domingo, 28 de febrero de 2010

Nadie me entiende

Esta tarde, una vez más, he vuelto al shopping en busca de algo de ocio al estilo yankie, y también me he sentado plácidamente en una cafetería a disfrutar de un merecido momento de soledad. En el fondo, me encanta estar sola, y meditar acerca de mi vida, madurar mis pensamientos, y aprender a encaminar mis reflexiones...

Estaba yo en un café (a la europea), escribiendo en un trozo costroso de papel algunas ideas para un relato, cuando me he parado a observar a un grupo de niñas que no debían pasar de los 15 años. Eran cinco, e iban todas vestidas con unos vaqueros ceñidos, zapatos fucsias de 10 centímetros de tacón de aguja, y camiseta blanca con el siguiente mensaje: Nadie me entiende

Me he fijado en el alboroto que estaban provocando, y también en el efecto que tenían sobre los jovencitos adolescentes, que se quedaban boquiabiertos a cada paso decidido de sus aparentemente agresivas homónimas. 

Creo que los chicos -de hoy y de siempre- sólo se sienten comprendidos por otros adolescentes, ya que crean un submundo infranqueable y pseudodestructivo, en el que se hace palpable de manera inaudita el instinto animal del ser humano. Y no es un tópico: las hormonas se revolucionan, las jerarquías son inamovibles, el enemigo es cualquier individuo de más de 17 años y menos de 12, y sólo se deberá fidelidad a aquel que en ese momento sea considerado guay

El guay es un ser, normalmente de dudosa reputación y familia desestructurada, que destaca por tener el ganado título o bien el matón del grupo, o bien de buscona. Pero guay también puede ser cualquiera de los seguidores de estos dos especímenes en peligro de extinción. Yo nunca fui guay, y ni siquiera me molesté en intentar serlo. Pero cuando hoy he visto a aquellas niñitas, creyéndose divas, moviendo las aún inexistentes caderas como si fuesen poco menos que imitadoras baratas de Marilyn Monroe, y todas vestidas, peinadas y maquilladas como robots recién salidos de un laboratorio de clonación, no he podido evitar tomarme un momento para hacer un ejercicio de regresión a mis quince, la niña bonita...

Ahora mismo, a mis 24 años, cada vez que hablo con la gente sobre sus respectivas adolescencias, todos coinciden en que fue un momento realmente bochornoso de sus vidas -fuesen guays o no-, en el que la presión del grupo y los formalismos estaban por encima de cualquier cosa. Y también afirman que la ley del más fuerte se hacía palpable a cada bocanada de aire que se respiraba a su alrededor. 

Y cuando veo a algún grupo -como el de hoy- de niñitas en busca de atención, pienso en todos esos momentos en los que yo me sentí fuerte pisando a otros, y en los que me sentí débil porque pasaron por encima de mí. Me acuerdo de todas esas noches llorando, buscando consuelo en mi madre, en mis amigas, en mi hermana... Y también recuerdo lo incomprendida que me sentía por saberme diferente al resto, por mucho que me comprase vaqueros ajustados, llevase zapatos fucsias de 10 centímetros de tacón de aguja, y camisetas con mensajes ocultos al igual que mi grupo de amigas del colegio. 

Recuerdo las tardes pegada al teléfono móvil, esperando la llamada de aquel chico al que en sueños ya consideraba poco menos que mi futuro marido, y las larguísimas conversaciones con mis amigas -que estoy segura de que si pudiese reproducir ahora mismo, me caería de la silla del susto-, preguntándome por qué no llamaba. Me acuerdo de cuando me sentía traviesa por decir una palabrota, y también de cuando corregía a mis compañeros por blasfemar. Me acuerdo de los 7 de eneros en las rebajas de Zara, y de la primera vez que fumé (y de la segunda, y de la tercera). Me acuerdo del día en que un chico me arropó con su abrigo porque yo tenía frío, y del beso que siguió a aquella escena. Y también me acuerdo de la increíble sensación de estar en una discoteca sin tener aún la edad suficiente para entrar. Me acuerdo de la primera vez que me emborraché, y de lo bien que me cuidaron mis amigas. Y me acuerdo de la ilusión que sentía al comprarme unos pantalones nuevos, o simplemente, al terminar los exámenes y compartir ese momento con mis compañeros de clase -los guays y los no tan guays-. 

Me he pasado varios años tratando de paliar los males de mi supuesta adolescencia, pero esta tarde, observando a esas niñas -a las que ya adoro sin querer- me he dado cuenta de que en realidad, la adolescencia es terrible sólo en algunos momentos, y que tendemos a obviar los mejores. Si me hubieran preguntado esta mañana si me gustaría volver a nacer, hubiese contestado con una negación profunda, seguida de algo parecido a la urticaria y quizá también de posibles espasmos en todo el cuerpo, sólo de pensar en tener que revivir esta etapa. Pero hoy, gracias a mis cinco adolescentes coquetas y perdidas, me he dado cuenta de todo lo que experimenté, de todo lo que disfruté y de todo lo que aprendí.

Definitivamente, los adolescentes son unos incomprendidos. Y tienen razón al pensarlo, porque hay que ser aún un niñito para hacer todas las cosas que ellos hacen. Pero se equivocan en una cosa: en que todos tuvimos 15 años una vez...


sábado, 27 de febrero de 2010

Café a la europea con Ana

Esta tarde me he ido con mi amiga Ana a tomar un café (que eso es justo lo que decimos en España cuando quedamos con alguien para charlar fuera del horario estipulado para las comidas, aunque no es necesario en absoluto tomar café). Tenía muchas ganas de hablar con ella detenidamente, ya que desde que volvimos de Río no había tenido la oportunidad de dedicarle más de cinco minutos seguidos...

Como he llegado yo primero, he elegido una cafetería de la franquicia Havanna -que para los que no lo sepáis, es la marca más conocida a nivel internacional de alfajores de dulce de leche-. Y mientras esperaba, he leído toda la carta detenidamente. No me iba a pedir nada, ya que sigo con mi deliciosa y extraordinaria dieta del huevo, pero me hacía ilusión saber qué hay en una cafetería a la argentina. Y qué desilusión y alegría al mismo tiempo cuando he descubierto que, en realidad, podría estar en cualquier lugar de Europa y no notaría la diferencia... 

Dejando a un lado las cuestiones culinarias -aunque ahora mismo podría jugar encantada con cualquiera al ¿qué te comerías?-, os tengo que decir que he encontrado en Ana a una verdadera amiga. No sólo sintonizamos de una manera tremendamente especial, sino que compartimos opiniones, recursos y energías. Tiene una manera muy especial de ver la vida, y siento que puedo hablar con ella de cualquier cosa que se me pase por la mente. 

Es maravilloso estar con ella, y eso ha sido lo mejor de mi tarde: sentir que, por un instante, estaba en El Descanso -el bar que más he frecuentado durante mis años universitarios-, tomándome una Coca-Cola Light (ya dije que no era necesario beber café), y conversar durante horas de la reproducción del cangrejo de río o, simplemente, llegar a tal punto de complicidad que con tan sólo decir castor azul, el otro sabe que no quieres seguir hablando del tema. 

Ana se merece esta entrada. Y como tiene verdaderas intenciones de venir a visitarme a España y, quién sabe, quizá quedarse allí un tiempo para estudiar un MBA en Psicología, sé a ciencia cierta que siempre seremos amigas y que, aunque parezca extraño, con ella estoy entendiendo en profundidad el significado exacto de la palabra amistad. 

Gracias por hacerme crecer cada día contigo, a tu lado, en el comedor, en tu casa, con tu familia, y conmigo misma.

Ana: eres un tesoro. 

Un beso enorme.


viernes, 26 de febrero de 2010

La dieta del huevo

Hace un par de semanas, dos monchis de la comunidad empezaron -bajo prescripción médica- la dieta del huevo, que supuestamente es una de las más efectiva del mundo. La hermana Yolanda la hizo hace unos años y adelgazó 10 kilos, y cada vez que yo las veía comer, me trataban de convencer para que me uniera a ellas en la lucha encarnizada por bajar de peso.

Así que este lunes -o lo que es lo mismo, hace 4 míseros días-, acepté su invitación y me convertí en la nueva seguidora de la dieta del huevo que, para seros sincera, tenía buena pinta.

El primer día, cuando me levanté, ya tenía mis dos huevitos cocidos preparados en la mesa, listos para cumplir su función y convertirse en mi desayuno al mejor estilo inglés... Y a la hora de la comida, de nuevo me colocaron dos huevos duros. ¿Y para cenar? Sí, también cené huevos hervidos. 

Cuando yo era pequeña y había tortilla o huevos fritos de cena, yo siempre le preguntaba a mi madre que por qué mi padre tenía dos. Y entonces me decía aquel mítico y odioso refrán de cuando seas padre comerás dos huevos. Pues bien, ahora mismo siento que ese dicho se queda muy corto, y si alguien me preguntase en este preciso instante, le diría un simple cuando seas Espe, comerás 6 huevos.

Llevo cuatro días a base de huevos, huevos, huevos y huevos, y estoy ya hasta las narices (por no decir algo más ordinario aunque quizá más exacto) de los huevos. Imaginaos hasta qué punto llegó mi preocupación, que le pregunté a mi madre si no sería nocivo para mí tomar tanto huevo. A lo que ella respondió que antes de venir a Paraguay ya me había vacunado de Hepatitis, así que no había riesgo de infección.

Aún me quedan 4 semanas y media más de dieta del huevo, y sólo espero que mi humor -y mi grado de frustración- mengüen proporcionalmente a los kilos que muestre mi báscula digital cada mañana (en ayunas, que así siempre se pesa menos). Aunque os aseguro que ahora mismo el mero hecho de pronunciar la palabra huevo me dan ganas de tomarme 15 kilos de helado de chocolate.

Ya os iré contando cómo van los resultados. 




jueves, 25 de febrero de 2010

El regalo

A finales de noviembre mi madre me escribió un día un mail para pedirme la dirección postal de mi casa de Asunción. Yo pensé que querría mandar ropa, o comida, o simplemente se trataba de una necesidad controladora de madre por saber todos los datos de la ubicación exacta de sus hijos. El caso es que no le di la más mínima importancia, y mis días siguieron plácidamente.

Hace muy poco, justo antes de que llegasen mis padres, mi tía apareció con un papel que decía que había un paquete para mí. A mí se me había olvidado el tema por completo, así que me fui con Osvaldo -el chofer de mi tía- a recoger mi sorpresa. Y tras probar en diferentes oficinas de correos, al fin di con la que me correspondía. Me hicieron presentar el pasaporte, una carta de mi tía acreditando que vivía en Paraguay, y no sé cuántas cosas más. Cuando estaba ahí rellenando papeles, reconocí el envoltorio amarillo de los paquetes que vienen de España. Cuando iba a abrirlo, me dijo la mujer que me estaba atendiendo: señorita, llevaba un mes retenido en Sao Paolo por ser considerado mercancía sospechosa... Pero ya está aquí. Son 5.000 guaraníes (unos 0.80€). Y yo no tenía nada de dinero en ese momento...
Estaba tan ilusionada con mi regalito que me sentía como una niña el día de Reyes. ¡Un paquete de España! No quería dejarlo allí para tener que volver más tarde. Y como la necesidad hace el ingenio, me puse a mendigar por toda la oficina de correos. Unos 15 minutos después, ya tenía mis 5.000 guaraníes. 
Me sentí especialmente orgullosa de mí misma porque reunir esa cantidad en este país en tan sólo 15 minutos es todo un logro, así que decidí que tenía que dar unas cuantas clases a mis niños del comedor sobre ventas y persuasión.

El caso es que ya en el coche, de vuelta a casa, me centré en mi paquete al fin. Cómo costaba abrirlo... Rompí los bordes, y empecé a sacar las cosas una a una: había un chubasquero de lo más liviano para mis frecuentísimas lluvias tropicales; también una mochila, para cuando me voy de excursión por la selva; y una especie de faltriquera, de lo más útil en este tipo de países... Y ya por último, una tarjeta de felicitación navideña. Leí su contenido atentamente. Esta firmado por mi amiga Bea.

Bea es la amiga más antigua que tengo. Nos conocimos en 5º de Primaria, en Escolapios, y aún hoy conservamos nuestra relación como el primer día. Vino a visitarme a Norwich y a Lodz, hicimos el Camino de Santiago juntas cuando apenas teníamos 18 añitos, y hemos compartido muchísimas cosas en estos 15 años de amistad. Siempre está en  mi corazón y en mi mente, y tenía muchísimas ganas de dedicarle una entrada.

Muchísimas gracias, Bea. Estoy usando todos tus regalos, y me están viniendo fenomenal. Me tienes tan mal acostumbrada, que no me sorprendería que cualquier día llamaras diciendo que me vienes a visitar... 
Un beso de todo corazón.

 

Bea y yo en Lodz - Noviembre de 2007

miércoles, 24 de febrero de 2010

El desprendimiento


Para las mujeres paraguayas, y sobre todo, para los hombres paraguayos, es importantísimo que las muchachas lleven el pelo largo. Lo consideran un símbolo de feminidad, y en cierto modo tienen razón.

Aquí, que las chicas luzcan sus cabellos lacios hasta la cintura es casi parte de la cultura, y algunas ni siquiera se plantean el cortarlos un poco y sanear las puntas. Uno de los mayores problemas que plantean las niñas del comedor en las sesiones de despiojamiento es precisamente ese: que no quieren que les corte el pelo bajo ningún concepto.

Así que esta tarde, cuando iba a mi pieza, me he topado con una de las dos postulantes que mañana se van al noviciado internacional de Perú. Tenía los ojos llorosos, y yo no entendía por qué, hasta que he visto detrás a otra, tijera en mano, agarrando fuerte la coleta por detrás. Justo después ha empezado a cortar como si tal cosa, sujetando los mechones que iban cayendo para formar un solo montón, y ofrecérselo a la Virgen en señal de agradecimiento.

Me he quedado fascinada, viendo a aquella chiquilla de 21 años, cuya única posesión es su precioso y largísimo cabellos, y cómo miraba fijamente los restos de pelo como si se acabase de hacer consciente de lo que le esperaba…

No creo que se arrepienta de su decisión, pero entonces yo también comprendí lo que era el desprendimiento… Y me di cuenta de que yo no quiero eso en mi vida. A mí me gusta que mis cosas sean mías. Y quizá suene egoísta, pero es así. Creo que para hacerse monja hay que estar hecha de una pasta especial, y os aseguro que yo de eso no tengo ni un poquito. 


martes, 23 de febrero de 2010

La vuelta al cole

El Corte Inglés inventó ya hace algunos años el eslogan de La vuelta al cole para designar ese periodo del año en que empieza el frío, las madres se pelean en las tiendas por conseguir el último ejemplar del libro de Religión de Edelvives para 2º de la E. S. O., y los niños especulan y temen el curso que les espera.

Las semanas previas al día D, todos empezamos a ver anuncios en la tele y en las marquesinas de la A-6 con niños rubios felices, vestidos de uniforme, corriendo por el patio de las escuelas, jugando en los charcos y sonriéndose unos a otros... Y entonces nos transmiten una idea de la vuelta al cole idílica, en la que hasta a mí me apetece ver a Mari Loli de nuevo.

Hoy ha sido para mis chicos del comedor ese día D, pero no había niños rubios de uniforme, ni anuncios en las calles, ni lluvia, ni cuadernos nuevos... Aún así, he visto la cara otra vez a muchos de ellos, me han saludado, me han abrazado, y me han preguntado todos por mis padres... Hemos jugado en la calle, y nos hemos reído como nunca. Realmente he sentido que volvía al cole, porque como bien dice El Corte Inglés, no retomamos el curso un año tras otro por lo que hemos comprado, sino por la sensación que todo eso nos produce. Qué alegría de vivir he experimentado con ellos. ¡Cómo me gustan mis niños!


lunes, 22 de febrero de 2010

Auf Wiedersehen

Quizá no recordéis a mis amigos alemanes, aquellos con los que fui al concierto maravilloso, y con los que descubrí los misterios de la cerveza germánica tras la Primera Comunión de Clara... 

El caso es que, tras un año entero en Paraguay, les ha llegado el momento de partir hacia su Munich natal, y quisieron compartir con todos sus amigos de esta época los mejores momentos de su experiencia, mediante una presentación fotográfica de lo más curiosa. Y también nos ofrecieron una cena alemana casera, a base de cerdo, caldos y ensaladas de salchichas...

Cuando llegué, Michael me ofreció un chopp paraguayo (o lo que es lo mismo, una caña servida lentamente), y me hizo prometerle que me quedaría con él hasta altas horas de la madrugada tomando una tras otra con el mismo espíritu alegre y dinámico que cualquier español. Lo que él no sabía, es que yo de española no tengo más que el pasaporte, porque llegando las 11 de la noche ya estoy como para el arrastre...

Así que, entre el agobio por el vuelo de mis padres y mi agotamiento acumulado tras dos semanas de compañía hiperactiva y maternal, me encontré mucho antes de lo previsto compartiendo una conversación disparatada sobre el origen de la lengua guaraní con un obispo alemán, y tratando de descifrar el galimatías bíblico de un sacerdote brasileño, que trataba de hacerme entender los misterios del Nuevo Testamento en un idioma más parecido al élfico que a cualquier otra cosa... Y yo sólo podía concentrarme en disimular con mis mejores recuerdos de señorita, una cadena de bostezos que se me incrustaban en la boca sin saber evitarlo.

