martes, 29 de junio de 2010

Y se hizo el caos...

Esta mañana mi padre, como cada día, me ha dejado en Argüelles. Una vez ahí yo -habitualmente- me voy en metro hasta Sol para llegar a tiempo a mi trabajo en la calle de Atocha. Pero hoy todo se veía diferente. Desde que he salido de casa, un atasco extraordinario asolaba la M-40, y yo -más sorprendida que otra cosa- contemplaba las caras aún dormidas de mis compañeros de autopista.

Un rato después he llegado al fin de mi trayecto en coche, y me he dirigido tan contenta hasta la boca de metro de Argüelles, pero qué sorpresa me llevé al comprobar que no había. Los trabajadores ya habían amenzado con hacer una huelga general, pero nadie pensó nunca que llegarían a cumplirla. He cruzado Princesa con la firme intención de irme en autobús hasta la parada de Preciados, pero nada. Estaba tan lleno que no paraba ni para subir ni para bajar pasajeros. Riadas de gente azotaban las aceras, el olor a café portátil se mezclaba con el sonido de los pasos acelerados de mil señoras que llegaban tarde, e infinitos claxons haciendo verdaderos esfuerzos por hacerse oír entre el barullo.

Dos señores entrajetados han llegado a las manos, y las sirenas de varias ambulancias se mantenían estáticas en Callao, trazando un plan casi militar para evacuar la zona, y dos abuelitas se pegaban a bolsazos luchando por adueñarse de un taxi de los 80. Las caras de las personas se tornaban violentas, unas mochileras lloraban porque perdían su avión a Helsinki, un grupo de turistas japoneses se dejaban engañar por un vendedor ambulante, y los carteristas hacían su agosto entre el gentío y la confusión.

Unos hermanos rumanos se guiñaban el ojo cuando una cuarentona les lanzaba 5 euros al vuelo por sus increíbles dotes musicales, y alguno que otro pagaba sus frustraciones con el móvil, o con el ipod, o con cualquier cosa que sirviera a tal efecto.

Los restaurantes se empezaban a llenar de personas que, cansadas de no poder ni andar, se sentaban a tomar algo mientras pasase la abalancha, y todos hablaban sin cesar por teléfono explicando a sus jefes, a sus hijos o a sus novios por qué no llegaban a sus destinos.

Yo jamás pensé que una huelga de metro pudiese sumir la ciudad en un caos. Pero sí. Ahora sabemos a ciencia cierta lo que es depender de algo tan material como un tren. Yo no quiero vivir en una realidad tan desgastada. Yo me quiero ir de aquí. Nos estamos volviendo todos locos. Las cosas realmente importantes han dejado de serlo, y parece que no hay nada que valga más que el tiempo y el dinero...



P.D. Para los que no lo sepáis, mañana también habrá huelga general, y a partir del día 1 de julio se convoca a los trabajadores a una huelga de duración indefinida.

domingo, 27 de junio de 2010

La gran Psicosis Gonsáles

El jueves por la noche me acerqué de nuevo hasta el Ne me quitte pas para ver un espectáculo de cabaret a manos de La Gran Psicosis Gonsáles. Si os soy sincera, yo no tenía la más mínima idea de a lo que iba. Nunca en mi vida había visto a esa señora, y mi visión mental de un cabaret era algo más parecido a las damas francesas de las pelis de Disney que otra cosa...

A las 10 en punto entré por la pequeña puerta del local y Muna ya tenía reservada a mi nombre una mesa para seis. Me senté, pedí una Coca-cola bien fría -era pronto para empezar de golpe por los gintonics-, y nos fueron trayendo poco a poco una serie de aperitivos, cada cuál más delicioso... Pedí una ensalada para compartir, y esperamos hasta que la diva decidió hacer su entrada triunfal en el escenario, cantando un tango de lo más conocido.

Según iba avanzando la noche, el público se iba animando ante el afinadísimo sentido del humor made in Argentina de Psicosis, y todos contestábamos con una mezcla entre diversión y pudor sus más que íntimas preguntas.

Puedo decir que es uno de los espectáculos que más me han gustado de los últimos que he visto -excluyendo por supuesto el concierto de Joaquín Sabina en Las Ventas-, y que os recomiendo a todos que estéis atentos para acercaros al Ne me quitte pas a verla la próxima vez que actúe en directo, porque está más que recomenda.

