miércoles, 4 de agosto de 2010

Ese infame vacío castizo

Hoy -como cada día- he salido del trabajo, he esperado pacientemente en el paso de cebra a que el disco se pusiera verde para los peatones, he bajado la calle de Carretas en dirección a la estación de Sol... Hoy he hecho lo mismo de siempre, pero algo estaba distinto en Madrid. 

Me he cruzado con un chino punk, con la vecina del quinto en rulos, y con una exhibicionista en bragas... Nada extraordinario. Pero sus miradas no derrochaban chulería, ni llevaban el pan debajo del brazo, ni corrían por las calles con prisa, ni se colaban en un bar a tomarse un café matinal rapidito. Las terrazas estaban vacías, con los ventiladores apagados, y sus camareros aburridos chupando barra. De las tiendas colgaban carteles de cerrado. No había ni una sola morena de ojos moros dejando una hilera de sonidos de tacón a su paso... 

Entonces sentí ese infame vacío, que es lo único que queda en Madrid durante el mes de agosto. Todos se van, con sus coches, y sus ojeras, y sus ganas de descansar. Todos dejan sus estreses con los jefes, y hasta los jefes se abandonan al placer de las playas mediterráneas, de los fiordos noruegos, de las mariscadas gallegas, o de las magnificencias yankies. Todos se van, y nos dejan tardes de calor sin siestas, botellas de agua helada en la nevera, y esas mismas ganas de huir a cualquier lugar. Y es que Madrid no fue concebida para estar vacía, porque su encanto reside en sus gentes. ¿Dónde están todos?

De repente todo está silencioso... Por no oír, no oigo ni a los vecinos. Hay a quién le gusta eso de no hacer cola, ni tener que reservar mesa los sábados por la noche, y sentarse siempre en el metro en hora punta. Pero es que yo soy una amante de la esencia de las cosas. Si voy a un pueblo, quiero que haya calma, y paz, y sonidos de pájaros al amanecer. Si estoy de cena romántica, quiero velas y vino tinto. Y si estoy en una ciudad, si estoy en mi Madrid, quiero que los coches suenen a todas horas, que la gente paseé por sus calles, que te sirvan tapas en los bares, y que El Retiro no parezca un desierto verdoso... No me gusta este infame vacío castizo.

¿Es acaso mucho pedir?


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