas después, un par de policías se presentaron en su casa para arrestar a su marido maltratador. La buena noticia es que estaba tan borracho que ni se enteró, y la mala es que le condenaron tan sólo a 5 años de prisión. Todo esto fue el sábado, y hoy lunes, Irma ya tenía otra cara: la de una mujer que se ha reencontrado con su destino. Estoy muy contenta por ella, y por sus hijos. ¡Espero que todo esto sea algo bueno para la familia!

Por otro lado, estoy encantada porque hoy me he encontrado con algunos de los niños de La Casita de Belén cuando salía de la clínica, y han venido a mí corriendo y gritando tía Espe, tía Espe, ¿por qué ya no vienes? Me ha gustado tanto que me ha salido una lagrimita de emoción. Se han quedado un tanto extrañados de mi reacción, así que para aliviarles, les he prometido que esta semana iré a comer con ellos y así les veo un rato largo...

Y mi último apunte, algo alarmante, es mi constante preocupación por los hermanos Acosta (y los García, los Vázquez y los Tillería). Son los más necesitados, y no comen más que lo que se les da en el comedor. Durante el mes de enero, va a estar cerrado porque las monjas se reúnen, se van de retiro, y viajan a sus casas para unas merecidas vacaciones estivales. Y yo me pregunto, ¿qué pasa con estas pobres criaturas? Le he propuesto a mi tía que durante esos días vaya yo misma a sus casas a llevarles unos bocatas o cualquier cosa para que puedan comer (y ya he decidido que si ella no me lo subvenciona, lo haré yo misma). No puedo quedarme tan ricamente en mi casa mientras hay unos 30 niños que se mueren de hambre de verdad, a tan sólo un par de manzanas de donde yo estoy.

Éstas son mis novedades variopintas de mis últimos días, y un reflejo de la multitud de emociones diarias que se sienten aquí, que pasan por todos los estados de ánimo que uno pueda imaginar (y también por otros nuevos, que yo ni siquiera sabía que existieran)...

¡Un beso enorme!



domingo, 13 de diciembre de 2009

Fiesta pijama

En primer lugar, lamento el retraso en mi publicación de hoy, pero por problemas técnicos no me ha sido posible escribiros antes.

Ayer, después de un día ajetreadísimo, quedé con una amiga para ir al cine, y entre unas cosas y otras, una conversación animada y unas ganas increíbles de seguir charlando, acabamos en su casa. Hicimos una especie de fiesta pijama para dos, y me lo pasé fenomenal. Me recordó a mis años de facultad, en los que siempre me quedaba en casa de alguna de mis compañeras, unas veces para trabajar hasta altas horas de la madrugada, y otras sólo para hablar durante horas de las mismas cosas absorbentes de siempre...

El caso es que he disfrutado, he aprendido más cosas de esta nueva cultura que me acoge, y he comprobado que los problemas que nos preocupan a los jóvenes son los mismos en Madrid, en Asunción y en Tumbuctú. Ha sido maravilloso poder disfrutar de esta oportunidad...

Además, tengo la enorme suerte de contar con una nueva amistad. Sé que Ana Liz será mi amiga hasta el día en que me muera, porque me siento muy cómoda con ella, y nuestra forma de mirar la vida es de lo más similar. ¡Da gusto cruzarse con alguien en el camino con el que sintonizas tan bien!

Me gustaría dedicarle unas líneas a mis queridos compañeros de aventuras, a esos niños preciosos que me presentó Alberto, y que este fin de semana han podido disfrutar de una nueva aventura en Duruelo (Segovia). Me consta que me han tenido presente durante toda la jornada, y que han hecho una serie de donaciones de lo más generosas para mi comedor. Muchas gracias a todos de corazón. ¡Mis niños y yo os lo agradecemos!

Una vez más, me encanta vivir en Asunción.



¡Ya les gustaría a las de la foto estar tan estupendas como Ani y yo!

sábado, 12 de diciembre de 2009

Cantando bajo la lluvia

Esta tarde, iba yo tan contenta a mi cita diaria con Lucía pitufo en el hospital, cuando un ligero malestar abdominal me ha hecho pulsar la campanilla del autobús e indicar al conductor que me quería bajar en la siguiente parada.

