miércoles, 23 de noviembre de 2011

Cuando el amor desata la guerra...

La mayoría de nosotros hemos pasado alguna vez por el difícil trago de dejar a alguien, o por el contrario, que sea el otro el que rompa la relación. Todos sabemos que no es algo nada fácil, y que en cualquier caso, siempre cuesta muchísimo superar el dolor de la ruptura.

Supongo que en realidad todo se reduce a una cuestión de poder... Me explico:

Cuando tu pareja te sienta en una mesa, y te dice con cara de circunstancia que ya no quiere seguir adelante con lo vuestro, me imagino las mil reacciones que se producen al otro lado. Puede que sorpresa, o incertidumbre, o un dolor agudísimo en el pecho. Algunos se pondrán a llorar, otros a gritar, y los más afortunados se lo tomarán con cierta perspectiva. Lo he estado analizando, y creo que es mucho más fácil que te dejen, a ser tú quién toma esa decisión. 

Cuando ese alguien a quien adoras, al que quieres profundamente, y por el que darías tu vida, rompe contigo, lo único que te espera es aprender a vivir sin él, hacerte a la idea de que ya no estáis juntos, y poco a poco -el tiempo, la mejor medicina- acabará poniéndolo todo en su sitio. Pensarás a menudo en esa persona, sentirás la tentación de llamarle para ver qué tal está, y puede que incluso quieras rogarle para que sea tu pareja de nuevo. Contarás lo mal que lo estás pasando a cada persona con la que te cruces, llorarás en silencio por las noches, y te corroerá la infinita duda de lo que podría haber sido y jamás será. Sí, cuando alguien te deja, se pasa realmente mal. Algunos se recuperan bastante rápido, y otros se pasan meses o incluso años tratando de superar el golpe. Pero de momento, nadie ha muerto de desamor -a excepción de la leyenda de Juana la Loca, claro-.

Por el contrario, cuando eres tú quien toma la decisión, te encuentras en una sitiación bastante comprometida. En primer lugar, porque tienes que responsabilizarte de una sensación que suele ser incómoda. En segundo, porque cuando te enfrentas al momento en cuestión, tienes que percibir cada una de las microexpresiones del otro, luchando contra tu aprendido sentimiento de culpabilidad en esas situaciones. Y en tercero, porque por mucho que tú quieras avanzar hacia otros puertos, siempre queda algo vivo. Tienes la sartén por el mango, pero sigues sintiendo -al menos- cariño por esa persona. Él -o ella- ha sido tu compañero durante un tiempo, te ha acompañado, te ha presentado a sus amigos, a su familia, habéis viajado... Tenéis una vida en común, un pasado en común, y el infinito recuerdo de algo que fue.

Pero lo peor de todo, es que una vez que ya ha pasado todo aquello, sigues pensando en él, y duele. ¡Claro que duele! Le echas de menos, a ratos lloras un poquito, sientes la necesidad de expresar lo que sientes, y siempre te queda la duda de si hiciste lo correcto. Buscas en tu memoria su número de teléfono, y te planteas si llamarle, decirle que estabas equivocada, que en realidad es él, y sólo él, el amor de tu vida. Y sabes también que debes forzarte a recordar las razones que te llevaron a dejarle, pero ahora ya no tienen apenas importancia. No te comprendes, no hay ni un rayito de esperanza, y puede que tardes incluso más que el otro en recuperarte de la ruptura.  Tú tienes el poder, porque tú decidiste acabarlo. Eres la única que también tiene el poder de cederlo de nuevo. ¿Y si él ya no te quiere? Otra vez vuelven las dudas, y el miedo a que aquella impresión sea cierta, y el temor a la soledad... Algunos entran en un ciclo obsesivo, como en un vómito de palabras apresadas que no saben cómo expresar.

¿Quién dijo que fuera fácil todo este tema de las relaciones? Lo que a mí aún me sorprende es que todavía haya parejas que siguen juntas, que llevan casadas 27 años -como mis padres-, o más de 60 como estuvieron mis abuelos. ¿Será que el amor ha cambiado tanto como las tecnologías y ahora es también de usar y tirar? ¿Será que ya ni siquiera existe el amor?


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