Una vez más, un beso enorme a Muna, que está creando un verdadero salón de arte en su local. ¡Gracias!

jueves, 24 de junio de 2010

Nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos...

El martes-¡por fin!- llegó el gran día, y me fui a ver el concierto de Joaquín Sabina en la Plaza de toros de las Ventas. Desde que me compré su nuevo disco, Vinagre y Rosas, estuve pendiente de su página web para poder verle una vez más en directo, y conseguí cumplir ese sueño.
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Me pasé todo el día nerviosísima, como cuando era una niña pequeña y tocaba excursión en el cole. Cada cinco minutos miraba la hora pensando en que el tiempo no pasaba, y por fin, a las 10 en punto, me senté en mi huequito de la plaza, en una especie de minimundo mágico que yo misma había creado para disfrutar de la que intuía como una de las mejores noches de mi vida.

Sabina apareció minutos después, cantando su Tiramisú de Limón, y se presentó ante los madrileños, cantando viejos temas de esos que nunca mueren, y que que tantas veces antes habían hecho los honores a esa plaza mítica de Madrid. Nos confesó, a mitad del concierto, que esa sería la última vez que él pisaría aquel escenario, anunciando también su retirada del mundo de la música. Un sentidísimo suspiro nos recorrió el cuerpo, pero también nos animó a disfrutar intensamente de cada instante que nos quedaba frente a él.

Cada canción era aún mejor que la anterior, y según pasaban los segundos, yo no paraba de pensar en que realmente es un músico de primera, y lamenté profundamente no verle más en directo, por lo que decidí mirar su calendario de conciertos de esta última gira, e irme sin más al que estuviera más cerca de Madrid.

La noche brilló por la alegría, la ilusión, y ese rollo ochentero tan característico de los protagonistas de la movida, y que tiene su propio encanto. Todos aplaudíamos, gritábamos, saltábamos y reíamos, poniendo el broche final a sus Noches de Boda, y dejando a su paso alguna que otra lagrimita.

Fueron más de tres horas de concierto, en las que Sabina demostró con creces su grandeza, diciendo adiós con mayúsculas, por la puerta grande, como un auténtico torero.

¡Gracias, maestro, por tu poesía!



Os dejo unos videos de algunos momentos del concierto:




Yo me quedo en Madrid



Y sin embargo...

martes, 22 de junio de 2010

Inocente de esquina

Una vez mi abuela Espe me dijo que lo del café de la mañana es algo imperdonable en Madrid, y qué razón tenía. Ya puedes ser un currito o el directivo más temido de una empresa, que todo el mundo comprenderá y esperará pacientemente si llega a verte y resulta que saliste a tomar un café.

Pues bien, yo me fui esta mañana a por mi café de rigor a eso de las 11, y como tenía algo de prisa y no me quería retrasar mucho, fui a un bar al que no había ido nunca pero que estaba justo debajo de mi oficina. Nada más entrar, un chino muy sonriente me preguntó qué quería, y yo le pedí un cortado, por favor. No había terminado de pronunciar la palabra, cuando tenía en mi lado de la barra un vaso largo de cristal con mi café más que dispuesto, a la temperatura perfecta, listo para beber e irme.

Yo me quedé pensando dos segundos si pedirme una tostada con tomate o quedarme con el café y punto, cuando un señor encantador, que debía rondar los 80, se me acercó y me dio los buenos días. Desde el principio congeniamos perfectamente, y nos pusimos a hablar sobre la ciudad de Madrid. Yo perdí por completo la noción del tiempo, y me imbuí en las historias más que truculentas de Felipe II, Carlos III y algún que otro Conde-Duque de Olivares. No sé en qué momento Luis -que así se llamaba el señor- pagó mi cuenta sin que yo me enterara, y como me estaba encantando la conversación, le di mi número cuando me lo pidió por si algún día volvía a desayunar ahí y podíamos coincidir de nuevo para tomarnos otro café.

Miré el reloj con horror, y me excusé rápidamente explicándole que debía volver a mi trabajo. Él insistió en acompañarme hasta la puerta, y yo, indiferente, no me negué. Nos dimos la mano, luego él me dio dos besos, y me agarró de la cintura. Su mano bajó muchos centímetros más de lo necesario, y yo me quedé de lo más sorprendida. Pensé que la edad a veces nos juega malas pasadas, y me fui de allí pitando por si las moscas.

