lunes, 2 de julio de 2012

Manual para panolis y canallas

Érase una vez que se era, en un país muy lejano, había una princesa encerrada en lo más alto de la más alta torre. Nadie le pidió que subiera allí, ni tampoco estaba sometida a un malvado embrujo que debía romperse con un beso de amor verdadero. Simplemente a la princesa le gustaba sentir el placer del viento helado de la mañana en su cara. Pero sobre todo, su actividad predilecta, era bailar el tango. Cada día pasaba horas y horas escuchando las mismas melodías, y danzaba sola al son de ese tono característico y melancólico del bandoneón.

Nadie comprendía que disfrutara con algo tan absurdo, y algunos se atrevieron a confundir su pasión con locura. Fueron muchos los hombres que recorrieron grandes distancias hasta la morada de la princesa. Se vestían con sus mejores armaduras y blandían pesadas espadas, con la irritante presunción de mostrarle lo que había más allá de la torre.

Al principio, ella les recibía siempre con una actitud cordial, pero distante. Les invitaba a pasar y les pedía que bailaran un tango con ella. Pero al final todos esos supuestos caballeros se negaban, pretendiendo acelerar aquel trámite casi burocrático de besarla para cumplir con su papel en la historia de cuento de hadas. 

Una mañana, la princesa se asomó a su ventana -como cada día- a aprender una nueva lección del viento, y observó a lo lejos a un campesino que le devolvió la mirada. Él segaba los campos de trigo, y ella contemplaba con devoción su labor acompasada, arrítmica, desafiante. Le invitó a pasar, y él obedeció. Todos sabían que nadie podía negarse a los encantos de una princesa. 

Estaba tardando mucho tiempo en subir los escalones hasta lo más alto de la torre. Pero ella recordó con paciencia que en ocasiones los caminos más sencillos pueden transformarse en auténticas batallas de combate. 

Cuando él al fin llegó, se encontró con una puerta entreabierta. Sonaba una canción de fondo, de acento porteño. Llamó discretamente, aunque estaba claro que todas las señales indicaban que aquello era una evidente invitación a pasar. Agachó la cabeza, y se decidió a entrar tras tomarse dos segundos más de lo necesario. No todos los días tenía la ocasión de estar en los aposentos de una princesa, y en realidad no sabía muy bien cómo actuar...

Había oído muchas historias sobre lo que habría allí: príncipes prisioneros, una joven deforme, cadáveres inhumanos, botes repletos de sangre, manuales de brujería... Él no tenía prejuicios, aunque sentía un cosquilleo solemne en el estómago, propio del respeto a lo desconocido. 

Dio un paso al frente, cruzando el umbral, pero un torrente de luz le obligó a taparse los ojos con el brazo. Cuando se hubo acostumbrado al reflejo, su mirada se topó una vez más con la de la princesa. Ambos se quedaron allí, estupefactos, ensimismados, cada uno en un extremo de la habitación. Se podía oír el breve sonido de sus respiraciones, ambas desacompasadas, interrumpiendo la deliciosa melodía de un tango cualquiera. Ella levantó la mano derecha, dejándola suspendida en el aire, en una actitud coqueta, sin títulos, ni miramientos, ni desaires. Él se adelantó otro metro, acortando una distancia física, hiriente, casi delirante. Un sutil movimiento de cadera, otro paso. Un guiño desafiante, y ya no quedaban pasos que dar.

Él le rodeó la cintura con delicadeza y decisión, y ella se rindió al placer de bailar su primer tango acompañada. 

Por la mente de la princesa pasaron todos los besos que no dio, que se quedaron en el tintero. Demasiadas palabras tiernas vacías, demasiadas tormentas de juicios errantes y comparaciones envenenadas. Entonces se dio cuenta de que ningún caballero antes le había preguntado cuál era su nombre. Justo después de la última vuelta, se acercó más si cabe a él, le cogió de la mano, y le guió hasta su ventana. 

Él miró maravillado las vistas, y ella, al contemplar su ensimismamiento, le susurró al oído traviesa, juguetona, expectante: ¿qué te dice el viento?

A lo que él respondió: que no te deje escapar, Araia.


3 comentarios:

Briseida dijo...

