sábado, 24 de septiembre de 2011

La primera vez que corrí

Para todo hay una primera vez. Está la primera vez que se te cae un diente, y la primera pesadilla, y el primer beso. Está el primer día de cole, y el de facultad. La primera vez que vas al cine, y la primera vez que cocinas... Para mí, hoy ha sido la primera vez que he disfrutado haciendo deporte. Claro, que mi imagen de dulce flor o de damisela en apuros me ha acompañado también en mi estrambótica aventura del día.

Después de un verano algo intenso, de un conjunto de nuevas sensaciones, y de un cambio energético enorme, he decidido empezar a cuidarme más, a respetarme, a tratarme como me merezco. Esto no consiste en pasarme todo el día en el SPA y en hoteles de cinco estrellas, que ya me gustaría a mí, sino más bien en controlar muy bien la dieta, y en hacer algo de ejercicio -por llamarlo de alguna manera-. Yo siempre había pensado que el deporte me odiaba, aunque creo que más bien era justo al contrario...

Esta tarde me he ido de compras con una amiga, y cuando he vuelto a casa estaba tan cansada, que me he sentado un poco y he merendado un bol de All Bran. Al cabo de un rato, me he vestido con mi nuevo kit de running, me he hecho una trenza bien apretada, he cogido el iPod recién cargado, y he salido de casa con la firme intención de empezar una rutina de correr media hora diariamente. 

Y así ha sido: yo subía con determinación por la calle paralela en dirección al pinar de los Oriol, con Rihanna acompañándome en mi heroica misión. Cuando he andado lo que consideraba un tiempo más que razonable para calentar los músculos, he empezado a correr más bien despacio, en un intento de sincronizar mis pasos con pequeños saltitos, mientras controlaba la respiración para no ahogarme. A los dos segundos, he notado cómo se me iban cayendo los pantalones, las enormes gafas cuadradas negras con lacitos (al mejor estilo Angelina Jolie huyendo de los paparazzi) acababan en el suelo cada dos por tres, las llaves se me enredaban con los cascos del iPod, y yo ya empezaba a notar cómo me iba transformando progresivamente en pájaro al regurgitar con cierta delicadeza los All Bran de la merienda. A todo esto, la nueva pista que sonaba en mi reproductor decía algo así como no pares, sigue sigue, y yo sentía que se me abrían las carnes, aunque en el fondo me daba ánimos para no parar, para seguir...

En ese momento me acordé de una persona que se hubiese reído muchísimo al verme, habría criticado mis gafas de señorita, y me hubiera dicho que yo no valgo para hacer deporte mientras me dedicaba una gran sonrisa. Evidentemente yo no aspiro a ser una deportista de élite, pero al menos hago un intento por mantenerme en forma...

He llegado a casa exactamente media hora después, con la firme convicción de que necesitaba un trasplante de pulmón, y que estaba rozando la delgada línea del infarto de miocardio. Esto ha sido hace un ratito ya. Ahora me siento realmente bien. Me daré una ducha, y continuaré disfrutando de este maravilloso sábado, en que he decidido quedarme en casita para seguir buscando mi alma, hacer un ejercicio de introspección, y quién sabe, quizá acabar viendo una peli romántica...




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