Aviso importante: esta entrada puede contener expresiones, palabras o mensajes que hieran la sensibilidad del lector por su carácter y su lenguaje ligeramente escatológico (el que avisa no es traidor, ¿eh?).
Ayer estaba hablando yo con una amiga sobre los mocos. Sí, sí, se acerca la época de catarros, gripes y pulmonías, y los mocos se apoderan de las conversaciones a este lado del hemisferio. Recordábamos la época en que éramos unas niñas, en que jugábamos con nuestros compañeros... Hablábamos de las tardes enteras en el parque con mamá, de lo altos que se veían los toboganes por aquel entonces, y por supuesto, remarcamos la idea de lo que disfrutábamos con el mero hecho de sacarnos los mocos, y luego llevárnoslos a la boca -lo sé, a mí al principio también me dio un poco de repelús-.
Si lo pensamos bien, los niños son unos verdaderos maestros para nosotros. No se preocupan, se centran en amar lo que les rodea, cuando quieren comer comen, cuando quieren que su madre les achuche se lo piden, cuando tienen ganas manchan el pañal... A mí me encanta observar a los niños y descubrir lo que hacen cuando no saben que alguien les está mirando, y he comprobado con el paso de los años que una de sus actividades favoritas consiste en llevarse los mini dedos a la nariz, hurgar bien, sacarse un moco verdoso, contemplarlo -como si fuera un tesoro- y en ocasiones incluso saborearlo.
Todo esto era lo que abarcaba mi conversación de anoche con esta amiga. De repente se quedó callada y me dijo: ¿te imaginas que cuando te mueres llegas al cielo y Dios te dice que en realidad los mocos son comida de dioses, de héroes, y que la gente se pelea por conseguir uno?
Yo no me lo podía creer, me parecía un razonamiento extrañísimo, pero me gustó tanto la ocurrencia que me empecé a reír y no paré en al menos diez minutos. ¿Os imagináis realmente que los mocos pudiesen ser comida de dioses? Anda, ¿y por qué no?
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