Me miré en el espejo una última vez antes de salir de casa con más prisa de la que me hubiera gustado. Ya llegaba tarde. Había quedado con mis amigos en una nueva crêperie del barrio de Bilbao en Madrid.
Me monté en el coche, cambié la sintonía de la radio, bajé las ventanillas y encendí el motor, convencida de que el mundo no se iba a parar porque yo llegara media hora más tarde de lo previsto. Conduje tranquilamente por los bulevares, disfrutando con cada célula de mi ser del paisaje madrileño y sus gentes, que ya estaban preparadas para pasear por las calles de La Noche en Blanco.
No sé cuánto tiempo di vueltas por toda la ciudad en busca de algún lugar donde aparcar mi coche, pero al final, tras varios intentos fallidos de subirme en aceras, mover contenedores, y eludir carteles para minusválidos, decidí rascarme un poco la cartera y entrar en un parking público.
En cuanto llegué al Ne me quitte pas, un manantial de personas reían divertidas por las escaleras, brindando con sus maravillosas copas de tintos riojanos, o eligiendo algún plato de la carta, ya preparados para ver el espectáculo que Muna -la dueña del local- había preparado para la ocasión.
No recuerdo el nombre de las artistas, ni de la escritora, pero quiero reconocer que los diálogos que presentaron anoche eran realmente buenos, pícaros, originales, muy bien escritos y sumamente entretenidos. El inicio ideal para una noche en la que el ocio, la cultura y la diversión se fusionan para dar lugar a miles de personas unidas por un interés común.
A eso de la medianoche cambié mi copita de verdejo por un par de botellas de agua, dispuesta a emprender el paseo nocturno que me llevaría a descubrir los misterios de la velada.
Fui hasta Colón, donde esperaba ver una representación corporal de los poemas más conocidos de Lorca. Me gustó bastante, pero lamenté sentirme tan rodeada; demasiada gente para tan poca actuación.
No sé qué tendrá La Noche en Blanco, pero consigue transmitirme una energía muy especial. Me gusta pasear por la calle, tapada con un pequeño fular, dejando a mi pituitaria deleitarse con los olores de la ciudad, fijarme en los escaparates tan bien iluminados, pensar en aquellas botas que tanto le hubieran gustado a mi abuela Espe...
Mi noche acabó con una sesión de Trivial en casa de mi amiga Bea, y aunque me quedé con ganas de seguir disfrutando de una jornada cultural, creo que La Noche en Blanco es más un evento social, una ocasión especial para airear nuestros cuerpos por mitad de la Castellana sin tráfico, más que un momento para visitar el Prado gratis. Porque seamos sinceros: al que le gusta el arte, paga los 5€ de la entrada y ve Las Meninas tranquilamente, sin riadas de personas alrededor. Pero no todos los días se pueden ver columpios gigantes en la Gran Vía, o un Twister multitudinario en Colón, o una piscina de bolas en la Plaza del Dos de Mayo.
Un año más, ha merecido la pena. El año que viene repito. Prometido.
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