Cuando subí a la oficina de nuevo, les conté a mis compañeros que creía que un abuelito había intentado ligar conmigo. Empezaron a preguntarme, yo les fui respondiendo, y de repente uno de ellos me explicó, con mucha delicadeza, que el bar en el que yo me había tomado el café era un local de citas en el que las prostitutas iban en busca de nuevos clientes.

Según me iban contando más y más sobre la cafetería, mi cara se iba contorsionando en formas surrealistas, hasta el punto de darme cuenta de que me habían tomado por una prostituta. Rápidamente me miré y me tranquilicé al comprobar que mi estilo no tenía nada de provocador, sino más bien todo lo contrario, y me horroricé al acordarme de que le había dado mi número de teléfono a un señor que pensaba que yo era un puta.

Al final descubrí que sólo me quedaban dos opciones: tomármelo como algo horrible, o sacar mi más que desarrollado sentido del humor y descubrir con alegría que aún no había perdido la inocencia. Al fin y al cabo, yo no me había dado por aludida ni por un instante de todo aquel simulacro malintencionado de coqueteo de los bajos fondos.


lunes, 21 de junio de 2010

Telefonista de tipo B


Cuando hablo con una persona, mi mente tiende a imaginar automáticamente el retrato del individuo en cuestión con el que converso. Hay veces en las que es muy fácil, como cuando me llama mi madre o cualquier otro que mi cerebro ya ha registrado como ser-conocido-e-identificado en una sola imagen. En cambio, cuando el interlocutor es alguien a quien no he visto en mi vida, la cosa se complica.

En el caso de las telefonistas, yo habitualmente imagino a una chica joven, eficiente, que teclea muy rápido buscando la información que estoy solicitando... Imagino que a mitad de la tarde se come una manzana entre llamada y llamada para matar el hambre, y que sale de su trabajo bastante cansada y deseosa de tomar algo en algún bar encantador con su novio.

No me preguntéis por qué, pero siempre imagino escenas idílicas en torno a las telefonistas que, además, suelen tener voz de rubia. Hace poco, una amiga me dijo que cada vez que llamaba a alguna empresa y le atendían en el departamento de atención al cliente, a ella le entraban ganas de echarse a llorar, porque los recursos de las personas dedicadas a esta profesión no solían ser muy eficaces. A mí me sonó a prejuicio, pero comprendí que lo mío también lo era.

Estama mañana, mientras contestaba el teléfono en mi importantísima labor de telefonista de una empresa de viajes en el extranjero, me di cuenta de que en realidad yo soy una voz más de esas que suenan al otro lado, y que tantas veces antes podía haber sido protagonista de mis historias idílicas y pseurománticas de novela de rubias y cachas. Y entonces comprendí la importancia de los estereotipos en nuestras vidas, y más que eso, en mi mente. No sé por qué imaginaba yo a una rubia contenta con novio, respondiendo una llamada tras otra, con una constante sonrisa en la cara y mirada feliz, pero el caso es que, si bien yo no tengo ni un pelo rubio, sí que tengo una sonrisa de oreja a oreja, y muchas ganas de seguir respondiendo encantada a las más que disparatadas cuestiones de todos nuestros clientes. ¿Acaso se le puede pedir algo más a esta profesión? Quizá soy una telefonista de tipo B, pero desde luego he atendido con creces a la esencia de las expectativas que yo tenía sobre las telefonistas.

viernes, 18 de junio de 2010

Tarde de ópera


A pesar de mi apretadísima agenda, siempre me reservo algunos huecos para los planes culturales. Me considero artista y bohemia, y me siento muy cómoda en este tipo de ambientes. Por eso ayer, a pesar del cansancio acumulado tras varias semanas de dormir poco y salir mucho, me fui con mis padres a un concierto benéfico en el Hospital Clínico San Carlos.

Resulta que un amigo de mis padres, médico de profesión, volvió hace unos días a Turkana (Kenia) de operar a miles de pacientes. Vino encantado con la experiencia, y por supuesto con muchísimas ganas de ayudar lo máximo posible a todas aquellas personas, por eso colaboró a fomentar este concierto.

El reparto estaba a cargo del restaurante La Castafiore, que para los que no lo conozcáis es un local en el que el concepto gourmet y aria se funden para dar como resultado una cena más que agradable, para compartir en una ocasión especial. El caso es que el dueño ofreció la posibilidad de prestar a sus cantantes durante una noche a la causa. Y allá que me fui yo, tan contenta, con mis dos padres.

Mi primera sorpresa llegó cuando, en la entrada, me encontré a mi abuela Espe y a mi tía Fátima. No esperaba en absoluto verlas por allí, aunque después de meditar dos segundos, empecé a atar cabos y llegué a la conclusión de que tampoco era tan sorprendente.

Cuando entramos a la sala, nos proyectaron una serie de fotografías, y un video algo más impactante, con imágenes explícitas de operaciones, partos y fisuras de todo tipo. Aunque yo comprendí que, cuando uno se va a esos lugares, hace lo indecible por fomentar de alguna manera la colaboración de los presentes, al precio que haga falta.

El concierto comenzó algo más tarde de lo previsto, con tres sopranos, tres tenores, un barítono, un bajo y un pianista a cargo de la función. Nos deleitaron con diferentes arias, zarzuelas e incluso algunos sketches de humor, en los que los propios cantantes parodiaban de alguna manera su profesión, y después animaban a los asistentes a jugar con la música.

Quiero decir que me encantó, que por supuesto me apuntaré al siguiente recital, y que pasé un tiempo la mar de agradable con mi familia de Toro de la Puerta, pensando en todo momento en todas aquellas personas de Turkana, y haciendo un esquema mental de mi agenda para ver qué día iré a cenar a La Castafiore para disfrutar, una vez más, de aquellas maravillosas voces.


jueves, 17 de junio de 2010

Tatieando

¡Hola de nuevo a todos!

Os escribo para recordaros que este domingo, día 20 de junio de 2010, mi queridísima tía y madrina Tati cumple años, y ha decidido celebrarlo haciendo una pequeña fiesta a la hora de comer en su casa. Ella misma mandó un mail masivo invitándonos, y yo después se lo reenvié a todos los posibles interesados en el asunto, pero creo que no quedó muy claro el tema, así que insisto a través de esta entrada en mi blog.

Yo ya he confirmado mi asistencia, y me encantará veros a todos para charlar sobre nuestras vidas. Y por supuesto, si alguien no ha recibido directamente la invitación pero quiere venir, que me lo diga y se viene conmigo a conocer a mi familia.

Os recuerdo también que podéis llevaros el bikini para bañarnos en la piscina de la tía, y lo sentimos de todo corazón por todos aquellos que estáis lejos y no podéis venir. Tati hizo especial hincapié en su texto en Isidro que sigue fuera, en Ana que viaja por Manaos, en Paloma que acaba de ser mamá, en Eva que está a puntito, en Caítos que ya tiene un pie en el altar, y en todos los que ahora mismo estáis en alguna situación digna de mención pública.

¡Ya veréis qué bien lo pasamos!

miércoles, 16 de junio de 2010

Ne me quitte pas

Queridos todos:

Ayer cené con unas amigas, que me llevaron al local de unas chicas que acaban de abrir un precioso restaurante en Madrid, llamado Ne me quitte pas. Ya sabéis que a mí me encanta eso de probar nuevos lugares, y por supuesto fomentaré aquellos que más me gusten.

Caminamos unos metros desde Fuencarral, y nos encontramos una pequeña puerta, con un toldo afrancesado, que sin dudas invitaba a entrar. Toda la sala estaba pintada de rojo intenso, con fotografías espectaculares de las divas de la historia como Madonna o Edith Piaf, buena ventilación, excelente servicio y muchísima ilusión en cada ladrillo.

Nada más llegar nos sirvieron un aperitivo, con mil sonrisas en la boca. Nos deleitaron con un salmorejo espectacular servido en un vaso de chupito, después una tabla de quesos con mermelada de fresa, una ensalada griega y una serie de diferentes crepes.

El local lleva abierto apenas un mes, y aún están configurando la que será la carta definitiva, aunque os puedo decir que las crepes están todas espectaculares. Yo probé la de timbal de verduras y la de pisto con huevos de codorniz. Pero el broche final llegó al final, cuando nos ofrecieron una crepe de arroz con leche, y el mejor panqueque de dulce de leche con fresas que he probado en toda mi vida.

Después nos quedamos hasta el cierre, degustando una cata de deliciosos coktails de la casa, y bailando al son de la excelente música. Os puedo asegurar que todo el lugar está perfectamente equilibrado, en una mezcla perfecta de colores, banda sonora, gente, comida y bebida... La relación calidad-precio, además, es perfecta. ¿Qué más se puede pedir?

Sin lugar a dudas, recomendadísimo. Si alguien quiere ir, que me llame (647.55.26.41) y yo le acompaño la primera vez. Y los que prefiráis ir por vuestra cuenta, está en la C/ Alburquerque, 8. Para más información y reservas, llamad al 91.139.49.81. La dueña -Muna- os atenderá como si fueséis de su propia familia. Podéis ver más directamente desde aquí.



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lunes, 14 de junio de 2010

El amor de mi vida

Este fin de semana, una vez más, me he desplazado hasta Duruelo -un pueblecito segoviano- para realizar uno de mis cursos de crecimiento personal. Ya hablé hace poco de mi afición a este tipo de actividades que están muy en la onda en la que yo me encuentro actualmente.

Me encanta compartirme de una manera tan íntima con personas que me comprenden a nivel celular, que me aman haga lo que haga, y que me apoyan en cada decisión que tome. Son como una familia en la que sólo existen cosas buenas, una familia donde no existe el odio, el dolor se cura, y las enfermedades tienen su raíz en algún rinconcito perdido de la mente. 

Me encanta cuando cae la noche y Chema nos deleita a todos -alrededor de unos cuantos gin-tonics- con sus más que experimentados relatos verdes, y cada uno va aportando sus ocurrencias, dudas o fantasías. Me encanta cuando Charo nos cocina con tantísimo amor, o cuando Jose nos trata como si fuésemos sus únicos clientes -y más que clientes, amigos-. Me encanta dar y recibir abrazos, me encanta trabajar en mí misma, compartir la mesa cada día con una persona distinta, tomarme un par de vinitos de la casa con casera, me encanta dormirme en los colchones de látex, me encanta echarme la siesta, me encanta el camino en el coche a la ida -y a la vuelta-, me encanta pararme en el trayecto para recoger amapolas del campo, me encanta sentirme contenta, me encanta descubrir a alguien con mirada cómplice, me encantan los abrazos de Cristina, me encanta jugar al corro de la patata, me encanta volver a ser niña, y sobre todo, me encanta ser feliz.

Quiero agradecer especialmente a Alberto porque creo que todo esto no sería posible sin él. Disfruto muchísimo compartiendo estos momentos con todas las personas que se ponen en mi camino a través de estos cursos, con los trabajos que hago de manera directa o indirecta, y de las sensaciones que llego a vivir gracias a todo lo que representa Duruelo para mí.

Quiero hacer también una mención especial a Mª Luisa y Patricia, porque gracias a ellas hoy he descubierto algo que tenía más que anclado en alguna parte de mi estómago. Y también a Tony, por describir mi antigua forma de vida de la mejor manera que yo había escuchado hasta el momento: el Protoculo.

Un beso a todos. ¡Y gracias de nuevo! ¡Por fin he encontrado al verdadero amor de mi vida!


jueves, 10 de junio de 2010

La prueba de Excel

Esta semana tuve mi primera entrevista de trabajo desde que volví de Paraguay. Así que el lunes, me pinté el ojo, y me puse un par de flushes de perfume, dispuesta a conseguir aquel empleo que pintaba mejor que bien. Andaba yo a eso de las cinco menos cuarto, perdida en algún punto entre Bailén y Segovia, subiendo escaleras como una condenada, y planteándome cómo demonios sobrevivirían las personas en aquellos siglos tan lejanos, en los que el decoro era casi una forma de vida, y los vestidos recatados impedían respirar a un sólo poro de la piel mientras el susodicho se ahogaba por los malditos escalones.

Y unos dos descansos y un par de horas de planteamientos laberínticos después, me vi parada frente a un restaurante precioso, de pinceladas andaluzas, en tonos rojos y negros. Llamé discretamente al timbre, y esperé hasta que una voz femenina me instó a entrar a través del telefonillo.

Pasé el soportal, y seguí de una manera casi instintiva por un diminuto pasillo antiguo que había a la derecha del restaurante. Subí el tramo de escaleras que me separaban del primer piso, y aluciné al comprobar que era una réplica exacta de lo que yo siempre habia imaginado que sería el Madrid antiguo: pequeños balcones con barandas verdes, suelos de madera, puertas pintadas de blanco... Seguí mis pasos hacia el destino final. Entré en la oficina del restaurante, y esperé a que llegara mi turno de ser atendida. Yo no dejaba de mirar impresionada la maravillosa habitación en la que estaba sentada. Me encantaban los adoquines, y los techos, y el crujir de la madera frente a los pasos acelerados de una secretaria... Estaba disfrutando de lo lindo, cuando un señor me invitó a pasar a su despacho.

