La cobardía no es más que una de las muchas expresiones del miedo. Creo que si todos buscásemos dentro de nosotros mismos, podríamos encontrar situaciones en las que nos venció el temor, y por lo tanto, seguramente hallaríamos también todas esas ocasiones en que actuamos de una manera reprobable.
Yo hoy quiero adorar a todos los cobardes del mundo, a los sumisos que pagan con el conductor vecino sus frustraciones, apelando a su ridícula manera de conducir; al que no da un paso adelante en su relación, pero tampoco se atreve a retirarse a tiempo; al que llama al trabajo fingiendo una enfermedad altamente contagiosa para evitar una reunión con su jefe; al que critica a su amiga a hurtadillas y luego la alaba con lisonjas; a todas las personas competitivas que restan importancia a sus fracasos en público, pero en realidad les corroen por dentro; a la que se tapa los granos con litros de maquillaje, en vez de mostrar orgullosa esos pequeños signos hormonales; a los que invierten en cremas antiarrugas porque sienten pánico por el paso de los años; al adolescente que un día se emborrachó y se quedó a dormir en casa de alguien para evitar que sus padres le vieran en dicho estado...
Quiero empatizar con los cobardes, con la ejecutiva agresiva que no se atrevió a pedir una reducción de jornada para estar con sus hijos por miedo a perder su trabajo, con la abuelita que se lamentaba en su lecho de muerte por todo lo que no hizo antes de morir, con la mujer maltratada que consintió una situación que quizá podría haber evitado, con el auxiliar de enfermería cuyo sueño frustrado era ser médico pero no tenía dinero para costearse la carrera; con todas las mujeres que se atiborran a películas románticas para evadirse de la realidad, y con los hombres que disfrutan viendo Torrente porque saben que hay algo de ellos escondido dentre de ese personaje soez.
Quiero brindar por los cobardes, por ese hombre que se sabe caballero, pero jamás invitó a una chica a cenar por miedo a lo que dijesen sus amigos; por esa mujer que nunca se permitió un desliz en su juventud; y también por ese niño que se comió una bolsa entera de caramelos y mintió a su madre alegando que la sopa de la cena estaba en malas condiciones; por la novia que quería huir de su prometido mientras andaba del brazo de su padre rumbo al altar, pero creía que ya era demasiado tarde... Brindo por todos ellos con un buen champagne francés, como en las mejores ocasiones, porque de alguna manera me veo reflejada dentro de cada uno de ellos.
Gracias a los cobardes, existen los valientes. Gracias al miedo, tenemos la oportunidad de enfrentarnos algún día a esas situaciones que nos paralizan. Y gracias a ambos estados, llegará el momento en que superemos con creces nuestros temores, para convertirnos en mejores personas. Puede que necesitemos errar millones de veces, pero siempre hay -en el fondo- un rayito de esperanza.
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