domingo, 11 de septiembre de 2011

El poder de las palabras

Los segundos se agrupaban en mi nuca, plasmando el regreso de algunos tiempos en que los relojes cobraban importancia. A lo lejos sólo se oía un tic tac acompasado que en su día llegó a desquiciarme. Esperé paciente, aunque ni siquiera sabía muy bien qué era lo que estaba a punto de ver. Dos ojos, clavados en mi sombra, me miraban de una manera que se me antojó ligeramente inquisidora. Seguí esperando, y comenzaron a brotar las palabras. Escuché lo que tenían que decirme, prestando toda mi atención.

Un algo extraño comenzó a conmoverme, extrayendo pequeñas gotas de mi alma, ahora adormilada tras varios meses de hibernación. Las sensaciones se entremezclaban con espirales doradas de otras auras, y fui sintiendo cómo se juntaban hasta fusionarse en un sólo ser. Una enorme hiedra ensangrentada empezó a subirme desde la matriz, enredándose con cada de uno de mis órganos, hasta salir despedida por la boca -años después- en forma de nido de moscas. 

Me trasladé a algún acantilado de los miles que hay en Galicia. Una familia de rocas ennegrecidas reposaban en los laterales del barranco, mientras el mar desataba su furia contra ellas, abusando de su poder erosivo e indestructible. Una manta de nubes se arremolinó en el cielo, mimetizándose con la escena, disparando de una forma desgarradora sus lamentos a la tierra. Y ahí en medio, sólo se veía una sombra, despeinada por el temporal, salpicada por las olas, removida por el viento, hipnotizada por la magia de los tormentos, pensativa, delirante... Emocionada, emotiva, emocionante.

Y de ese rostro cayó una única lágrima, que sirvió de anfitriona a todas las demás. 


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