Me comentó las condiciones del trabajo, y yo supe que lo haría la mar de bien: relaciones públicas de un restaurante. Estuvimos charlando durante un periodo de tiempo que a mí se me pasó volando, y entonces él empezó a hablarme de las pruebas. Yo le miré algo extrañada. ¿Pruebas? ¿Qué pruebas?

Me llevaron a la habitación contigua y me dejaron a solas con un texto de lo más extenso sobre el mercado inmobiliario español. A mí me pareció un tema aburridísimo y en absoluto relacionado con el trabajo en cuestión, pero me dijeron: léelo y resúmelo. Así que yo leí y resumí.

Un rato más tarde, cuando hube acabado, entró en la sala una rubia despampanante de las que quitan el hipo, y se presentó como Mandy from L. A. Yo supe que lo que tocaba en ese momento era hablar en inglés un rato, hasta convencer a la yankie aquella de que mi nivel era mejor que bueno para el puesto.

Por último -y aún en inglés- me pidieron que hiciese una serie de cálculos en un Excel, a través de los senos y los cosenos, y que a continuación plasmase mis resultados en un gráfico completísimo sobre la evolución de la crisis a nivel nacional. Según me iban explicando el ejercicio, a mi me sudaban más las manos. Me dejaron sola en aquella habitación que de pronto se volvió enorme, y mi mente demasiado vacía.

Cogí la hoja y la miré. Había una lista con todas las comunidades autónomas, y a su derecha una relación de datos de los últimos años, que hacían alusión al precio por metro cuadrado de las viviendas en España. Yo empecé a introducir los datos en mi hoja verde de Excel, mientras por otro lado me hacía consciente de que sería mucho más rápido hacerlo por la cuenta la vieja, así que -como me estaban grabando con la web cam- no se me ocurrió otra cosa que apuntarme los resultados en la mano para hacer una comparación de precios de una manera más eficaz.

Aproximadamente media hora después mi mano se tornó negra en un conjunto de sumas y multiplicaciones, con restos de sudor frío por el agobio, y mi mente estaba ya en otra dimensión mucho más parecida a la angustia post-traumática que a cualquier situación racional real. Y cuando el reloj marcó la hora en punto, me hice consciente al fin de mis propios pensamientos, y del origen de los mismos. Yo, Esperanza de Toro, estaba al borde de un ataque de histeria por una pruba de Excel que evidentemente no sabía hacer. No me gustó exigirme tanto a mí misma, y mucho menos sufrir por algo que en teoría tenía que ser un motivo de disfrute para mí. Así que, con las mismas, me levanté, indiqué a la rubia que ya había terminado y me fui por donde había venido, dándome un paseo alucinante alrededor del Palacio Real, y dejándome seducir por los maravillosos jardines de Madrid en primavera.

Y así, sin más, me senté en el Café de Oriente, me tomé una deliciosa cerveza, y me olvidé por completo de esa terrible sensación que me estaba corroyendo el espíritu. Y disfruté. Y sonreí. Y fui muy feliz en aquel momento.


martes, 8 de junio de 2010

El Elemento Sorpresa

Hace cosa de una hora estaba yo en el intercambiador de Moncloa esperando al autobús para irme a casa. Como cada día, me crucé con algunas caras incondicionales del 656A de las 16.30 horas, y nos miramos mutuamente, con esa extraña sonrisa de complicidad de los compañeros de transporte público.

Esperé pacientemente en la fila, y cuando llegó mi turno de subir, saqué mi bono de 10 pases, y me senté en un asiento que estaba libre. Yo me quedé absorta en mis pensamientos al instante, recapacitando sobre la última conversación profunda que había tenido, hablando conmigo misma sobre lo que quería hacer cuando se me acabase el contrato este viernes, y ese tipo de filosofios que uno se plantea un martes por la tarde a la salida del trabajo. 

