lunes, 23 de mayo de 2011

Algo sucedió en Łódź...

Otra vez me he visto paseando por mi más que amado Madrid, deleitándome con sus olores castizos, con sus bares de churros y porras, con sus cafés urgentes y sus teatros casi vacíos... Me he visto parando en un local, hablando una vez más con la camarera, contándome que echa mucho de menos su querida Polonia. Seguimos charlando una hora, dos, tres... Cómo pasa el tiempo mientras compartimos recuerdos de Łódź, su ciudad natal, mi ciudad adoptiva. Cómo pasa el tiempo cuando le narro extasiada mis paseos por la Piotrkowska, aquella calle que me vio crecer, aquella calle en la que viví un año entero cuando yo me resbalaba entre metros de nieve y edificios aún comunistas... Cómo pasa el tiempo compartiendo con una desconocida, ahora compañera de momentos y de nostalgias... Cómo pasa el tiempo...


Piotrkowska, la calle en la que viví en Polonia 
(fotografía tomada en el mes de diciembre)


Me pido otra coca-cola, siempre light. Ya ha surgido el inevitable tema de la guerra, la Gran Guerra que vio caer a tantos polacos -judíos y cristianos-. Me cuenta que sus abuelos murieron en Auschwitz y yo comulgo con su tristeza, la siento casi mía, como cada una de las tres veces en que fui a Cracovia, a kraków, y temblé de miedo entre los barracones 10 y 11, cuando recreé en mi mente la muerte del padre Kolwe, y de tantos otros que dejaron testimonio de los horrores que allí ocurrieron. Comulgué con aquellas tardes comunistas concurridas de mercados. Comulgué con el dolor, con el frío, con los guetos judíos, con los diminutos bebés exterminados en duchas de gas; comulgué con la victoria yankee y con los besos robados en aquellos campos. Comulgué con el pueblo polaco, aquel que me acogió en su casa durante un año.

Yo viví allí, inmersa en mis experiencias, como en una larga jornada de reflexión, de autoconocimiento. Viví de una manera frívola y distante, comprometida a ratos, dormida a otros, casi como un náufrago a medianoche. Viví aprendiendo, admirando, agradeciendo que le tocara a otro y no a mí. Viví entre tabúes y versos, avanzando hacia el futuro, hacia el hoy, hacia el mañana. Hoy ya es hoy, hoy ya es mañana, y me siento de nuevo polaca, rusa y nazi a la vez, mimetizada con sus ambientes, con sus palacetes, con su escuela de cine, con su oda al consumismo, con sus zapatos grises, con su moda clónica y con sus centros comerciales; con sus mendigos enredados en auras de vodka, basura y malabares. 

No existen palabras, ni conceptos, ni señales, ni gestos, ni verdades para expresar -siquiera de cerca- lo que aquella experiencia supuso para mí. Ayer volví a ella, aquí en Madrid, frente a mi nueva amiga de nombre impronunciable. Volví a los viajes por Europa, a las tardes de vinos chilenos, a las mañanas de escaleras agitadas, a las preguntas embriagadas de dudas, a los taxis arcaicos, a los acentos debilitados por un recuerdo, a los amigos de antaño, a los masajes fugaces, a todas aquellas cuestiones que me planteaba mientras corría por el parque, o cenaba en un restaurante chic, o veía la última película de Woody Allen...

Polonia es otro mundo, un universo paralelo estancado a caballo entre las dos Europas, que lucha despiadadamente por rescatar algo de la dignidad que apenas le queda, por simular una falta de austeridad de la que carecen. Polonia es un país aún pobre, un país pobre que a mí me enriqueció como nada antes lo había hecho. Ni el colegio, ni la universidad, ni mis experiencias hasta el momento me enseñaron tanto. Polonia me impulsó hasta Asunción, y Polonia me guiará siempre, tan gris, tan sobria, tan rusa y alemana a la vez, tan polaca... 

Algo pasó en Polonia... Algo me ocurrió allí que me cambió para siempre... Algo pasó en Polonia que aún me sigue pasando... Algo sucedió en Łódź...


Yo en Łódź, el día en que llegué allí

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