martes, 17 de noviembre de 2009

Una experiencia surrealista

Hoy ha sido un día de esos que marcan la vida de uno... Un día lleno de niños...

Para empezar, debo decir que la semana pasada llegó un bebé nuevo a La Casita de Belén. Se llama Nelson y debe tener unos 10 meses. Desde el principio se convirtió en mi favorito, aunque soy consciente de que eso no está bien, pero es una verdadera monada. Siempre quiere estar en mis brazos, y soy la única con la que aguanta tanto... Le adoro.

Cuando he vuelto de la casita, un niño diminuto me ha cedido el asiento en el autobús, y me ha emocionado tanto que casi me pongo a llorar. No sé cómo explicar lo que he sentido, cómo me ha mirado... Ha sido precioso, y no sólo por el hecho -que ya tiene su mérito-, sino por su gesto, por su expresión, por su bondad. Supongo que me habrá visto la cara derrengada y medio ahogada por el calor, y si yo me hubiese visto a mí misma puede que también me hubiera cedido el sitio... Pero ese niño... Qué adorable.

Me he pasado todo el trayecto sin dejar de pensar en él y en sus ojos, como anonadada en mis pensamientos. Y cuando he llegado a casa, me he encontrado a otro niño en la puerta merodeando. Me ha llamado mucho la atención y he intentado identificarle, pero iba muy bien vestido por lo que no podía ser uno de los chicos del comedor. Me ha dicho muy tímidamente que se le había colado la pelota en la parte inferior de nuestro jardín, y me pedía que le ayudase a buscarla. Le he invitado a pasar, y hemos recorrido juntos los 300 metros que nos separaban de su preciado balón. Durante todo el camino le he ido preguntando cómo se llamaba, cuántos años tenía y dónde vivía. Pude averiguar que se llamaba Marquitos, que tenía 8 años y que era uno de nuestros vecinos. Al cabo de poco tiempo vimos la esfera amarilla y él se lanzó a por ella. Entonces, mientras deshacíamos nuestros pasos de nuevo, me contó que ayer por la noche murió su hermano mayor, de 24 años, en un accidente de tráfico. Me lo ha dicho con muchísima pena, y entonces le he cogido en brazos y le he dicho que podía venir a verme siempre que quisiera para charlar, o simplemente para jugar y después invitarle a un helado. De verdad que espero que venga.

Pero lo mejor ha venido por la noche, cuando he ido al bautizo de 5 de los chicos del comedor. Yo había quedado con la hermana Andresa en que iríamos andando, dando un paseo, y así me enseñaría el único barrio que me quedaba por conocer de los de los niños que vienen cada día a comer con nosotras. Esa zona también es conocida por aquí como El Bajo, y ahora entiendo el porqué. Parecían chabolas de indigentes, todas de madera podrida. El hedor a descomposición era nauseabundo, y la carretera -por llamarla de alguna manera- estaba estancada.

Unos veinte minutos después hemos llegado por fin a la capilla en la que se iba a celebrar el bautizo, y nos encontramos con que otros 20 niños más de todas las edades también recibirían el sacramento. Esperaban engalanados de blanco, ansiosos, junto a sus madres en la puerta de la iglesia diminuta. Pero no sé si es que a nadie se le ocurrió que eso podía pasar, pero había mucha más gente fuera que dentro, por lo que nadie se enteró de nada de lo que pasaba durante las dos horas de reloj que ha durado el asunto.

Pero eso no es lo mejor. Cuando estaba empezando la misa, un perro se ha colado en la iglesia y nadie ha parecido alarmarse. Total, que revoloteaba de un lado para otro, algunos le rascaban la tripa, otros le llamaban por un nombre en guaraní y un niño le ha dado un chicle para ver qué pasaba. El perro ha empezado a hacer aspavientos, por fin ha salido de la capilla, y ya nunca supimos más de él.

Unos diez minutos después de eso, sale una niña de la iglesia escopetada y vomita en mitad del tinglado encima de unas cuantas personas. Y tampoco se extraña la gente en esta ocasión. Así que han cogido un poco de tierra del suelo, se lo han esparcido por encima, y como si nada. La niña se ha quedado fuera y ha vomitado hasta el higadillo... Y cuando se encontraba mejor, ha vuelto a su silla y tan tranquila.

Durante el sacramento del bautismo, una cola inmensa de padres con múltiples hijos se iban turnando para ir metiendo a sus hijos en la pila uno a uno, y yo no he podido evitar pensar que en el fondo esta tradición tiene algo de bárbaro, porque no es normal mojar a los niños y que todos sin excepción acaben llorando a moco tendido. El caso es que los unos se contagiaban a los otros, y eso parecía una serenata nocturna titulada Oda al Llanto. Por supuesto, eso sin incluir los 15 millones de mosquitos que también estaban de celebración esta noche.

Pero por fin ha acabado la ceremonia, y nos hemos vuelto a casa, son 6 sapos gigantescos siguiéndonos todo el camino, y yo tirando de la hermana Rosa que es muy mayor y ya no podía con su alma. Y cuando llego a casa, me dice mi tía que mañana hay otra celebración igual, pero con una procesión en honor a San Roque previamente...

Ya le he dicho que a lo de mañana a mí me borren, que con lo de hoy ya he tenido rezos, cantos y misas para toda la semana... ¡Aunque supongo que de la del domingo no me salva nadie!



No hay comentarios: