viernes, 9 de julio de 2010

Adicta

Cuando yo era pequeña, y veía en la tele alguna escena en la que cualquier alcóholico se reunía en grupo alrededor de un grupo de personas confesando su adicción, a mí me hacía mucha gracia. Recuerdo incluso una vez en que jugué con mis amigas del cole a Alcóholicos Anónimos.

Supongo que siempre he tenido muy presente todo el tema de las adicciones porque mi madre -que es trabajadora social- me ha transmitido su miedo a todo tipo de sustancias. Lo que a mí nadie me contó jamás es que todos podemos ser adictos a cualquier cosa.

Conozco a un chico que no sale de su casa de la adicción que tiene a la PS, y tuve una alumna de inglés que sólo se divertía jugando al Wii Fit. Yo siempre intuí que en realidad era adicta a mil cosas, aunque no me lo quería reconocer a mí misma. Hasta ahora...

Ya desde niña fui consciente de mi adicción a la comida. A día de hoy ya no lo vivo como un problema, ni tampoco como un drama. Sé que no es más que el reflejo de un pensamiento intrusivo que me hace mucho daño, y que curaré con el tiempo, cuando me quiera más.

Unos años después de asentar mi primera adicción, empecé a fumar. Y como además de adicta, tiendo a la compulsividad, no me bastaba con fumar un poco, sino que tenía que hacerlo constantemente, llegando al extremo de consumir cada día 2 paquetes de tabaco, lo que suma un total de 40 cigarrillos diarios. No me siento orgullosa de aquel comportamiento, pero sí de haberlo dejado radicalmente, y hoy puedo decir que llevo 2 años y 7 meses sin fumar.

Durante mi etapa universitaria fui adicta a la Coca-Cola. Eso sí, siempre Light. Hubo un tiempo en que me tomaba cada día entre 4 y 6 litros de Coca-Cola light. Si a eso le sumamos los 40 pitillos, y mi constante adicción a la comida, imaginaos el cocktail molotov que convivía en mi estómago.

Después de eso, me hice adicta a la vida sana. Empecé a hacer deporte, me puse a dieta de sólo como alimentos naturales, y me apunté a un gimnasio (al que iba todos los días sin excepción). Investigué sobre las enfermedades derivadas de la obesidad, y traté de evitar por todos los medios aquellos alimentos que me hacían mal. Adelgacé más de 20 kilos, me puse en forma, y disfruté de aquella etapa que no dejaba de ser -desde mi punto de vista- una adicción más.

Durante mi estancia en Polonia, fui adicta a viajar, y pasaba casi más tiempo en otras ciudades que en Lodz, gastándome todo mi tiempo y mi dinero en buscar aviones, trenes, hoteles, espectáculos, playas, palacios, y puntos de interés.

Cuando ya estaba acabando la carrera, me di cuenta de que había sido adicta a casi todo lo que había pasado por mis manos y no me había dado tanto miedo como para probarlo. Me fui a Paraguay y tuve un punto de inflexión en mi vida para dedicarlo a pensar en todo esto. ¿Por qué mi personalidad, o mi carga genética, o mis pensamientos, o lo que fuera, hacían que me convirtiese en adicta?

He sentido adicción a la comida, al tabaco, a los viajes, a las personas, a salir de fiesta, a quedarme en casa, a estar deprimida, a estar alegre, a correr, a dormir, a llorar, a reír... A día de hoy he logrado mitigar un poco esa sensación esclava de ir hasta el fin del mundo si hiciera falta para satisfacer el mono, como con cualquier droga, pero creo que aún así aún me queda un largo camino por recorrer.

Estoy orgullosa de mí misma porque sé que ya me he encauzado, y lo primero ha sido reconocerme esta faceta a mí misma. Así que hoy, ante todos vosotros, me presento:

Hola, me llamo Esperanza, y soy adicta...


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