En una de éstas, me di cuenta de que un señor que debía pasar ya los 60 se ha sentado a mi lado. Yo no le había dado la más mínima importancia, le sonreí, y seguí meditando en silencio sobre mi vida. Y qué sorpresa cuando, al girar la cabeza hacia mi izquierda, me encontré con una mirada incrustada en mis pechos, y una lengua que me resultaba del todo desagradable haciendo movimientos obscenos alrededor de su propia boca. Yo carraspeé ligeramente la garganta, y le puse mi mayor mirada de indignación a aquel hombre que no tenía ningún derecho a mirarme así.

Acto seguido, el susodicho -al que llamaré Elemento Sorpresa por su carácter inesperado- dirigió sus ojos grisáceos por todo mi cuerpo, deteniéndose en los puntos más inspiradores, e incrustándose finalmente en mis ojos, en lo que a mí me pareció al menos un siglo entero. Me sentí muy observada, muy intimidada y profundamente aturdida. Sentía que había perdido toda capacidad para reaccionar, o para decirle simplemente que no me gustaba que me miraran de esa manera. 

Pero entonces comprendí que nada es por nada, y que el Elemento Sorpresa había sido puesto en el día de hoy en mi camino para que yo aprendiera algo de esa experiencia. Así que cerré los ojos, respiré profundamente, conté hasta 10, y miré al otro lado, disfrutando del camino, deteniéndome en cada flor, en sus pétalos, imaginando el aroma que desprenderían si yo pasase por su lado... Y cuando me sentí preparada, volví a girar la cabeza hacia el Elemento Sorpresa, le miré con la mejor de las sonrisas que yo sabía dar en ese momento, y le dije, justo antes de salir del autobús: Muchísimas gracias. Hoy me ha enseñado usted algo que llevo años tratando de comprender.

Y entonces me levanté, presioné el botón que avisaba al conductor de que esa era mi parada, y me bajé, con sus ojos sorprendidos aún fijos en mí, pendientes mientras descendía por las escaleras, y también consciente de mis pasos al cruzar la calle y desaparecer al girar la esquina... 


lunes, 7 de junio de 2010

@hotmail.com


Llevo ya unos días escribiendo entradas algo trascendentales sobre el rumbo de mis pensamientos filosóficos, y la verdad es que hoy me apetece centrarme en algo que, si bien no deja de ser profundo, si que aparentemente puede resultar ligeramente superficial. Se trata de un fenómeno al que he bautizado como El Caso del @hotmail.com. Me explico:

Todos sabemos que la adolescencia es una época difícil de cambios, que sirve como periodo de transición entre la infanicia y la vida adulta. Pues bien, en este periodo los adolescentes hacen cosas que a la larga siempre acaban resultando absurdas, y que ni siquiera comprenden en el momento. Y no hablo sólo de las borracheras, la promiscuidad, la rebeldía política poco fundamentada, la extraña aversión por los adultos o los deseos casi inhumanos por diferenciarse del resto sin rozar el límite de lo correcto por sus homónimos, sino más bien de una especie de fiebre que le entra a uno a los 13 años, y que consiste en tener la dirección de mail más disparatada que se le pueda ocurrir.

Actualmente estoy trabajando en una empresa en la que estoy mucho en contacto con adolescentes y sus direcciones de mail, y la verdad es que no dejo de sorprenderme. El otro día escribí a una chica cuyo nombre era jefa_de_la_tribu, a otro que decía liate_un_porrito, y uno más que rezaba algo así como quiero_un_mimito. Esta realidad me pareció sumamente alarmante porque llegué a la conclusión de que los adolescentes de hoy en día, el presidente del gobierno del mañana, la persona que descubra la vacuna para la malaria, o para el SIDA, el padre del Mozart de nuestro tiempo o el Lorca del siglo XXI... Todas esas personas que ahora mismo están construyendo el futuro, están tan perdidos, que expresan sus emociones en el Messenger.

Anoche me quedé un buen rato planteándome este tema, y me paré a pensar en los nicks que se habían puesto todos mis amigos, cuando yo pertenecía a ese exclusivo clan de adolescentes. Y me acordé de viva_españa_y-nada_mas, de hazlo_siempre_sin_condon, de quiero_tarta_de_queso, de tu_madre_es_calva... Incluso me acordé de mí misma: espeglamour. Y entonces comprendí, al recordar, lo que es pasar por esa época, lo que significaba expresar emociones, y el porqué de esos nombres tan absurdos que, al fin y al cabo, nos hacían diferentes. Lo que nadie sabe -hasta que sale de ahí- es que en realidad todos tienen un mismo origen e idéntico denominador común: su correspondiente coletilla final de @hotmail.com.

viernes, 4 de junio de 2010

Querida Ella

Una vez comprendí que hay lugares mágicos que nos transportan irremediablemente a algunos momentos indefinibles y maravillosos que muchas veces nos gustaría guardar como el tesoro más preciado de nuestras vidas. Sí, hay lugares, y también hay momentos. Pero casi siempre son las personas las que convierten esos instantes en únicos. 

Hay personas que nos marcan para siempre, que nos vienen a la mente en forma de recuerdo, que nos invitan a pensar, que nos seducen con un gesto, que nos dedican una mirada cómplice, que nos regalan una tarde especial, que nos importan, que nos aman. Personas que pertenecen al elenco de nuestro día a día, a pesar del tiempo o el espacio. Personas que nos enamoran por el mero hecho de existir, que nos contagian de su ilusión, que nos recuerdan lo que es la vida y que nos sirven de guía...

Hace tiempo yo soñaba con cruzarme con una persona así, que me diese todo aquello que yo anhelaba, todo lo que deseaba de una manera tan íntima que hasta resultaba sutil, y que me llenara todos esos huecos que yo no sabía llenar por mí misma.

Y entonces la encontré. Encontré a una persona que me daba todo aquello que yo no sabía darme. Y ese día comprendí que sólo yo podía llenarme, pero que no sabía cómo hacerlo. Sólo yo puedo ser feliz, nadie puede serlo por mí, y precisamente por eso no quería depositar mi bienestar y mi alegría sobre alguien que un día podía desaparecer de mi vida. Así que dediqué los 10 meses siguientes a buscarme, porque estaba tan perdida que yo ya no sabía ni quién era. Y ahora, un tiempo después, me estoy empezando a descubrir. 

¡Y menudo descubrimiento! Todos los días encuentro algo en mí que me encanta y que no sabía que tenía, cada día me amo un poquito más. Y he comprendido que el amor en realidad tiene que ser en primer lugar hacia uno mismo, y después hacia fuera, hacia los lados, y hacia arriba... Así que mi objetivo ahora mismo es el de enamorarme de mí misma, quiero ser la persona con la que más me apetezca estar cada día, quiero mirarme al espejo y  detectar amor en mis ojos, quiero dedicarme palabras bonitas, hacerme mimos y comprenderme a cada segundo. Quiero ser mi propia realidad, y sólo entonces podré amar a los demás tal y como son, sin juicios, ni mentiras, ni miedos, ni nada. Por eso me regalo esta entrada, en la que me declaro amor de alguna manera, sin vergüenza y con un profundo orgullo de ser María Esperanza de Toro Mingo. Encantada de haberme conocido.


martes, 1 de junio de 2010

El Jardín de los Cerezos

El domingo, después de mi intensísimo curso sobre el complejo Guión de Vida, me fui a ver una obra titulada El Jardín de los Cerezos, de Antón Chéjov. La historia trata la vida de una aristócrata rusa que vuelve a su casa natal tras pasar muchos años en París, y se encuentra con la sorpresa de que está totalmente arruinada, y se ve obligada a vender la última posesión que le queda: el Jardín de los Cerezos.

La obra es una auténtica maravilla, muy surrealista, muy profunda, e íntimamente alarmante, en la que un elenco excepcional demuestra sus dotes artísiticas a las mil maravillas, y te clavan a la silla durante las casi tres horas de representación.

Llama especialmente la atención la protagonista y directora Irina Kouberskaya, por su excelente interpretación, y su infinita capacidad para contagiar su magia a todo el público.

Si estáis interesados -y os aseguro que merece la pena- os invito a que os acerquéis este fin de semana hasta la Sala Tribueñe (C/ Sancho Dávila, 31-33. Información y reservas: 91.242.77.27) a ver la obra, el sábado o el domingo a las 19 horas, ya que serán las últimas representaciones de esta temporada. Y también os invito a que os relajéis, abráis la mente todo lo que sepáis, y que os dejéis envolver por lo acojedor del teatro, sus sillitas antiguas, su fondo negro, sus actores libres, sus ganas de trabajar, su ilusión por actuar y su placer de disfrutar con lo que están haciendo.

Definitivamente, recomendado.