martes, 29 de junio de 2010

Y se hizo el caos...

Esta mañana mi padre, como cada día, me ha dejado en Argüelles. Una vez ahí yo -habitualmente- me voy en metro hasta Sol para llegar a tiempo a mi trabajo en la calle de Atocha. Pero hoy todo se veía diferente. Desde que he salido de casa, un atasco extraordinario asolaba la M-40, y yo -más sorprendida que otra cosa- contemplaba las caras aún dormidas de mis compañeros de autopista.

Un rato después he llegado al fin de mi trayecto en coche, y me he dirigido tan contenta hasta la boca de metro de Argüelles, pero qué sorpresa me llevé al comprobar que no había. Los trabajadores ya habían amenzado con hacer una huelga general, pero nadie pensó nunca que llegarían a cumplirla. He cruzado Princesa con la firme intención de irme en autobús hasta la parada de Preciados, pero nada. Estaba tan lleno que no paraba ni para subir ni para bajar pasajeros. Riadas de gente azotaban las aceras, el olor a café portátil se mezclaba con el sonido de los pasos acelerados de mil señoras que llegaban tarde, e infinitos claxons haciendo verdaderos esfuerzos por hacerse oír entre el barullo.

Dos señores entrajetados han llegado a las manos, y las sirenas de varias ambulancias se mantenían estáticas en Callao, trazando un plan casi militar para evacuar la zona, y dos abuelitas se pegaban a bolsazos luchando por adueñarse de un taxi de los 80. Las caras de las personas se tornaban violentas, unas mochileras lloraban porque perdían su avión a Helsinki, un grupo de turistas japoneses se dejaban engañar por un vendedor ambulante, y los carteristas hacían su agosto entre el gentío y la confusión.

Unos hermanos rumanos se guiñaban el ojo cuando una cuarentona les lanzaba 5 euros al vuelo por sus increíbles dotes musicales, y alguno que otro pagaba sus frustraciones con el móvil, o con el ipod, o con cualquier cosa que sirviera a tal efecto.

Los restaurantes se empezaban a llenar de personas que, cansadas de no poder ni andar, se sentaban a tomar algo mientras pasase la abalancha, y todos hablaban sin cesar por teléfono explicando a sus jefes, a sus hijos o a sus novios por qué no llegaban a sus destinos.

Yo jamás pensé que una huelga de metro pudiese sumir la ciudad en un caos. Pero sí. Ahora sabemos a ciencia cierta lo que es depender de algo tan material como un tren. Yo no quiero vivir en una realidad tan desgastada. Yo me quiero ir de aquí. Nos estamos volviendo todos locos. Las cosas realmente importantes han dejado de serlo, y parece que no hay nada que valga más que el tiempo y el dinero...



P.D. Para los que no lo sepáis, mañana también habrá huelga general, y a partir del día 1 de julio se convoca a los trabajadores a una huelga de duración indefinida.

No hay comentarios: