Parece mentira que ya haya pasado casi un mes desde que mi abuela Espe dejó esta vida. Parece mentira que todo haya cambiado, que nos guste o no nos enfrentamos a una nueva etapa, que ella dejará un vacío que tendremos que suplir de alguna otra manera, y que ya no estará para hacernos comiditas ricas, ni para hablar por teléfono, ni para hacer una visitilla rápida en su casa de Conde de Aranda.
No sé cómo explicar todo esto que a veces se me viene grande. Ya la extraño, y no porque la viera muy a menudo, que no. Es simplemente que sentía con ella una conexión suprasensorial, envolvente, mágica. Me sentía muy identificada con su forma de ser, con su manera de relacionarse con el mundo, con sus aficiones, y su curiosa manera de pronunciar las palabras en inglés.
Me encantaba saber que mi abuela Espe estaba ahí siempre, en su casa (o de paseo, que no era una abuela nada típica). Pero estaba en este mundo al fin y al cabo. La voy a echar muchísimo de menos. Pero aún así sé que de alguna manera ella está siempre conmigo, y le doy las gracias al Universo por haberme cedido la increíble oportunidad de disfrutar de ella durante casi 25 años. ¡Gracias abuela!
Ahora me la imagino joven, bailando por las noches descalza, sintiendo el tacto del césped sobre sus pies desnudos, agarrada de mi abuelo Álvaro, disfrutando de un helado de cinco bolas, escuchando un concierto en directo, soñando...
Ya te hemos dicho todos adiós, pero sabemos que las despedidas nunca son definitivas... Hasta pronto. Hasta siempre.
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