jueves, 10 de noviembre de 2011

Quiéreme, miénteme mucho


Hay un momento clave en la vida de toda persona: el instante en que te das cuenta de que alguien que te importa te ha mentido. 

Hace ya bastante tiempo, mi padre me dijo que lo único que debías hacer para conquistar a una mujer era endulzarle el oído. Yo no comprendí muy bien a qué se refería, y lo dejé pasar. Años después conocí a Paco, un tenor muy apañado que me cantaba el O Sole Mío en la intimidad, y a mí me cautivaba hasta el aliento. A Paco le conocí en Paraguay, y era la viva imagen del latin lover: atento, servicial, romántico, machista, pasional, cariñoso, fuerte y endiabladamente atractivo. Yo no sé qué tendrá la cultura latina que me cautiva tanto. Siempre venía a buscarme a mi casa, paseábamos de la mano, me abría la puerta del taxi, me acercaba la silla para que me sentara en la mesa del restaurante y jamás dejaba que pagara nada. Yo estaba encantada con él, y pensaba con resignación y cierta nostalgia que en España ya no quedaban hombres así. 

Tengo que reconocer que el tipo era un verdadero conquistador. Sabía cómo seducir a una mujer: te iba camelando poco a poco, como el agricultor que planta una semilla y espera durante meses para ver florecer su cosecha. Cada día llegaba con algo nuevo, una flor, una lisonja, un vino francés, unas entradas para la ópera... 

Pero todos sabemos que por la boca muere el pez, y Paco era casi un tiburón. Una tarde estaba tumbada en mi cama, escuchando a todo volumen el álbum que me había regalado con su último trabajo. Yo estaba embelesada, soñando despierta, sintiéndome una vez más la protagonista de una novela romántica. Me puse a leer la contraportada del CD, deteniéndome con especial interés en los agradecimientos, en los que él decía algo tal que así: agradezco en primer lugar y por encima de todo a Dios, quien me otorgó el don de la voz, y el privilegio de poner en mi camino a personas que hicieran posible cumplir mi sueño. Agradezco también a mis padres, que me enseñaron lo que sé y me convirtieron en el hombre que hoy soy. Y por último y más importante, agradezco y dedico este trabajo a mi mujer y a mis tres hijos, que son la alegría de mi vida y... No quise seguir leyendo. A día de hoy, daría cualquier cosa por ver la cara de estúpida que se me debió quedar cuando leí aquello. Evidentemente, mi historia con Paco acabó en ese preciso instante. Le llamé y me contó una milonga que no sonaba en absoluto creíble, así que borré su número, y hasta hoy.

Dos años después conocí a otro hombre, digamos que se llamaba Antonio -siempre me han encantado los nombres con A-. Desde que le vi por primera vez, me cautivó. Era una mezcla entre chico malo y niño tierno. La combinación perfecta. Y una vez más, se podría decir que era la viva imagen del latin lover: atento, servicial, romántico, machista, pasional, cariñoso, fuerte y endiabladamente atractivo. Todo parecía maravilloso a su lado, los relojes se detenían, y las horas pasaban volando. Era culto, divertido, locuaz, algo sarcástico y muy sagaz. Y me enamoró hasta la médula. 

Claro, que por la boca muerte el pez, y éste era un tiburón de los pies a la cabeza. Toda su vida era una pura mentira, o al menos, toda la que él me había contado a mí. Hay un momento clave en la vida de toda persona: el instante en que te das cuenta de que alguien que te importa te ha mentido. Y es justo en ese segundo, en el que lo único que recuerdas es aquella frase de tu padre, en que te decía que a las mujeres se las conquista por el oído. ¿Se referiría a eso? ¿Había sido tan estúpida de entregarme por completo a alguien por un conjunto de palabras bien dichas?

Entonces me di cuenta de que las mujeres somos tontas, y que con tal de sentirnos queridas somos capaces de obviar hasta las mayores barbaridades. Decía Sabina en una de sus canciones que yo le quería decir la verdad por amarga que fuera (...) pero ella prefería escuchar mentiras piadosas. Y creo que cuando un hombre descubre esta grieta en nuestra sensibilidad femenina, comprende que un simple quiéreme, a veces lleva consigo un miénteme mucho incluido.


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