miércoles, 10 de julio de 2013

Tú sabes cuándo...

Eran las 10 de la noche. Descorché un Moët, y empecé a quitarme el esmalte rojo que decoraba mis uñas. Me encantaba exhibir esa muestra de coquetería ante ti, a pesar de que no estuvieras presente en ese momento. De lejos sonaba La Vie en Rose. Continué de manera autómata, como cada domingo, en mi labor cuidada de hacerme la manicura, mientras bebía a pequeños sorbos aquel espumoso francés. Una pincelada, otra, y otra más. Cuando acabé con la mano derecha empecé a bailar sola, dando vueltas por el salón, soñando despierta, mientras un millón de mariposas revoloteaban alrededor de mi compás.

Empecé a reflexionar sobre cosas más profundas. Estaba entre dos mundos, entre miles, y no sabía salir de allí... No quise darle importancia. Edith Piaf estaba a mi lado invitándome a bailar un vals... Un vals, suave y lento, tierno, lleno de Esperanza -como yo-.

Te había dicho días antes, como despistada, que quería ir al carnaval de Cádiz. No estaba pensando en las chirigotas ni en los cabezudos, sino más bien en el mar, en las olas, en el Atlántico, en la mirada perdida a lo lejos, y en mi cintura rodeada por tus brazos. Cerré los ojos, como soñando, y empecé a sentir el olor salado, el viento en mi cara, las largas horas esperando una respuesta, el abandono, el éxtasis, y otra vez tus manos. Hablé contigo como si no pasara nada, como si jamás me hubieras mirado. Y tus ojos me interrogaban entre líneas, acongojados. Te inclinaste ante mí y me convidaste a bailar ese vals contigo en la playa. La lluvia caía lenta por mi espalda, por tu pelo, como en una caricia perdida en algún momento, en aquel mar embravecido, en tantas preguntas sin respuesta, en mi consentimiento, en nuestro vals. 

Me llevaste una vez más hasta el otro extremo, para encerrarme en un zulo de besos, pero me atraparon la rabia, la culpa y el miedo. Sentí, por primera vez, lo que era la claustrofobia, como si me faltara el aliento. No podía entender cómo la gente sobrevivía a aquello, cómo lo buscaba, cómo lo destruía... Y tomé una decisión que me llevó años. Dejé todo atrás, como abandonando el pasado. Aún dudando, aún extasiada, aún temblando. Necesitaba una señal, un adelanto. Una vuelta. Me sentía como todos los personajes de El Principito actuando. Las palabras se arremolinaban en mi nuca, salían disparadas, disparatadas, disputando. Otra vuelta. Estábamos llegando al clímax de la melodía, envolviendo cada grano de arena de todas las playas del universo. Yo me balanceaba, tratando de conservar el poco equilibrio que me quedaba. Mi mano rozó tu cara, en un suspiro, y la música acabó. Nos quedamos así, mirándonos. Un, dos, tres. Seguimos bailando, en silencio. Cada nota estaba en mi cabeza. Siempre quise que alguien me dedicara aquella canción, y me prometiera hasta el firmamento...

Entonces te paraste en seco, como si estuvieras soñando conmigo. Y cuando estábamos llegando al acordeón, me miraste fijamente y susurraste: que quieres las estrellas, pues todas para ti.



No hay comentarios: