lunes, 18 de junio de 2012

La pasión de los peces

Un dedo que se entrelaza con otro, un suspiro, dos miradas cruzadas, el silencio... No existen los relojes ni los tiempos; sólo tú, sólo yo, y esta tormenta que nos tiene presos, paradigmáticos, filarmónicos, inermes, filáticos, aún ilesos... 

Giro a la izquierda, y ahí estás, en esta noche en que al fin todo huele a España. Me impaciento...

Un nuevo suspiro me interrumpe impertinente, me chiva, me malgasta, me transforma, casi melifluo. Dónde estabas aquel día, cuando necesité que me miraras, que me vaciaras y me llenaras simultáneamente. Suenas desacompasado, resuenas, me adulas, me mientes, me engañas. Ojalá no fueras tú, ojalá fueras cualquier otro, alguien a quien convencer con un simple sí, con un eterno no. 

Quiero rendirme extasiada, seguir suspirando, morirme en tus brazos, rezarle a la Luna que me lleve, que me nieve, que me pudra. Pero ahí estás, siempre estás, violándome en silencio, marcando las corcheas con toda esta rabia que me consume, que me revuelca entre dos gotas de sangre, que te retuerce en mis lamentos y en tus desaires. No me entierres aún, que soy muy joven, como las parras que darán los mejores caldos. 

Entonces todo pasa, y me amaino. Y me doy cuenta de lo tonta que he sido, que pasaron la luz, y ese terrible miedo, y todos los aullidos a medianoche que en su día me carcomieron. Y es en ese último silencio, cuando llega la pena, esa profunda pena creativa que me deja pensando durante días, que me revela los peores augurios...

Quiero un beso, sólo uno, y ya me arrepiento. Un disparo, dos, trescientos. Siempre errando, siempre temiendo. Me sé sin ti, me ignoro contigo. Me da miedo. 

Te espero despierta, maldiciendo cada palabra, cada verso, dispuesta a estropearnos, abierta a los juegos. No me sigas, que ya te avisé de que te temo. No me sigas nunca, que te acabaré consumiendo. No me sigas, no me sigas, marinero.

Vomito una canción y muchos ruegos. Te busco, me persigues, huyo, y no te encuentro. Hazme el amor despacio, ámame sin recelo, besa cada paso que yo te entrego. Hazme volar. Sé el primero.

Te susurro, muy bajito, que tengo miedo. Entonces un dedo se entrelaza con otro, se oye a lo lejos un susurro, nuestras miradas se cruzan, y después... sólo queda el silencio.