viernes, 10 de junio de 2011

Retrato castizo

Ayer viajé en metro. Fue un trayecto corto, pero sumamente intenso. Subí al tren, y encontré un asiento libre, iluminado, diciéndome a gritos que estaba destinado para mí. Miré de reojo el periódico de mi compañera de vagón, y me enteré de algunas noticias que no me resultaron interesantes. A mi derecha había un señor que se levantó raudo cuando entró una mujer embarazada de marcados rasgos árabes. Me pareció muy tierno. Ya no quedan hombres así...

El señor se colocó en una esquina, mirando al infinito, probablemente absorto en sus pensamientos. Decidí dedicar unos instantes a observarle... ¡Me resultaba fascinante! Debía de rondar los 70, pero estaba de muy buen ver. Era pequeñito, aunque no por ello menos atractivo. Debió ser un verdadero casanova en su mocedad. De nariz chata y mirada aún reluciente, iba capturando hasta el vuelo de una mosca por todo el espacio. Su pelo, ya cano, estaba coronado por una boina castiza, como las que llevan los chulapos a la feria de San Isidro. Ese hombre debía ser un gato, de los que han nacido en la Plaza Mayor por lo menos, precedido por una larga lista de ancestros madrileños de pura cepa.

Vestía camisa blanca, ligeramente almidonada, vaqueros, y una americana negra -algo pasada de moda-. Unos zapatos castellanos de cordones, brillantes, recién limpiados con betún y cepillo. Un hombre de los de antes, que aún ceden el asiento a las embarazadas, y pasean por las calles de Madrid del brazo de su señora, una mujerona de caderas anchas, con el pelo embadurnado de laca, y un vestido rojo de verano. La mujer le mira fijamente, como dando una orden tácita. Él la capta al instante, casi en actitud obsecuente, y le guiña un ojo a modo de respuesta. 

Imagino sus vidas, en un pequeño piso en el Paseo de Extremadura. Ella es ama de casa, él está ya jubilado. Seguramente se conocieron siendo aún unos críos, cuando compartían sereno en el barrio. Tendrán varios hijos, y puede que algún nieto. Me apasiona la complicidad con que se miran, a pesar de los gestos dictatoriales de ella. Se ve que se quieren, que ya no conciben su vida el uno sin el otro. Son dos viejitos enamorados, con mucha sabiduría e infinita ternura. 

En un mundo donde el amor es casi una mera transacción comercial, me encanta encontrarme con personas así, a las que no hace falta conocer en persona para saber que se quieren. Yo hoy brindo por mis dos amigos desconocidos, que ayer me hicieron una demostración en directo de lo que quiero que sea mi vida dentro de unos cuantos años... 

Ya no quedan hombres así, de los que ceden su asiento a las embarazadas. Ya no quedan mujeres así, de las de caderas anchas y un instinto maternal que las desborda...

Bajo del metro, y me viene un runrún a la cabeza. Oigo mentalmente a Olga Ramón, cantando cuando vayas a Madrid chulona mía, voy a hacerte emperatiz de Lavapies... Y así me voy caminando por la Gran Vía hasta Atocha, pensando en aquellos dos grandes maestros desconocidos...




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