sábado, 18 de junio de 2011

Carta a alguien

Querido alguien:

¿Qué tal estás? Llevo un par de días acordándome mucho de ti, de tu sagacidad, de tu sentido del humor, de tus versos, de tus enormes ojos negros... Llevo un par de días pensando qué será de ti, qué proyectos te andarán rondando, qué nuevas aventuras iluminarán tu mente. 

Esta mañana me he levantado a una hora más que razonable, ni muy pronto ni muy tarde. Últimamente las noches se me hacen apacibles, relajantes, instructivas, reveladoras... Hoy he pasado un día maravilloso -como ayer, y como antes de ayer-. He vuelto a trabajar en aquella oficina del centro, al lado de Santa Ana. A veces me siento en alguna terracita y me acuerdo de todos los ratos que hemos compartido en lugares como ese, lugares con encanto, como el siempre delicioso Cafetín Croché o la terraza de verano del Ritz. 

Tengo un nuevo amigo que te encantaría. Se llama Juan, y es mendigo en la plaza de Callao. Tiene 64 años y casi no puede andar porque tiene la rodilla muy malita. Se sienta siempre sobre un periódico, y pide monedas a cambio de una sonrisa. Me acerco cada día a llevarle comida casera. Mis padres me dicen que no me fíe de él, que seguro que está en la calle voluntariamente, pero a mí se me parte el alma cuando le veo. Hablamos mucho, y me cuenta cosas que me resultan encantadoras. Es absolutamente enternecedor, y muy agradecido. Me dan ganas de llevármelo a casa, a ver si le soluciono algo -lo que sea-, pero soy consciente de que su situación no cambiaría en absoluto.

Ayer no estaba en su sitio habitual, así que llegué a trabajar mucho antes de lo que debería. Me quedé en el portal de la oficina sentada, bebiéndome una Coca-Cola light. Al poco rato se me acercó un señor de piel tostada, sudoroso y maloliente. Me preguntó cuánto cobraba por un completo y me quedé un poco bloqueada -inocente y bobalicona-. Al cabo de unos segundos le contesté muy educada que él jamás podría pagar un precio tan alto. No sé por qué en esa calle siempre me confunden con una prostituta... Nota mental: renovar mi vestuario.

Mi vida sigue sus cauces, constantes y agitados, revueltos como los ríos, dependientes de la Luna como los mares, liberados del estrés como los lagos... Hoy te echo de menos. Me encantaría contarte todas estas cosas cotidianas en persona, en una terraza, sin limitación de tiempo, entre dos cafés, bajo un toldo, con el pelo movido por la ligera brisa del aire, con la nariz tostada por el sol, con los ojos protegidos por unas enormes gafas negras de Gucci, y con esa mezcla maravillosa de olor a verano, bocadillos de calamares y Poême...

No tengo muchas novedades, sólo una vida que -como ya decía- sigue normal, como siempre. Dentro de un par de semanas me voy a ver a Sabina en concierto a Ávila. ¡Me apetece muchísimo! Ya sabes que Sabina me embriaga... 

Este verano tengo muchos planes, algunos hasta te darían envidia. Vuelvo a Viena, y a Praga, y a Bratislava, y a Berlín... Vuelvo a los viajes ex-comunistas. ¡Qué ganas tengo de repetirlo! Si tengo suerte me acercaré al Festival de Salzburgo, o de nuevo a la Filarmónica. Cómo me gusta la música. Resulta... inspiradora -esta carta está perdiendo el sentido-. ¿Te imaginas que me cuelgo una foto nueva con aquel Rubinstein de acero en la Piotrkowska?

No sé por qué, pero ya no siento tanta rabia como cuando empecé antes la carta. Supongo que sólo he relajado las líneas, mis pensamientos, la proyección de aquel tú que no eres tú, de ese yo podrido que evidentemente no era yo. Supongo que me he dejado fluir, como las polkas...

Llevo un par de días acordándome de ti. ¿Qué tal estás? No sé si te llegará esta carta algún día. Ya sabes: no hacía calor ni frío, hacía tú. Extraño las sesiones de Vino y Lorca -¿dónde ha quedado ya aquello?-, y un viaje fugaz a La Rioja, y una noche en La Granja, y unas aceitunitas de Camporreal, y los versos de Eturem, y los aperitivos en Majadahonda, y el sushi de los sábados, y los Renoir de los domingos, y las llamadas infinitas, y las locuras transitorias, y los otoños en Torremenga, y todos los Duruelos... Hoy te echo de menos, mañana Y dirá...

Te dejo que he quedado y ya llego tarde. Todo se pega en esta vida...

Un beso amable,

Espe.

P. D. Siempre pensé que las cartas tienen un fallo enorme, y es que no se les puede poner banda sonora. Yo ésta la acompañaría de la Barcarolla de Hoffmann, justo en ese tono, por si te anima...



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