Pero tras muchos esfuerzos, pude al fin decir adiós a una Monika llorosa, y cantamos entre todos una canción que yo recordaba de mis 6 años de clases de alemán en el colegio. Y sólo acerté a decir, tras dos jarras de cerveza y una jornada agotadora, un tímido Auf Wiedersehen...


domingo, 21 de febrero de 2010

Belén y Gonzalo

Ahora mismo, mientras escribo, mis padres están volando rumbo a Madrid, previo paso por Buenos Aires. Acabo de dejar en el aeropuerto a una madre nerviosa (con un blister de valerianas en la mano) y a un padre protector. Mientras les veía cruzar el control de inmigración, yo me agarraba al brazo derecho de mi tía, y se me caía una lagrimita por la mejilla hinchada por el llanto. 

He pasado dos semanas estupendas, he conocido mejor este país que me acoge, he visto un tango en directo, he degustado los vinos argentinos, he paseado por las cataratas de Iguazú, he disfrutado de mis padres para mi sola -lo siento por mis hermanos, pero me ha encantado ser hija única temporalmente-, y he estado en tres países distintos...

Mientras les veía alejarse por aquel pasillo largo, yo no podía parar de pensar en lo inmensamente afortunada que soy por tenerles como padres. Me acordaba de todos mis niños del Bajo, de lo que sufren, de lo que pasan, de sus penurias. Pensaba en los padres de Emilia, que la obligan a prostituirse con tan sólo 11 años; en la madre de los Acosta que está missing de manera indefinida; de Leo y su misteriosa desaparición de aquel día... Me acordaba de todos ellos, uno a uno, y de sus historias. Y entonces veía a mi marmi elegantísima con sus vaqueros nuevos y a mi padre con una antigua camisa de mi abuelo Álvaro, y pensaba que son los mejores padres del mundo que yo podía tener.

Me han enseñado todo lo que ahora sé, me han apoyado (casi) siempre, me han seguido hasta cualquier lugar del mundo que me ha dado por descubrir... Me han dado la vida, y eso es lo máximo que se puede dar.

Ahora mismo estoy pasando por un periodo de cambios a nivel interior. Estoy suspendida en un punto similar al de las jornadas de reflexión de las campañas políticas, y eso es también en parte gracias a ellos. Yo ahora mismo no estaría aquí si no me hubiesen dado la posibilidad de hacerlo (sobre todo, por aquello de que mi padre ascendió un día a la categoría de papá cartera y ya nunca consiguió deshacerse de su título).

Me gustan mis padres. Me gustan muchísimo. Así que desde aquí, rodeada de mis monchis -y ahora también de las suyas-, les mando toda la energía positiva que me queda para que tengan un vuelo maravilloso hasta casa, y también les doy las gracias de todo corazón por haber venido hasta aquí para participar y compartir conmigo esta experiencia, que sin lugar a dudas, marcará mi vida para siempre, y espero que a ellos también.

¡Gracias... chicos!


sábado, 20 de febrero de 2010

Cena en el Excelsior

Anoche me fui con mis padres al Hotel Excelsior, sin lugar a dudas el mejor de la ciudad, y asistimos a una cena con posterior espectáculo de danza paraguaya. Yo ya había tenido una breve introducción a las coreografías locales porque las niñas del comedor se habían encargado personalmente de mostrarme los entresijos de sus bailes, pero tengo que reconocer que lo de ayer me gustó mucho más.

A eso de las 8 de la noche, salimos los tres juntos casi por última vez hacia el restaurante, y observamos encantados -y algo impresionados- las diferencias sociales que hay en este país. Puedes pasar de pasear por kilómetros y kilómetros de chabolas inmundas, a sentarte en una terraza climatizada con una piscina espectacular refrescando el ambiente, y un cocinero personalizado de primera... Mi padre se pone malo cada vez que ve cosas de éstas, y yo creo que ni siquiera lo entiende, pero supongo que si se quedase aquí algún tiempo más, lo aceptaría como yo he aprendido a hacerlo...

Cuando nos sentamos en la mesa que teníamos reservada a nombre de mi padre, pedimos un asado completo para dos -teniendo en cuenta que mi madre come como un pajarito-, y nos sorprendimos sobremanera al comprobar que había comida como para 15. Yo no paraba de acordarme de Jordi, de Maleny, de Alberto, de Antonio... En fin, de todos mis amigos de debates, y de lo que disfrutarían comiendo en aquel lugar. Igual les convenzo para que me hagan una visita con la excusa...

El caso es que estábamos nosotros cenando encantados, y a la hora del postre, empezó el espectáculo. Si nos remontamos al principio de mis entradas de la etapa paraguaya, y releéis un poco la que escribí titulada El comedor, el colectivo y el escritor alemán, os haréis una idea de lo que me impactó desde el principio la música paraguaya. Y además resultó que la cantante, Diana Barbosa, era la misma que en aquella ocasión en honor a Pa'i Puku me hizo cerrar los ojos y sentir sus notas hasta en la mismísima piel.

Disfruté enormemente escuchando esa arpa y aquella voz, viendo bailar a una pareja una danza paraguaya estupenda, en compañía de mis padres, y por supuesto, con una copita de countrieau en la mano izquierda.

Me encantó la jornada de ayer. Ya queda menos para que se vuelvan mis padres a España. Mañana les llevaré al Botánico porque no quiero que se pierdan ese regalo de la naturaleza que no deja de maravillarme...

Ahora sólo me queda esperar a que alguien más me visite. Ya sabéis que las monchis os acogerán encantados. Y por supuesto, yo también. Estoy esperando vuestras solicitudes.


jueves, 18 de febrero de 2010

La intención es lo que cuenta

La primera noche que dormí en Pozo Colorado (es conveniente leer previamente la entrada de ayer, titulada El Chaco Paraguayo) las postulantes de la Congregación me comentaron que al día siguiente irían temprano a ordeñar vacas. Y yo, ni corta ni perezosa, les prometí que me levantaría con ellas a las 5.30 de la madrugada para acompañarlas en su cometido. Y por supuesto, también les expliqué que a esas horas nadie podía decir que era pronto en la mañana, sino más bien tarde en la noche.

Así que programé el despertador encantador de mi celular Nokia arcaico, y cuando llegó el horario señalado, las campanitas empezaron a sonar como señales del infierno... Y entonces, alargué la mano tanteando la mesilla de noche, hasta que alcancé el frontal que tenía preparado para prevenir una posible picadura de serpiente. Iluminé el suelo instintivamente aunque en realidad yo sabía que no estaba sirviendo de nada, ya que mis ojos seguían cerrados, incapaces de rendirse a la sensatez y abrirse para poder reaccionar en caso de necesidad... 

Me lavé los dientes, me mojé la cara, y salí de mi habitación como un zombie de película de terror, aún con el frontal incrustado en la cabeza, y un profundo arrepentimiento por haberme comprometido con aquellas chicas a hacer cosas para las que sin lugar a dudas no estaba preparada.

Dos segundos después, avisté a lo lejos dos luces en la lejanía, que cada vez se aproximaban más al punto en el que yo estaba parada, y poco a poco me fueron deslumbrando hasta formar un solo punto de luz común. Me dieron los buenos días, y encabezaron la fila india que nos llevaría hasta el establo.

En cuanto llegué, percibí el hedor a heces y orina concentrados, y por supuesto también, el olor a animal. Había por allí rondando un señor, que nos cedió su banqueta y nos ofreció su lugar privilegiado frente a una vaca enorme.

Yo veía cómo todo el mundo empezaba a ordeñar, y me pareció facilísimo, así que me animé a probar. Con una breve explicación de las chicas, me lancé a agarrar la teta izquierda y a estirar con todas mis fuerzas...

Nada. No salió ni una gota. 

Como mi cara de frustración debía ser un poema, ellas se armaron de paciencia, y me volvieron a explicar la técnica...

Nada. Lo único que conseguí fue un quejido de la vaca -con toda la razón del mundo- y una protesta aguda del ternero que estaba a su lado...

Entonces decidí que el tema de ordeñar no era lo mío. Pero qué le vamos a hacer, la intención es lo que cuenta, ¿no? Ahora eso sí, al día siguiente ya no volví a intentarlo, ni creo que lo vuelva a hacer... 


En Iguazú


Misiones (Paraguay)

miércoles, 17 de febrero de 2010

El Chaco Paraguayo

El lunes por la mañana me preparé para viajar con mis padres, mi tía y varias monchis a Pozo Colorado, un internado que las hermanas tienen en mitad del Chaco. Una vez más, fui todo el camino en la parte trasera de la camionata, llena de cojines por el suelo, y maletas y bolsas a los lados. Como la puerta del maletero estaba rota, cada cierto tiempo teníamos que sacar las manos por las ventanillas y hacer aspavientos para indicar al conductor que parase. Y así nos pasamos las cinco horas hasta que llegamos a nuestro destino. Pero ahí no acaba todo: resulta que como los bultos que nos rodeaban no estaban muy bien colocados, cada poco rato se nos caían encima, por lo que nos montamos un escenario propio del mejor de los contorsionistas, y parecía que estábamos en mitad de una partida de twister. De vez en cuando se oía un tu pie a la bolsa de la izquierda, o también las piñas, agárralas con tu mano libre. Fue graciosísimo, aunque llegamos con tal dolor en la rabadilla, que yo aún -tres días después- no me puedo sentar sin presionarme antes las lumbares e ir descendiendo lentamente como si se me fuese la vida en el movimiento...

Durante todo el camino, las monjas fueron contando historias de gente a la que habían picado serpientes de todo tipo, días en que mi tía se cruzaba cascabeles como quien come pipas, o los peligros de los alacranes en las duchas por la noche. Mi madre estaba muerta de miedo, y no se separaba de su linterna por si las moscas. He de añadir que el Chaco es una mezcla entre selva y desierto: por un lado hay sequía, pero por el otro hay una vegetación selvática impresionante.

En cuanto nos mostraron la habitación, nos hicieron un recorrido por el internado. Las habitaciones de las niñas eran parecidísimas a las de los presos de Auswitzch: camas ridículas (pero en dos alturas) con unos lavaderos de fondo y alguna letrina, la cocina en la que cada día se da de comer a 340 personas, el patio de juegos, el lavadero donde los chicos lavan y planchan sus ropas a diario... No os podéis hacer una idea del tamaño de aquel lugar, ni de su organización. Es como una aldea para niños, pero terriblemente pobre...

Al día siguiente, ya más animados, nos adentramos aún más en la selva hasta Filadelfia, el poblado menonita. Los menonitas son una etnia formada por alemanes que emigraron al Chaco hace cosa de 70 años, y se asentaron allí. Estas gentes tienen su propio sistema educativo germánico, sus hospitales impolutos, sus leyes estrictas, sus supermercados llenos de salchichas, sus casas medio tirolesas, sus avenidas absolutamente cuidadas, sus cabellos rubios... He de decir, que es el mejor pueblo que he visto desde que llegué a Paraguay. La organización es perfecta, está limpio y cuidado, las tiendas parecen tiendas en vez de antros, y las personas son... europeas. Me pareció curiosísimo ver algo así en mitad de la selva, y me pregunté qué llevaría a un grupo de alemanes a asentarse en la otra parte del mundo, en un clima infernal, y en unas condiciones tan diferentes a las suyas, pero la realidad es que allí están y parecen felices.

Desde luego, si alguna vez alguno de vosotros os animáis a venir hasta Paraguay, os recomindo esta excursión, que si bien incómoda y pesada, merece la pena sin lugar a dudas...

El caso es que como no paraba de llover, se nos hizo retarde, y tuvimos que quedarnos una noche más en Pozo Colorado, a pesar de no tener más ropa, estar sucios, costrosos y malolientes...
Dejando eso aparte, os digo que he pasado tres días y dos noches en el Chaco Paraguayo, y yo no dejaba de pensar que yo en un principio estaba destinada a quedarme precisamente en ese internado. Me pregunto si estaría tan contenta como ahora, si me hubiera adaptado bien y, sobre todo, me planteo si aún estaría allí, porque la vida en el Chaco es muy dura, durísima. Quién sabe si al final me animaré. Quién sabe...

Yo sólo sé que hoy he llegadoa Asunción de nuevo, con mis panrtalones largos llenos de barro hasta las rodillas, con picaduras de mosquito mutante, con el pelo como si me hubiese caído un bote de gomina encima, y con los ánimos por los suelos. Mis padres ya se han decidido a montar una Fundación para ayudar a la causa. Yo por supuesto que colaboraré, pero mi mente ya está traginando algo más grande. Ya os contaré más adelante, cuando tengas las ideas más claras y el corazón menos encogido.


Una parte del colegio en Pozo Colorado

lunes, 15 de febrero de 2010

El Grano Parental

Y hoy, como ya avisé ayer, he accedido al lado brasilero de las Cataratas de Iguazú. Tengo que reconocer que las vistas son muchísimo mejores, puedes disfrutar de una panorámica espectacular, con una fotografía grandiosa de todo el complejo. Es lo que mi profesor de creatividad Juan Martínez-Val hubiese llamado una visión holística de la realidad.

A pesar de eso, sigo pensando que merece mucho más la pena el lado argentino, porque es cuando realmente pasas por encima de las propias cataratas. De verdad que es una visita obligada para cualquiera que venga por este lado de las Américas (y eso incluye a mi amiga Patricia, que sólo se quedó en Brasil, y que estoy segura de que el año que viene seguirá mi sabio consejo).

Aparte de eso, el día una vez más ha estado marcado por las largas horas de coche, la inmensa lluvia torrencial, y el frío del aire acondicionado. Pero también tengo que contaros algo no apto para enemigos de lo escatológico, así que si tú, lector, estás en ese grupo, te recomiendo dejar de leer en este preciso instante:

Yo siempre he estado muy agradecida a mi genética privilegiada por concederme el honor de tener una piel preciosa, suave y limpia. El acné nunca me visitó, ni siquiera durante la adolescencia, por lo que mis ancestros Mingo y Zapatero (mi abuela estaría avergonzadísima de que publicase su apellido real) hicieron una buena mezcla...

Resulta que cuando yo vivía en Polonia y mis padres vinieron a verme, me salió un grano en mitad de la cara de los que hacen historia. Estuve varios días trabajando en él, y aún así mi amiga Ana -que lo vio en vivo y en directo- estaba alucinada. Decía que ella nunca había visto cosa igual... Pues bien, desde hace un par de días, el Grano Parental ha vuelto, con intención de reproducirse y de dejarme un regalito no apto para fotos sensuales en las cataratas... ¡Un desastre!

Eso significa que hay algo que no está bien en mi mundo interior ahora mismo, y que debo esforzarme por cambiar antes de mi próxima aventura, porque me niego a que eso siga pasándome. Ya os contaré cómo ha ido evolucionando...


domingo, 14 de febrero de 2010

Las Cataratas de Iguazú

He estado en muchos sitios. Ahora mismo me vienen bastantes a la cabeza: el Versalles de Marie Antoniette, el Puente de San Carlos de Praga, las Phi-Phi Islands en Phuket (Tailandia), el Auswitsch de Hitler, la Filarmónica de Viena, el Liverpool de los Beetles... Podría enumerar una lista inmensa de lugares que he conocido y que realmente han merecido la pena. Pero también os digo que nunca en mi vida había visto algo similar a lo de hoy...

Esta mañana, preguntando en el hotel, hemos averiguado que el Parque Natural de Iguazú en realidad estaba en el lado argentino de las cataratas, así que nos hemos dirigido prestos hacia allá, con serias dudas de que lo que fuésemos a ver valiese lo que el chico nos había dicho. Nuestra primera parada (tras varias tiendas de souvenirs, bares, muchachos haciendo instantáneas-recuerdo y demás obstáculos típicos) ha sido la Garganta del Diablo. Al parecer, nunca jamás nadie ha conseguido explorar el fondo de esta catarata debido a la fortísima presión que hay al fondo... Mi padre ha perdido el sombrero, que ha salido volando en cuanto hemos llegado al mirador, y mi madre -en un ataque de valentía- ha intentado recuperarlo, cambiando enseguida de parecer al comprobar lo ridículo e insensato de su idea.

Tengo que reconocer que me ha servido como ejemplo de la magnitud de la visita, y la sensación de vacío, mezclado con las miles de gotas de agua que calaban a cualquiera que pasase a metros de distancia, han conseguido una visión extraordinaria y una experiencia inolvidable...

Siguiendo la ruta recomendada, hemos ido visitando uno a uno los puntos turísticos del parque, y ahora mismo -ya en el hotel- tengo que decir que no me podría quedar con uno solo. Cada paso, cada vista, cada catarata eran únicos e irrepetibles. Creo que realmente es uno de esos sitios que hay que ver antes de morir, porque se puede percibir a la perfección la inmensidad de la naturaleza, y la belleza que la rodea...

Cuando ya estábamos próximos a acabar el recorrido, hemos descubierto que existía la posibilidad -por supuesto previo pago- de hacer una pequeña excursión en zodiac, en la que te llevaban directamente al chorro de algunos de los saltos, y tenías una visión más que completa del complejo. En cuanto lo hemos visto, mi padre y yo nos hemos lanzado a la aventura (mi madre ha preferido esperarnos en una sombra bajo un árbol). ¡Y cómo he disfrutado!

Siempre me gustó el agua, podría decir que es uno de los medios en los que mejor me muevo, y cuando siento la brisa ondeando mi pelo, el agua salpicándome la cara, y esa cascada refrescándome hasta el pensamiento, estoy convencida de que eso es precisamente la felicidad. Me ha encantado mi aventura de hoy. Os la recomiendo a todos desde el principio hasta el final. Y eso que aún me queda la mitad por ver, pero eso lo dejo para mañana, que pasaré el día en el lado brasilero de las Cataratas de Iguazú. Si tan sólo son la mitad de bonitas que las argentinas, os aseguro que no me decepcionarán. 

Qué gusto. Me encanta estar viva. Me encanta estar aquí.


sábado, 13 de febrero de 2010

Guay del Paraguay

En primer lugar, siento mucho el retraso en mis entradas, pero ya sabéis todos que las conexiones en estos países no son precisamente un ejemplo de tecnología punta... Os explico:

Ayer, tras horas y horas en el coche para hacer 300 km., decidimos obviar mi reserva en un hotel de la zona de Misiones, para quedarnos en algún lugar próximo a la localidad de Encarnación. Después de buscar cuidadosamente, y de preguntar a varias señoras encantadoras, descubrimos que había un hotel rechurro (o lo que es lo mismo: estupendo) a las afueras de la ciudad. 

Cuando llegamos al supuesto parador de cuatro estrellas, decidimos -tácita y unánimamente- que en realidad se trataba de un churro con todas las de la ley. No voy a negar que tenía una piscina muy agradable, y que la tuvimos entera para nosotros tres solos, pero el hotel en sí mismo no valía ni una mención rápida en el diario local. Así que esta mañana, ya arregladitos y vestidos con nuestras mejores galas guiris (gorras, shorts de tenis, camisetas de tirantes y chanclas), nos hemos ido al fin a conocer las famosas reducciones jesuíticas del siglo XVII. No os voy a negar que aquellos sacerdotes tuvieron muchísimo mérito, y que he aprendido bastante sobre construcciones sacras de columnas fitomórficas, pero desde mi punto de vista -que no el de mis padres- no valían mucho.

Una vez terminado el recorrido, a eso del mediodía, con toda la solana, una madre descompuesta por el calor, y un padre un tanto nervioso por el camino que aún nos quedaba por recorrer, hemos dirigido nuestros pasos hacia las famosas Cataratas de Iguazú. 

Las carreteras paraguayas -cómo decirlo- son algo rudimentario y prehistórico, en las que las circunvalaciones no existen, las autopistas por supuesto tampoco, e incluso te puedes encontrar zonas sin asfaltar, amén de ser terriblemente peligrosas porque en cualquier momento puede cruzar una vaca suicida, un gallo despistado, un perro acróbata, un coche adelantando por el lado contrario, un niño persiguiendo una mariposa... En fin, una serie de obstáculos de lo más desagradables que requieren de todos los sentidos puestos en la carretera nacional (por llamarla de alguna manera). Y si a eso le sumamos que a la hora de comer hemos tenido que andar durante kilómetros y kilómetros sin encontrar ni un sólo local en el que parar, pues convertimos el agradable viaje en una excursión del Tercer Mundo con todas las de la ley.

Ya por fin, a eso de las 4 de la tarde, estábamos cruzando la frontera. Y menuda odisea: primero hay que bajarse en el lado paraguayo para sellar el pasaporte como "salida", después hacer lo mismo en el brasileño para que te pongan la "entrada". Y como nuestro hotel estaba en la parte argentina de las cataratas, hemos tenido que repetir esa misma operación de nuevo una vez más. Lo que ha supuesto una cola larguísima, señoras haciendo preguntas, documentos para arriba y para abajo... Pero en cuanto hemos llegado al hotel, ha compensado todo.

Ahora mismo os escribo desde un lugar absolutamente paradisíaco, con el inmenso río Paraná de fondo, sentada sobre una cama king size de sábanas blancas, una conexión wifi más que decente, y me acabo de dar un baño en la infinity pool del hotel  -por supuesto previo paso por el jacuzzi-. La verdad es que parece mentira que hace dos días estuviese saludando a mis niños del Bajo, todos sucios, malolientes y cochambrosos, y yo esté hoy aquí como una reina, disfrutando de un lugar que sin lugar a dudas es una de las maravillas del mundo. 

Es alucinante lo que es la vida. Y os tengo que decir que, a pesar de que Paraguay como país no tenga prácticamente nada, y de que la famosa expresión guay del Paraguay deje bastante que desear de la percepción de su precursor, hay cosas increíbles que sólo se pueden ver si venís a este país -o a sus fronteras-. Y por supuesto, los paraguayos son sin lugar a dudas una de las culturas más estupendas con las que me he cruzado yo en mi vida. Y mis niños... Eso sí que no hay palabras para describirlo con exactitud.

Ya os contaré cómo me ha ido mañana en las Cataratas. ¡Qué ganas!


Misiones de Jesús y Trinidad (Paraguay)

viernes, 12 de febrero de 2010

Un desastre

¡Hola a todos!

Una vez más os escribo desde un rinconcito con una conexión malísima... Estoy en Misiones, y mi día no ha sido más que coche, coche y más coche. Las carreteras son horribles, y los monumentos que he visto por el momento una mierda...

Espero que el hotel de mañana en Iguazú tenga wifi, y así poder ser más específica en mis descripciones. Lo siento, pero Paraguay no deja de ser un país tercermundista...

Un beso enorme,

Espe.

jueves, 11 de febrero de 2010

El Hotel del Lago

Como mis padres están aquí, decidí hacerles (antes de que vinieran) un programa para organizarles las vacaciones de la manera más placentera posible para ellos, y precisamente hoy nos tocaba ir a Caacupé y a San Bernardino (planning que yo ya hice hace cosa de un mes con Pati y su madre, y que podéis leer directamente desde aquí).

He de añadir, que a mi madre lo que más le gusta del mundo es hacer la ruta de la iglesia, o lo que es lo mismo: ver todas las catedrales, basílicas, parroquias, ermitas, monasterios, claustros, santuarios, centros de peregrinación, capillas, abadías, colegiatas, oratorios, templos y demás lugares de oración -católicos- que existan en el lugar al que va como turista. A mí esta costumbre siempre me pareció un tanto aburrida, porque yo no encuentro muchas diferencias entre unas y otras, pero a ella eso le hace feliz, y eso es lo importante. Así que cuando llegamos a Caacupé, ya estaba medio emocionada, rezando muchísimo y viendo cada una de las imágenes que estaban allí expuestas.

Pero como yo también sabía que mi padre iba a preferir ver algo de otro estilo, decidí llevarles a comer a Sanber, concretamente al Hotel del Lago. Se trata de una casa antigua, de estilo colonial, restaurada completamente para poder recibir a sus huéspedes... Llegamos a la hora de comer, y pedimos por favor al encargado que nos permitiese bañarnos en la piscina para refrescarnos un poco. En un principio se negó, alegando que ese servicio era exclusivo para los clientes del hotel, pero se fijó en la cara de mi madre -descompuesta por el calor- y se compadeció de nosotros, así que nos sentamos a almorzar, y después nos pasamos dos horas en remojo.

La verdad es que ha sido una tarde maravillosa, con esa piscina en forma de riñón, con las nubes perfectamente claras en el cielo, el jardín rodeado de vegetación tropical, y las gracias constantes de mis padres (que consisten en que él gasta una broma y ella no se entera de nada hasta que todo el público presente suelta una risotada general). Estoy disfrutando de ellos todo lo que puedo, porque aunque quiero a mis hermanos de una manera infinita, me está encantado ser hija única por un tiempo. Quién sabe, igual no los vuelvo a tener para mí solita nunca más...

Mañana me voy hacia Misiones, y pasado pasaré dos días en Iguazú... ¡Qué gusto!

Un beso enorme.





miércoles, 10 de febrero de 2010

Por la calle infraganti

Divertidísimas

Con mi padre en Buenos Aires

Buenos Aires, mon amour


Cuando camino por Buenos Aires, me imagino que estoy en cualquier ciudad de Europa, quizá París, quizá Londres. Paseo alrededor de edificios enormes, casi mausoleos romanos, y me siento como en casa. Las anchísimas avenidas me recuerdan a la Castellana en hora punta, y las argentinas me sirven como reflejo de la moda en la otra parte del mundo.

Mi padre siempre me decía que no había más europeo que un argentino, y he de reconocer que le tengo que dar toda la razón. Empezando el recorrido por la ciudad en el barrio de La Boca, puedo percibir el ambiente napolitano, con sus habitantes repintando las casas policromadas, y las abuelitas –de riguroso luto- haciendo croché sentadas en la puerta sobre sus sillas de enea.

Continuando por la Plaza de Mayo, imagino a las miles de mujeres que aún hoy se manifiestan cada jueves reclamando un poco de justicia. Casi puedo sentir la angustia de esas madres, luchando por averiguar el paradero de sus hijos, sin más esperanza que la de llamar la atención de los políticos de la Casa Rosada.

Ya en el cementerio de La Recoleta, en el que está enterrada Evita, trato de saber más de su vida –aunque siempre fui bastante fan del remake de Madonna-. Me encantan esas historias antiguas, en las que las señoras aparecían deliciosas en sus fotos en blanco y negro, y los hombres miraban a las cámaras de perfil, a menudo con un cigarrillo recién liado en la boca. Me gusta mucho el personaje de Eva Perón, tan distinguida y elegante, con su afán de superación, su lucha incansable, y el misterio que rodeó siempre su vida. Me gustó pasear por las mismas aceras que un día ella pisó, y dejarme llevar por esa sueva brisa que me acompañó durante todo mi viaje a Buenos Aires.

Después de tres horas de intenso turismo –en las que me sentí guiri por primera vez en mi vida, en un autobús tipo city tour, rodeados da japos con sus Nikon-, paramos en Puerto Madero, para disfrutar de una agradabilísima comida frente al paseo marítimo de la ciudad. Me parece que es un lugar lindísimo, lleno de rinconcitos sin explorar –y otros sobreexplotados-, con bailarinas de tango por las esquinas, vendedores ambulantes de alfajores y argentinos que se saben italianos que hablan español.

Buenos Aires es una ciudad para estar una semana (o dos meses). Es uno de esos sitios que enamoran, con sus barrios glamourosos y sus partes alegres aunque pobres. Sin lugar a dudas, volvería encantada, y sé que repetiré la experiencia de tango con malbec antes de regresar a España definitivamente.

Hoy ya llegué a Asunción de nuevo, previo paso por el aeropuerto (¡me horroriza el tema del avión!), y posterior recibimiento floral de mi tiísima. Siempre es bueno volver a casa… Aunque ya os voy diciendo que en un par de días me vuelvo a Brasil, pero esta vez me quedó en Iguazú. ¡Qué ganas de conocer al fin las cataratas!


martes, 9 de febrero de 2010

Aguas de otros cauces

Cualquiera que me conozca sabe que a mí el rollo barquito me encanta. El año que estuve de erasmus viajé mucho por Europa, y desgraciadamente no pude disfrutar de la increíble oferta de viajes por el Vístula, el Sena y el Danubio. Pues bien, como mi padre tiene gustos muy parecidos a los míos, allá donde vamos, excursión en barco que cae. Y eso fue justo lo que hicimos ayer: desplazarnos hasta las inmediaciones de Buenos Aires, tomar un tren de lo más turístico -que como en todos los lugares por acá, tenía el aire acondicionado a tal temperatura, que se creaba un ambiente polar de lo más desagradable, lo que consiguió que mi garganta se resintiera-, y llegar a la ciudad de Tigre, para atravesar en nuestra experiencia fluvial un delta precioso.

Cuando empezamos el paseo, descubrimos que el río había formado islas a cada uno de sus lados, y los habitantes de ese municipio habían aprovechado para construir sus casitas en cada una de esas mismas islas. Eran monísimas, con una mezcla de estilos -entre un cottage inglés y una casa de la campiña francesa-. Debido a su ubicación, sólo se podía acceder a ellas por agua, lo que significaba que todas tenían su propio embarcadero.

Y para facilitar la situación de los aventureros que vivían allí, el pueblo había puesto a su disposición barcas colecttivo (y barcas taxi, barcas repartidoras de pizzas, barcas heladero, barcas ambulancia...). Tenían cubiertas todas las necesidades que cualquier persona pudiera tener... Además contaban también con la casita escuela, y con una capilla, una biblioteca, un museo, una discoteca, varios hoteles...

Mientras paseaba yo por el pueblo de casas-isla, decidí que me encantaría venirme un verano hasta aquí y alquilar una para pasar mis vacaciones de esta manera. El ambiente que se respiraba era maravilloso, la paz, la tranquilidad... ¡E incluso tenían acceso a Internet! (Lo sé, me confieso adicta a Seriesyonkis y a leer mi mail cada hora).

Me encanta descubrir sitios nuevos. Nunca me cansaré de decirlo, pero es que viajar es -para mí- el mejor regalo del mundo.

Me voy ya a Asunción... ¡Qué lástima!







lunes, 8 de febrero de 2010

El día que me quieras

Una de las cosas que más me apetecían de Buenos Aires era precisamente asistir a un espectáculo de tango en directo. Pues bien, ayer me fui con mis padres y con un amigo argentino de la familia a un restaurante encantador, antiguo. Me recordaba un poco al ambiente del Moulin Rouge, todo tan rojo, tan dorado, tan sensual...

Estaba claro que éramos turistas, como los miles de alemanes, estadounidenses y japoneses que nos rodeaban, todos con la cámara de fotos colgada, esperando... Pero a mí eso no me importó en absoluto, porque por primera vez desde que me vine a Paraguay, me arreglé como una princesa, con mi vestido nuevo palabra de honor (que mi madre no podía dejar de mirar de reojo extrañadísima), bien maquillada, bien perfumada, y bien sonriente...

Cuando llegamos al restaurant, llamado Esquina Homero Manzi (¡recomendado!), nos sentamos en la mesa que estaba reservada a nuestro nombre, y pedimos por supuesto un buen lomo argentino y un malbec (a mí salud, claro). Yo estaba disfrutando muchísimo de mi copita y de mi exquisita comida, así como de la agradable conversación de Alejandro -el amigo de mis padres-. Y cuando él y yo descubrimos que nos habíamos pimplado una botella entre los dos, nos miramos, sonreímos, y en cinco minutos nos trajeron una nueva para acompañar el espectáculo que estaba a punto de empezar.

A eso de las diez y media, una orquesta fantástica, dio el aviso de silencio a base de tonadas únicas y originales, y justo después aparecieron tres parejas a cual más excepcional, moviendo los pies con gracia y aparentemente ninguna dificultad. Vimos a las mujeres engalanadas con sus mejores trajes, seductoras, apremiantes, serias y delicadas. Vimos a los hombres como compadritos, o lo que es lo mismo, como gallos en su corral. Y también vimos a dos solistas -un hombre y una mujer- cantando diferentes temas que podrían haber salido perfectamente de cualquier recopilatorio de grandes éxitos del tango.

Hubo un momento en el que me dejé llevar por "El día que me quieras", cerré los ojos, agarré la copa, le di varias vueltas y me la llevé a la boca para degustar lentamente ese fantástico vino de Mendoza. Y cómo me gustó la sensación...

Hace unos días hablaba de mi instante en Río, con aquel niño de la playa. Pues bien, aunque resulte algo más frívolo -o quizá simplemente menos profundo-, sé que de este viaje, mi fotograma favorito para recordar eternamente será ese: un bandoneón de fondo, una réplica de Gardel, un buen vino y una pareja bailando en un escenario como si fuese lo último que fueran a hacer en sus vidas. Me gusta el tango, siempre me ha gustado, pero ahora además se me ha grabado a fondo en la retina. Creo que en cuanto vuelva, me voy a puntar a clases para aprender. ¡Montsita se va a poner encantada! ¿Algún voluntario para ser mi pareja?


domingo, 7 de febrero de 2010

Un paseo por las nubes

Esta mañana a las 4 de la madrugada, salía yo hacia el aeropuerto de Asunción que, a decir verdad, de aeropuerto tiene sólo el nombre, porque ni siquiera hay arcos de seguridad ni control de portátiles y líquidos, ni nada de nada... El caso es que andaba yo, nerviosa (histérica), pensando en mi inminente nueva aventura por los aires, y me trataba de concentrar en todas aquellas personas a las que les había pedido su ayuda en el intercambio de energías positivas...

Tras un exhaustivo estudio y control de los tres servicios para señoras, me dirigí por el finger hasta mi avión con destino Buenos Aires. Cuando las compuertas se cerraron, y las azafatas empezaron a hacer su demostración de las salidas de emergencia, soluciones ante la despresiurización de la cabina y demás menesteres de los que no quería ni oír hablar, traté de buscar otros recursos para superar el mal trago de la mejor manera posible... Una vez, una amiga me enseñó las virtudes de la autohipnosis (que ya os explicaré en una entrada exclusivamente dedicada al tema), por lo que me centré en todo momento en imaginar determinadas situaciones que me haricieran muy feliz. Y la verdad es que el despegue se me pasó volando...

Durante el trayecto, sólo podía mirar las preciosas nubes que me rodeaban, y cómo me gustaría estar dentro de ellas, jugando, saltando, tirándome en plancha... Oliéndolas, saboreándolas... El amanecer desde las alturas he de reconocer que es absolutamente maravilloso, y las nubes eran tan lindas que casi te daban ganas de saltar al vacío para mecerte sobre ellas. Otra cosa no, pero las nubes de Asunción son las más bonitas que he visto yo nunca...

Ya en el aeropuerto, media hora de turbulencias infernales después, me he concentrado en buscar la puerta de salida de mis visitantes. Pero -siempre hay un pero- me he visto reflejada en un espejo, y me he tenido que ir de inmediato al cuarto de baño a pintarme un poco el ojo, porque realmente estaba decrépita...

Y cuando ya era inminente la llegada de mis señores padres, saqué del bolso mi ipod de 16 Gb., tratando de ambientar un poco el reencuentro con ellos. Una vez, una amiga me dijo que a su primer beso le habían faltado unos cuantos violines de fondo, y la verdad es que entendí a la perfección lo que me quería decir. En las películas, siempre vemos los sentimientos y las emociones como si un Alex Ubago desaborío  estuviese haciéndonos los coros de fondo. Pues bien: yo quería que ese momento fuese mágico, al mejor estilo de cualquiera de las pelis salidas de Yankylandia, así que me programé la banda sonora de Love Actually, y andando... Pero como tardaron una hora y media en salir, al final escuché todo un repertorio de lo más variopinto, siendo la ganadora una de las mayores frikadas de Silvio Rodríguez, titulada "Nada Más"...

Por fin vi a mis papis, después de tres meses y medio fuera, y me emocioné tanto que me costó conter esa lagrimita que siempre me amenaza con salir...

Esta noche nos espera una cena espectacular, con espectáculo de tango en directo. ¡Qué ganas!


sábado, 6 de febrero de 2010

La Princesa se va a Buenos Aires...

Mientras yo cuelgo esto, mis padres están despegando en un avión de Iberia que les llevará directamente hasta Buenos Aires, ciudad en la que hemos quedado a las 8 de la mañana de mañana (hora local).

Mis hermanos -los tres- me han dicho que estoy hecha una mimada, porque me voy a pasar dos semanitas de lujo en un viaje espectacular con todos los gastos pagados. Pero es lo que tiene... Una se va al fin del mundo, y sus padres amorosos la siguen...

Estoy deseando verles, compartir estos días con ellos, que conozcan a mis niños, presentarles a los Acosta... Tomar alfajores y dulce de leche, ir a ver un espectáculo de tango, pasear en barco por el río de la Plata. Pasarnos horas contemplando las cataratas de Iguazú, aprender de las Reducciones Jesuíticas, y contarles lo que han sido los últimos tres meses para mí aquí.

Me esperan largas conversaciones, un gran reencuentro entre mi madre y mi tía, dos vuelos (ya estoy temblando), una excursión al Gran Chaco Paraguayo, y por qué negarlo, convertirme en una hija única mimada durante algunos días.

Me apetece muchísimo el plan. Ahora sólo os pido que os concentréis en mí y me mandéis toda vuestra energía positiva para que mi vuelo (de tan sólo hora y media) hasta Buenos Aires vaya estupendamente y sin turbulencias.

Un beso enorme a todos,

La Princesa.


viernes, 5 de febrero de 2010

Visita guiada -inesperadamente- al Zoo

El domingo pasado monté una expedición con varias hermanas al Zoo de Asunción. Justo después de la misa, a eso de las 8 de la mañana, partimos 5 mujeres encantadas, llenas de termos de agua fría, guampas para el tereré, bolsas con comida, y otras tantas cosas necesarias para montar un picnic en el Jardín Botánico.

El calor -para variar- era aplastante, y en cuanto llegamos a la puerta del recinto, tuvimos que sentarnos un rato para recuperar fuerzas e hidratarnos lo suficiente como para continuar. Y cuando ya estábamos de camino al zoo, vi aparecer un rayo corriendo, que se incrustó a mi pierna, y no me quería soltar. Yo, algo sorprendida, miraba hacia abajo y sólo atinaba a ver una cabeza rubia sucísima, con piojos danzando a plena vista. Y mis ojos se iluminaron al comprobar que era Sergio Acosta. En unos segundos se repitió la escena con su hermano Carlos, que hizo lo mismo, y al instante después, me vi paseando con uno a cada lado contándome las experiencias de su último mes sin mí...

Les pregunté por Librada y por Juan, y me dijeron que estaban jugando en el parque de los niños pequeños, y que ellos ya eran grandes, así que su abuela les había dejado pasear. Me hicieron todo un interrogatorio, y a los cinco minutos ya me habían arrancado la promesa de llevarles conmigo a ver los animales.

Pasé un día estupendo con ellos, y lo repetiría mil veces sin hacer ningún esfuerzo. Cada vez que cambiábamos de jaula, trataban de llamar mi atención, y me iban dirigiendo hacia los animales más exóticos y peligrosos. Yo hacía como que me daban mucho miedo, y ellos me abrazaban y me decían con ese tono paraguayo tan gracioso que me protegerían pasase lo que pasase. Yo estaba feliz, y me sentía una niña más viendo por primera vez leones, pumas, elefantes o cocodrilos...

Después de un intenso paseo, y de contemplar los animales más extraños, salimos a comer. Yo me convertí en una especie de mancha-roja-inflamada andante de la cantidad de picaduras de mosquito que me llevé de la excursión, aunque me lo pasé francamente bien con ellos (y con las hermanas, claro).

Pero lo mejor llegó cuando, a la salida del zoo, vimos a una señora indígena vendiendo bisutería. Yo me fijé en un collar con un corazón que me encantó, y me pareció resimpático, así que se lo mostré encantada. Enseguida Carlos me comentó:

- Sí, ese es lindo, pero éste otro es mucho más -dijo, mientras señalaba un crucifico de plata enorme, y añadió-, porque la cruz te protege, y el corazón no.

Sé que está mal decirlo, pero los Acosta ya tienen ganado para siempre un trozo infinito de mi corazón...


jueves, 4 de febrero de 2010

La pasión por el fútbol


Hace tiempo que quiero dedicar una entrada a la increíble afición al fútbol que hay en Paraguay. Desde que nacen, ya pertenecen a un equipo u otro, y se generan verdaderos conflictos familiares en torno a este tema.

Los sábados y los domingos giran en torno al partido, y todo el mundo está al tanto de la realidad nacional e internacional futbolera. Como casi siempre, el país está dividido en dos, y sus corazones sólo pertenecen al Cerro Porteño o al Olimpia. Yo aún no sé quién es de uno o de otro, pero aquí parece muy importante saber cuál de los dos te gusta más y por qué.

Cuando yo era pequeña y veía a mi madre y a mi hermano viendo un Madrid-Barça eufóricos, gritando verdaderas barbaridades a jugadores de ambos bandos, y sufriendo con cada gol del equipo contrario, yo me preguntaba qué maldita diferencia habría entre ellos. No entendía por qué un equipo sería mejor, si los dos tenían el mismo número de jugadores, daban patadas a una pelota, y era cuestión de azar o de suerte que despistasen al delantero y acertasen en la portería…


Pues bien, esa dualidad también existe en Paraguay, sólo que multiplicado por cinco. Hasta las hermanas tienen su propia elección, y se chinchan entre ellas. Por ejemplo, yo ayer iba vestida con pantalones negros y camiseta blanca –los colores del Olimpia-, y una monchi me dijo que cómo podía osar ir así. Yo no lo entendí hasta que me lo explicaron, claro…

Pero el colmo de todo esto llegó cuando, hace unos días, el pichichi de la selección paraguaya fue disparado en un bar de México, y quedó en coma. Todo el país estaba consternado, y los diarios sólo hablaban de este tal Salvador Cabañas. A mí me resultaba indignante que se diera tantísima importancia a la noticia, cuando en realidad esas cosas pasan en todas las discotecas del mundo a diario. No quiero quitarle peso al asunto, sino por el contrario, hacer ver el calibre de nuestra ignorancia generalizada, y la idiotez que generan las aficiones a un grupo -ya sea deportivo, político o religioso-.

Imaginaos el punto al que llegan las cosas, que ahora hasta los niños que piden dinero en los autobuses, han empezado a vender estampas del jugador para ganar aún más dinero. Y lo peor es que lo consiguen...

Yo dedico esta entrada a todas aquellas personas que fueron maltratadas de alguna manera en un bar, y no se les dedicó ni una línea, porque el problema no es que ya no haya tantos goles en el Mundial de este año en Sudáfrica, sino que sigue habiendo desgracias en todos los rincones del mundo.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Bienvenidos a la República Independiente de Mi Vida

Hubo un día en que fui un collar de perlas, un escrito ajado de recuerdos histriónicos, una falsa catarsis griega, una aspirante a Lady Di, una mezcla de Madonnas italianas, un vestido de Valentino, una Monarquía Absolutista... Hubo un tiempo en que busqué inspiración en tiendas y bares, tratando de encontrar algo que aún desconozco. 

Hubo épocas mejores, en que me sentí mitad vals mitad zarzuela, siempre con zapatos altos, entre negros y rosados, a veces perfecta y otras sarcástica, medio yo medio ella...

Me gustaría saber qué ha cambiado en mí, qué me hace sentir que caigo disparada a un vacío sin fondo, qué extraño precipicio me abraza por las noches, y por los días, y por las tardes... 

Quiero entender qué me pasa, qué le sucede a mi mundo. Porque yo ya no soy esa Espe que marchó hacia las Américas aquel 21 de octubre, esa niñita que pasaba el control de seguridad del aeropuerto llorando a moco tendido, con sus padres aún de fondo, y un miedo casi paralizante. No soy esa Espe que necesitaba algo parecido a las benzodiazepinas para subirse a un avión, ni la que se podía tomar litros de Coca-Cola light con sus amigas, ni la que hablaba horas por teléfono, ni siquiera la que tenía siempre una palabra en la punta de la lengua luchando por quedarse dentro y no salir escupida con una rabia infinita...