He sido muy afortunada al comprobar que, el amable señor, había elegido una calle muy próxima a un centro comercial que conocía para que yo descendiera, y en el corto trayecto, ha caído por enésima vez desde que estoy aquí un nuevo diluvio universal, y me he calado hasta los huesos en tan sólo dos segundos. ¡Lo qué daría por que mi ducha saliese con la misma intensidad! En un primer momento, mi reacción ha sido la de salir corriendo para resguardarme de la lluvia, pero en cuanto he dado unos pasos, me he dado cuenta de lo inmensamente placentero que resultaba estar ahí, en mitad de la calle, simplemente sintiendo las gotas resbalando desde mi pelo suelto hasta los pies casi descalzos…

Entonces he estirado los brazos, al mejor estilo del Cristo del Corcovado, he levantado la cabeza mirando hacia el cielo, y he cerrado los ojos, para intensificar la percepción de los otros sentidos. No sé cuánto tiempo me he quedado ahí, pero cuando los he abierto de nuevo, tenía a varias personas mirándome extrañadas, como en una escena de televisión a lo Ally McBeal. En ese momento me he vuelto a acordar de mi dolor de tripa, de mi urgencia por encontrar un cuarto de baño lo antes posible, y ha surgido una nueva preocupación, relacionada con mi atuendo pasado por agua y el frío del aire acondicionado del centro comercial…

He solucionado mis pequeños problemas lo antes posible, me he secado como he podido con el secador cutre del servicio de señoras, y cuando me disponía a salir de nuevo del inmenso edificio, me he topado con una tienda que estaba promocionando el nuevo disco de Joaquín Sabina. Y como no podía ser menos, he entrado emocionada, y he aportado mi granito de arena para que los cantautores españoles sigan creando obras tan extraordinarias como las de mi querido Joaquinito.

Y cuando me quería ir de nuevo al hospital, me ha llovido lo que no está en los escritos. Estoy segura de que la historia de Noé es un mito, en comparación con lo que he visto yo hoy. Un tiempo infernal, con los árboles moviéndose románticos, y los mangos aún verdes cayendo sin piedad. Eso parecía una lluvia de macedonia, así que salí corriendo, tapándome la cabeza con los brazos, y dado que mi dolor de estómago no había remitido ni un poquito, y mi autobús parecía estar en huelga, me volví a casa, y tan ricamente…

Iba yo absorta en mis pensamientos, cuando me di cuenta de que en realidad había sido una tarde de película, y en ese preciso momento supe cómo se debían sentir los protagonistas de Cantando bajo la Lluvia, mientras daban vueltas alrededor de las farolas, jugando con unos paraguas negros elegantísimos, y cantando melodías muy apropiadas para un día como el de hoy. Claro, que Gene Kelly no describía el embriagador olor a tierra mojada, ni la sensación extraordinaria del agua refrescándote cada poro de la piel… Definitivamente, prefiero mil veces la vida real a las películas, que son un mero entretenimiento insípido frente a la realidad.

Estoy aprendiendo muchísimo. Pero lo que más me gusta, es que estoy descubriendo sentimientos nuevos, como precisamente el de cantar bajo la lluvia



viernes, 11 de diciembre de 2009

Vida de un piojo

Desde hace casi un mes, cada miércoles y viernes me dedico a despiojar a los niños. Los que me seguís a diario, ya sabéis de qué va el percal...

El primer día, empecé a rebuscar en la cabeza de una niña diminuta, y no quiero ni explicaros lo que salió de aquella exploración, pero lo peor llegó cuando me di cuenta de que según iban pasando por mi lado diferentes niños, adultos e incluso abuelitas, más me percataba de lo fatal que vive esta pobre gente.

No sé cómo describir algunas cabezas, que tienen tantas liendres que después de varias semanas de desparasitación, han cambiado de color, volviendo al moreno original (y abandonando un blanco canoso de lo más desagradable). Todos los días seguimos el mismo procedimiento: empezamos a mirar cabezas, captamos los tres o cuatro bichitos que merodean por la zona con sólo fijar la atención en las raíces de la nuca, con una instintiva e involuntaria cara de asco, cogemos el diminuto bote de loción, y la esparcimos bien por todo el cuero cabelludo.