9PANOLIS Y CANALLAS

Wu Wei llevaba varios años en su solitaria morada, con la única compañía de su perro. Era feliz en su aislado mundo, había cortado casi todos los nexos con el mundo exterior, intentando ser uno con la naturaleza.
El viento era su único interlocutor, en las frescas mañanas de Abril, le despertaba susurrando en sus oídos. En las calidas tardes del estío, le alegraba la conversación que tenia con las hojas de los álamos, aunque su genio en invierno a veces le malhumoraba, a fin de cuentas era su único amigo.
Sus tierras estaban dominadas por el Palacio de las flores siempre abiertas, al que debía tributo. Una vez al año los señores de la guerra pasaban por su morada para recoger el impuesto real, esto no le incomodaba, pues podía seguir siendo dueño de su destino.
Wu Wei había conocido a muchas mujeres en su vida, con todas fue feliz, y a todas y cada una de ellas desmenuzo en sus mas íntimos sentimientos, con el fin de llegar a conocer la esencia de la humanidad.
La dualidad felicidad sufrimiento en el ciclo eterno en que se mueven las relaciones humanas acabo por rendirle, tomando la decisión de no volver a enamorarse nunca mas. Craso error, porque cuando el destino reclama tu participación en el devenir de la vida, no hay portón, defensa o foso que resista sus embates.
Y hete aquí que un día regreso al Palacio de las flores siempre abiertas, La Princesa ,hija del Emperador. Había partido muy de niña a estudiar al país donde se pone el sol, trayendo a su vuelta hábitos y costumbres que escandalizaron a toda la corte.
Una de ellas era vivir en la torre mas alta del palacio y escuchar una extraña música que con ella había traído.
Decían que le gustaba sentir la brisa de mi amigo el viento en su rostro
La llegada de la Princesa convoco a toda suerte de pretendientes panolis y canallas, entre todos era comentado las extrañas y absurdas pruebas a las que los sometia, fracasando todos en sus pretensiones.
Wu Wei podia observar desde su huerto a la Princesa ,cuando todas las mañanas, asomada a la ventana, el viento jugaba con sus rizos castaños. Inmediatamente lo convirtió en un rito, antes de la hora prevista comenzaba a temblar, se encontraba ansioso y se fumaba un carton de tabaco, cuando al fin aparecia, su belleza inundaba todos los poros de su piel haciendole sentir extenso como su amigo el viento.
Un dia el viento rugio de forma inesperada en la estancia de Wu Wei despertandolo y apremiandolo porque seria un gran dia, esa mañana realizo todos sus quehaceres con premura inusitada, esperando que llegara la hora en que su Princesa saliera a la ventana.
Atonito pudo comprobar que la Princesa fijandose en él, le hizo una seña para que subiera a la alta torre. No podia dar credito a lo que estaba sucediendo.
Sopeso todo el sufrimiento que le podia acarrear aquella invitacion, y después de mas tiempo del debido, inicio el camino hacia la torre.
Fue superando una tras otra las pruebas de la Princesa, hasta que ella le cogió de la mano y le guio a la ventana. El miro maravillado las vistas, y ella, al contemplar su ensimismamiento, le susurro al oido, traviesa, juguetona, expectante ¿Qué te dice el viento? A lo que el respondió: Que no te deje escapar, Njan She.
Ella acercando sus dulces labios al lobulillo de su oreja izquierda le dijo: No le hagas caso. Es un mentiroso

Briseida dijo...

PANOLIS Y CANALLAS

Wu Wei llevaba varios años en su solitaria morada, con la única compañía de su perro. Era feliz en su aislado mundo, había cortado casi todos los nexos con el mundo exterior, intentando ser uno con la naturaleza.
El viento era su único interlocutor, en las frescas mañanas de Abril, le despertaba susurrando en sus oídos. En las calidas tardes del estío, le alegraba la conversación que tenia con las hojas de los álamos, aunque su genio en invierno a veces le malhumoraba, a fin de cuentas era su único amigo.
Sus tierras estaban dominadas por el Palacio de las flores siempre abiertas, al que debía tributo. Una vez al año los señores de la guerra pasaban por su morada para recoger el impuesto real, esto no le incomodaba, pues podía seguir siendo dueño de su destino.
Wu Wei había conocido a muchas mujeres en su vida, con todas fue feliz, y a todas y cada una de ellas desmenuzo en sus mas íntimos sentimientos, con el fin de llegar a conocer la esencia de la humanidad.
La dualidad felicidad sufrimiento en el ciclo eterno en que se mueven las relaciones humanas acabo por rendirle, tomando la decisión de no volver a enamorarse nunca mas. Craso error, porque cuando el destino reclama tu participación en el devenir de la vida, no hay portón, defensa o foso que resista sus embates.
Y hete aquí que un día regreso al Palacio de las flores siempre abiertas, La Princesa ,hija del Emperador. Había partido muy de niña a estudiar al país donde se pone el sol, trayendo a su vuelta hábitos y costumbres que escandalizaron a toda la corte.
Una de ellas era vivir en la torre mas alta del palacio y escuchar una extraña música que con ella había traído.
Decían que le gustaba sentir la brisa de mi amigo el viento en su rostro
La llegada de la Princesa convoco a toda suerte de pretendientes panolis y canallas, entre todos era comentado las extrañas y absurdas pruebas a las que los sometia, fracasando todos en sus pretensiones.
Wu Wei podia observar desde su huerto a la Princesa ,cuando todas las mañanas, asomada a la ventana, el viento jugaba con sus rizos castaños. Inmediatamente lo convirtió en un rito, antes de la hora prevista comenzaba a temblar, se encontraba ansioso y se fumaba un carton de tabaco, cuando al fin aparecia, su belleza inundaba todos los poros de su piel haciendole sentir extenso como su amigo el viento.
Un dia el viento rugio de forma inesperada en la estancia de Wu Wei despertandolo y apremiandolo porque seria un gran dia, esa mañana realizo todos sus quehaceres con premura inusitada, esperando que llegara la hora en que su Princesa saliera a la ventana.
Atonito pudo comprobar que la Princesa fijandose en él, le hizo una seña para que subiera a la alta torre. No podia dar credito a lo que estaba sucediendo.
Sopeso todo el sufrimiento que le podia acarrear aquella invitacion, y después de mas tiempo del debido, inicio el camino hacia la torre.
Fue superando una tras otra las pruebas de la Princesa, hasta que ella le cogió de la mano y le guio a la ventana. El miro maravillado las vistas, y ella, al contemplar su ensimismamiento, le susurro al oido, traviesa, juguetona, expectante ¿Qué te dice el viento? A lo que el respondió: Que no te deje escapar, Njan She.
Ella acercando sus dulces labios al lobulillo de su oreja izquierda le dijo: No le hagas caso. Es un mentiroso

losmundosdeespe dijo...

El problema de los cuentos escritos por una mujer -que no por una niña- es que nunca saben describir el yan... Es una visión interesante, cuanto menos.

Pero no hay que olvidar, Briseida, que todos tenemos nuestro talón de Aquiles...