¿Significará eso que ya no me queda ni un atisbo de adolescencia en mí? Mi madre se va a sentir muy decepcionada al darse cuenta de que ya acabó definitivamente con una...

Me siento espiritual, silenciosa, reflexiva, ilusionada, alegre, musical... Ya no necesito vestidos ni manjares, soy un puro tango en ebullición, una canción de Silvio en directo... Creo que estoy empezando a entender qué vine a hacer. Creo que tengo una especie de álter ego que me guiña el ojo a cada paso que doy, y me sonríe para que continúe este camino que empecé a recorrer hace tres meses, y que aún no ha acabado. 

No puedo decir más nada que...

¡Bienvenidos a la Nueva República Independiente de Mi Vida!


martes, 2 de febrero de 2010

La impactante vuelta a Asunción

A las 6 de la mañana salimos del hotel, echamos un último vistazo a Copacabana, y con un tímido adiós subí en el autobús que me llevaría hacia la estación de Río. Por el camino iba yo, entre dormida y sorprendida. Las calles, repletas de favelas, dejaban entrever esa parte de la ciudad que yo no había atinado ni a conocer...

Tres horas después, me estaba montando en el onibus que me llevaría a Sao Paolo, y 10 horas más tarde, en el que me devolvería de vuelta a la normalidad en Asunción. Durante el camino conocí a una paraguaya de madre catalana, que me contó su vida aquí y me prometió invitarme algún domingo a paella de marisco en su casa... 

Y en ese mismo trayecto hice una ligera reflexión sobre mis vacaciones. Eché un vistazo una vez más a las más de 300 fotos, y pensé que algún día volvería a Sudamérica. Pensé en mis padres, y en su llegada inminente. Y también traté de imaginar cómo sería Buenos Aires... Tenía morriña y me sentía algo ñoña...

Cuando entré por la puerta, ya en casa de las hermanas, tuve una sensación devastadora, porque fui consciente de que mi vida está en Madrid, y que en realidad no había regresado a mi casa, sino que había hecho una nueva parada en mi experiencia aquí. De que por mucho que viaje, que trate de conocer mundo, de que a pesar de que tache países que visitar de mi interminable lista de "Cosas que hacer antes de morir", por mucho que desaparezca durante días, meses o años, siempre volveré a Madrid, porque allí está mi vida entera... Y eso que aquí estoy fenomenal, las monchis me tratan como a una marquesa, y los niños me encantan.  Pero, aunque suene cursi, mi hogar no es éste.

Y volviendo a mis pensamientos, fui consciente también por primera vez, de la pobreza de este país, de su miseria, de su clima infernal, de su escasez de recursos, de su nula oferta de ocio, de sus limitaciones, de la inexistencia de edificios altos, de la ausencia de multinacionales... Vi Paraguay como un país del Tercer Mundo, cosa que antes no había querido ni oír. Me hizo falta ir hasta Brasil y ver sus hermosísimos rascacielos, sus autopistas asfaltadas, sus Coca-Colas enlatadas a 1€, sus centros comerciales con cúpulas acristaladas... Realmente me sentí allí como una niña a la que están redescubriendo el mundo... Y también pensé en mis niños, en sus posibilidades, y en cómo acabarán la mayoría de ellos, y me sentí fatal por ser una niñata, urbanita, pija y caprichosa. Me sentí mal al saber que yo volveré algún día y seguiré con mi vida. 

Buscaré un trabajo, viviré en un pisito monísimo, me iré de vacaciones, pasaré algún fin de semana en Torremenga junto a la chimenea, seguiré yendo al cine los domingos, contribuiré a la imparable expansión de Coca-Cola, pagaré un gimnasio estupendo con spa, quizá incluso me apunte a clases de francés, y comeré foie de Mallorca con mis amigos... Y mientras yo haga todas esas cosas, mis niños estarán rebuscando en las basuras, o cantando en un colectivo por una moneda, o robando comida en alguna tienda, o prostituyéndose en la esquina de la iglesia de Trinidad por ochenta céntimos de euro... 

Hoy hace una semana que volví de Río, y no hago más que pensar en eso. La idea me machaca la mente y me tortura por las noches, porque el problema no está sólo en estos 100 niños, sino que desgraciadamente, son muchos más los que sufren las penurias de la verdadera pobreza que los que vivimos como reyes en nuestros confortables y lujosos hogares. Llevo una semana llorando por dentro... No sé cómo reaccionar a esto... Llevo una semana llorando...


lunes, 1 de febrero de 2010

Resentimientos heredados

Un día, mientras caminaba por la Avenida Atlántica -el paseo marítimo de Copacabana-, me acerqué a un puesto en el que se vendía artesanía. Desde que vivo en Paraguay, doy más importancia a este tipo de cosas hasta el punto de llegar a considerarlo arte... El caso es que visualicé una manta rayada extendida por el suelo, y a un señor que vendía todo tipo de collares, bolsos, fuentes... Miles de artículos realizados con elementos naturales, como madera, conchas, plumas, cocos, hojas...

Ese señor no tenía rasgos brasileños, y me llamó la atención, así que le pregunté de dónde era. Al final acabamos manteniendo la conversación más surrealista de mi vida. Os la reproduzco:

- Buen día, señor. (Silencio). Usted no es brasilero, ¿verdad?
- No. Soy de América.
- ¿De América?
- Sí, soy indígena. ¿Eres italiana?
- No, española.

La cara del susodicho se tornó agresiva de repente.

- Pues América pertenece a los indígenas. Todos somos americanos, y los españoles nos la robaron.
- Pero... Señor, ¿por qué se enfada? Sólo le he preguntado eso porque no parece brasilero...
- Y no lo soy. Soy americano. Y no quiero que vengas a imponerme nada, ni a evangelizarme ni a conquistarme como hiciste en el s. XV.

Yo estaba alucinando con el indígena, pero sentía curiosidad por su inexplicable resentimiento, así que le pregunté:

- Tiene razón, los españoles de la época no tenían ningún derecho a venir e imponer nada, pero usted no estaba allí ni yo tampoco. Jamás se me ocurriría hacer eso... Yo sólo quiero ver sus productos, que me encantan...
- Pero vinieron, y nos quitaron nuestro territorio. Aquí ya había habitantes: nosotros. No descubrieron nada nuevo.
- Ya lo sé, señor. Lo sé.

Él seguía enfadado, como si sufriera.

- Pero, ¿por qué se pone así?
- Porque me estoy sintiendo muy mal. No me gusta tu compañía...
- Entonces, evidentemente nos vamos... Adiós, señor.

Y nos fuimos, dejando atrás al indígena cabreado. Entendí su malestar, y me encantó que se expresara conmigo sin tapujos. Si todos hiciésemos lo mismo, se acabarían la mitad de los problemas. Pero no hay ni una sola cosa que hayan vivido nuestros antepasados, ni siquiera nuestros padres, que merezca semejante sufrimiento.

Cuando era pequeña y estudié por primera vez la Conquista de América, esa Historia en la que te cuentan que Isabel la Católica tuvo que vender sus joyas para financiar el viaje de Colón aún a riesgo de volver con las manos vacías... Cuando mi profesor D. José me lo contó orgulloso, cuando se le henchía la boca al mencionar a los Reyes Católicos, o la expulsión de los moros de Granada, o la quema de brujas, o la deshonra de los judíos... Cuando descubría todo eso, me acerqué un día a mi madre, y le dije indignada lo mismo que me había contado ese mismo día el indígena, planteando una sencilla pregunta: ¿por qué decimos que descubrimos América si ya había gente allí viviendo? Eso no es justo. Yo no debía tener más de 8 años, y aún así me di cuenta perfectamente de lo desigual que está repartido el mundo desde tiempos incalculables...

Claro, que luego crecí y se me fueron olvidando todos estos conceptos... Pero la realidad es que América era de los americanos, no de los españoles. Lo sé, lo comprendo, y trato de ponerme en el lugar de los hombres del medievo y de sus cuestiones, por eso hago una ligera reflexión y paso a preocuparme por cosas que afectan a mi presente y a mi futuro. No a las que afectaron a mis ancestros medievales. 

Jamás heredaré el resentimiento de nadie, ni siquiera el relacionado con la Guerra Civil Española -que anda que no da lata a día de hoy-. Porque yo no la viví, no conocí a Franco ni a Carrillo, ni a nadie. Me han contado muchas historias, de un lado y del otro. Y yo me quedo con la experiencia de todas esas personas, con su sufrimiento, y con los mensajes sabios que camuflan en sus relatos, pero ya está. Y yo, a vivir mi vida, que para eso es mía. Y a agradecer no haber pasado por todo eso. Y gracias también al indígena indignado por hacerme recordar todo esto. Gracias...