A los más pequeños les encanta el olor que tiene, que recuerda a la manzana verde, y a los mayores les seduce más el ligero masaje obligatorio por sus cabezas. Cuando el ungüento lleva ya un buen rato, empezamos a lavar bien con champú, y después se colocan encima de un barreño enorme, y se cepillan muy fuerte sobre él para que caigan el mayor número de piojos. Nadie puede siquiera imaginar lo que sale de ahí... Centenares de pipis medio ahogados, que luchan en vano por sobrevivir a mis perversos planes aniquiladores de parásitos. ¡Es repugnante! Antes de venir a Paraguay, me pasé por una farmacia de Pozuelo y me dieron un producto que en teoría prevenía el asentamiento hippioso de los piojos, y cada mañana me rocío por todas partes, me pongo un pañuelo a lo musulmán, y que sea lo que Dios quiera... ¡Pero cómo vuelan los condenados!

Cuando mi cara ya no puede expresar más disgusto, comienzo a cortar el pelo. Ahora nos hemos hecho con una máquina de esas para rapar a los chicos, y me he convertido en la dueña del lugar. Les pongo a todos en fila india y esperan ansiosos a pasar por la silla de barbero que he instalado en el despacho. Van todos igualitos, parecen salidos de la mili, pero ya no les queda ni un sólo bicho, liendre o proyecto de tal.

En cambio las chicas son más complicaditas: unas porque no se quieren cortar el pelo, otras porque sus padres no les dejan, y las menos, porque me piden que se lo corte de las maneras más extrañas. El otro día, Angélica se sienta en mi silla, y me dice: profe Espe, yo lo quiero en "degradé". Y yo la miro alucinada y pienso -para mí- ésta se cree que soy peluquera. Pero con el tiempo y la práctica, me estoy planteando muy seriamente dedicarme profesionalmente a esto, porque ya sé hasta cortar flequillos de tres maneras distintas.

Pero no os creáis que esto acaba aquí, porque cuando pasamos las liendreras por las cabezas recién lavadas, salen piojos a mansalva, de diez en diez, y da igual a quién elijas o cuánta loción le hayas suministrado, porque están todos esos niños plagados de bichos.

Pero lo peor de esta cuestión, es que yo aún no entiendo para qué demonios sirve un piojo. Yo me lo planteaba el otro día, porque yo creo que ni siquiera forma parte de la cadena trófica. Un gusano alimenta al pájaro, y éste a su vez al zorro, y así sucesivamente... Pero, ¿y un piojo? Es un bicho repugnante que te absorbe la cabeza y va saltando de una a otra con el único fin de reproducirse sin piedad... ¿Quizá sea un invento de las industrias farmacéuticas?

Sólo hay dos seres en el planeta cuya existencia aún no he llegado a comprender: los piojos, por supuesto, y las garrapatas.



jueves, 10 de diciembre de 2009

Espacio Libre de Humos

Hoy siento el deseo de escribir sobre algo un tanto menos profundo como el tópico (real) del hambre en el mundo, y centrar mi discurso en felicitarme por cumplir dos años (¡cómo pasa el tiempo!) sin fumar.

Tal día como hoy, el 10 de diciembre del año 2007, andaba yo paseándome por las calles nevadas de mi amada ciudad polaca de Lodz, lugar que me alojó durante 10 meses durante mi año erasmus. Yo me cuidé del frío con mucho ahínco, me hice con un abrigo de comunista ruso, mi madre me llenó de gorros multicolores y camisetas térmicas, la Churru me hizo una bufanda de lana, me compré unas botas horrorosas para la nieve… Pero fue inevitable que la gripe visitara mi casa y se apoderase de mí, dejándome sin voz y casi sin garganta.

La conciencia me obligaba a evitar el tabaco –y eso que una parte de mí quería acallar esa vocecilla tan sabia que me susurraba un tímido “no, no lo hagas”-. Y como siempre vence el bien sobre el mal, al menos en mi encantadora vida fantástica, por fin me decidí a dar el paso (con la boca pequeña), y guardé en el cajón de las medicinas los restos de cigarrillos que quedaban por la casa. Ya sé que el lugar es un tanto extraño, pero era también el menos frecuentado, gracias a Dios.

Y misteriosamente me resultó fácil dejar de fumar. Pasó una semana, y luego un mes. Sobreviví a la multitudinaria cena de Nochebuena con mis (muy fumadores) familiares Mingo, y a la fiesta de Fin de Año. Y pasó un mes más, y un año… Y así hasta hoy.

Supongo que me había llegado el momento de dejarlo, encontré la fuerza que necesitaba, y tomé la mejor decisión de mi vida (o rectifiqué el error de haber comenzado). Desde aquí animo a todos los que os lo estéis planteando, pero sin agobios. Cuando os llegue el momento, lo sabréis.

También me encantaría felicitar a todas aquellas personas que lo han conseguido, porque os comprendo, y sé lo difícil que resulta, especialmente en los momentos especiales. Pero ahora oléis mejor, no os ahogáis, no dependéis de ir a un estanco o a un bar a horas en las que da pereza hasta levantarse del sofá, no os sentís discriminados cuando estáis en un ambiente de no fumadores, os ahorráis un dinerillo todos los meses… En fin, todas esas ventajas que ya conocéis.

Y me gustaría dedicar mi último párrafo a dar la enhorabuena a mi amiga Ana, que dejó de fumar el mismo día que yo (ella estaba mucho más enferma aquel día en Polonia), y sé que sin ese apoyo tan incondicional jamás lo habría conseguido yo sola. ¡Gracias de todo corazón!

¡Un beso a todos, y ánimo!



En Polonia, días antes de dejarlo

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Viaje al centro de la naturaleza


Siempre me resulta sumamente estimulante descubrir sitios nuevos, y más aún si el sitio en cuestión es de mi agrado.

Hoy, día de la Inmaculada Concepción, es fiesta en la mayoría de los países católicos, y Paraguay está claro que es uno, por lo que he vivido mi jornada como si de un domingo se tratase. ¡Y cómo he disfrutado de mi día!

Por la mañana he cocinado para las hermanas, y he de decir que aunque mi intención era hacer una lasagna –que es lo que me han pedido-, he tenido que ir cambiando la receta sobre la marcha, hasta conseguir algo similar aunque de lo más variopinto, y que he bautizado con el poco original nombre de lasagna paraguaya, en honor a su origen geográfico.

Después de degustar mi invento, bastante light aunque muy trabajoso, y de causar sensación con el mejunje de verduras y láminas de pasta, nos hemos echado una siesta de las que hacen historia –qué gustito dan esos días de fiesta en los que no haces nada-. Y por la tarde, como mi plan original se ha visto truncado por los infortunios de los problemas técnicos de las nuevas tecnologías, me he ido con la hermana Andresa a conocer el Jardín Botánico.

Llevaba varios días queriendo ir porque todo el mundo me hablaba maravillas de ese curioso parque, y tras caminar unos 10 minutos, me he topado de bruces con una de las cosas más impresionantes que he visto en mi vida y, aunque totalmente distinto de los paisajes europeos, os aseguro que no tiene nada que envidiarle al Versalles parisino, ni a los palacios imperiales de Viena, ni al Callejón del Oro de Praga.


El Jardín Botánico es un parque inmenso, del estilo de nuestro Retiro madrileño, pero con una vegetación mucho más extensa, tropical, cuajado de cocoteros, palmeras, sauces –y unos dos millones de especies más que no supe identificar, pero que resultaban deliciosas a la vista-. Kilómetros y kilómetros de paisaje multicolor, donde los tonos pastel se entremezclaban con los colores más vivos. A cada paso descubría una flor nueva y extraordinaria, que parecía ser un retrato fiel de cualquier oda a la vida, y cuando ya pensaba que no podía encontrar nada más bello, me topé con un espacio inmenso plagado de monos, cisnes, tortugas y osos hormigueros. Una diminuta valla –aparentemente de lo más endeble- era lo único que me separaba de acariciar los lomos de los animalitos, y un lago en el medio, cuajado de nenúfares, habría dejado en ridículo al mismísimo Monet.

Una vez más, me siento limitada por las palabras, y me frustra enormemente no poder regalaros un pedazo del jardín botánico, con su zoo en el medio, y su elefante, y su león africano… Me gustaría mandaros aunque fuese un mísero rayo de sol filtrado a través de las hojas de los árboles…

Me he pasado toda la tarde en ese parque, disfrutando de cada instante, del olor embriagador a eucalipto, y del paisaje inigualable… ¡Parece mentira que exista un rincón así en el mundo! Desde luego, venir a Asunción merece la pena sólo por pasar un día entero en el Botánico. ¡Creo que ya he descubierto mi atracción favorita!