lunes, 31 de octubre de 2011

La colección

La parte preferida de mi habitación es un rincón secreto -ahora ya no tan secreto- en el que guardo mi colección personal de recuerdos. Siempre que conozco a alguien, y de alguna manera me impacta, siento la imperiosa necesidad de inmortalizarla para siempre en mi amada colección. Supongo que es mi forma de mantener eterna la magia de un momento, o de reflejar lo que el Destino me dio en un punto determinado de mi vida.

El primer artículo es un pequeño joyero rojo con flores malvas que me regaló el primer chico que me llamó novia. Teníamos 6 años. Qué maravillosamente inocentes resultan los niños... Guardo a César en muy alta estima por aquellos días (o meses, quién sabe) en que paseábamos de la mano por el patio del colegio y los otros niños nos cantaban tonterías al pasar por su lado...

La segunda joya de mi poco ortodoxa colección es la primera carta de amor que recibí en mi vida. Me la dio un chico, Alex, cuando teníamos 9 años. En ella hablaba de mis ojos, de un color indescriptible, y de los besos que nos daríamos cuando tuviésemos al fin 20. Guardo esa carta como un auténtico tesoro, ya que representó para mí un antes y un después a la hora de comprender lo que son las relaciones, los chicos, y sobre todo, el amor.

Hay una serie de cartas, frases y reflexiones que corresponden a Amaya, mi amiga de la infancia, y a la que no veo desde hace una eternidad. Ella quiso distanciarse, y a mí aquello me dolió mucho. Realmente se merecía un hueco en mi colección y se lo di, aunque simplemente fuese en una carpeta de los osos amorosos, al lado de viejos cromos y otras cosas de valor -valor sentimental, claro-.

Mi tercer y cuarto objeto me los regaló la misma persona: Jesús. El primero es un collar negro con colgantes brillantes que me trajo por sorpresa el día que hicimos un mes juntos. Fue mi primer noviete. Yo ya tenía 15 ó 16 años, y vivía las cosas con la intensidad propia de la adolescencia... Lo dejamos, y volvimos unos meses más tarde. Me trajo de sus vacaciones en la playa una pequeña cajita recubierta de conchas. Nunca llegué a utilizarla, pero tiene su rincón honorífico en mi estante. Jesús ha sido muy importante para mí, y de hecho a día de hoy, más de 10 años después, aún sigue siéndolo...

El siguiente artilugio es casi simbólico: la entrada de una discoteca donde conocí a Currito, un chico con el que estuve un verano en Norwich. En realidad tenía un nombre impronunciable, y a mí se me antojó cambiárselo para que me resultase más fácil llamarle. Fueron dos meses mágicos, cargados de promesas que ambos sabíamos que jamás llegarían a hacerse realidad, pero que aún así, aportaban su toque romántico a la historia.

Tengo también dos peluches y algunas cartas de otra ex-amiga, Cris, que fue muy importante en su momento, y que de alguna manera contribuyó a convertirme en la persona que hoy soy.

Mis dos siguientes chicos resultaron ser absolutamente encantadores, ambos mayores que yo. Los hombres son como los vinos: mejoran con los años. Sólo conservo algo de uno de ellos, de Paco, que era tenor y me regaló un CD con algunas canciones suyas. Los dos me mintieron, y por ese motivo no quise saber nada más de ellos. 

Y mi última joya, la última pieza de mi colección, la coloqué este verano. Si soy sincera, podría haber sumado bastantes artículos de este último chico, pero prefiero quedarme con la entrada de un concierto y una canción de Sabina.

Ayer una amiga me dijo que amar es aprender. A todas estas personas las he amado -en mayor o menor medida-, y de todas ellas he aprendido una lección valiosísima. Supongo que puedo resultar fetichista, pero yo prefiero verlo como una colección de aprendizajes que conforman la historia de mi vida.

A veces no nos damos cuenta de lo importantes que resultan las personas que se cruzan en nuestro camino. Con el tiempo, he aprendido también a agradecer su presencia, a quedarme con lo mejor de cada uno, y a trascender todas esas escenas que en su momento llegaron a resultarme dramáticas.

Por último, quiero agradecer a mi amigo Carlos su apoyo, sus palabras de aliento, las mil sonrisas que me ha proporcionado este fin de semana, el empujoncito hacia la luz, la canción de Adele, y el redescubrimiento de todos los insectos.



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