jueves, 22 de diciembre de 2011

El espíritu de la Navidad

Me gusta pasear en Navidad, observar a los árboles sin pudor, orgullosos de su desnudez. Me gusta abrigarme con un buen par de guantes de piel y una bufanda de lana, como en aquellas épocas comunistas en que lo único que importaba era la inquietante labor de resguardarse del frío helado. Me gusta el olor a chimenea, y a roscón, y casi a nieve...

Ayer fue 21 de diciembre, el día más corto del año, el solsticio de invierno. Salí de casa medio encogida, corriendo acompasada con el fin de llegar lo antes posible hasta mi coche. Sentí cómo un centenar de agujas diminutas me atravesaban la punta de la nariz, y me puse a pensar en todo esto de la Navidad... Regalos, felicitaciones, familia, amigos. Mi madre siempre insistió mucho en que comprendiéramos el verdadero sentido de la Navidad, por lo que nos solía contar algunos pasajes bíblicos con sus respectivas proezas divinas. 

Cuando crecí, no quise darle importancia a todas aquellas historias, que en realidad recuerdo con cariño, ya que las consideré puros mitos o cuentos infantiles. Pero lo que sí es cierto, es que me gustaría darle cierta carga mistérica a este periodo del año tan mágico. No sé si a los demás también les pasará, pero yo siento un algo muy diferente durante este tiempo. La ilusión renace, las ganas de dedicarte a los demás, a regalarles algo que les gustará, a ser niño de nuevo. 

Este año me conmueve un sentimiento algo más extraño si cabe, como de pertenencia con el todo, como de miedo a que algún día la Navidad acabe, como de ilusión por que lleguen ya los reyes... Hace unos días la casualidad me deleitó con un anuncio de unos grandes almacenes británicos. Os lo dejo a continuación, y me quedo con el espíritu de ese niño... Esa es la Navidad que quiero para mí durante todo el año.


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