viernes, 20 de mayo de 2011

Sí, ¿y qué?

El otro día fui de nuevo a ver a The Voca People (qué maravilla), y a la salida, ya en el coche, mi hermano y yo íbamos comentando lo mucho que nos había gustado el espectáculo. A la altura de Plaza de España, los ocupantes del coche vecino -un Ford Focus nuevecito- empezaron a corear al unísono: eh, gorda. Sí tú, la de naranja... ¡Gooooooorda!

Yo me quedé un instante pensando, acordándome de todas las veces en que me dijeron algo parecido en el colegio, o por la calle, o incluso mis niños de Paraguay. Me quedé pensando en todas las veces en que había sufrido inmensamente porque alguien -siempre del género masculino- había tratado de insultarme haciendo alusión a mi evidente gordura. Y sólo me vino una frase a la cabeza: Sí. Estoy gorda, ¿y qué? ¿Algo que añadir?

Por un segundo sentí la tentación de parar el coche, y sermonear a esos tres chicos de 18 tiernos añitos, contándoles que el alcohol te juega malas pasadas (porque era más que obvio que llevaban algunas copas de más), y dándoles una larga charla sobre lo que es la obesidad, lo gravísima que es esa enfermedad -porque de hecho ya es una enfermedad-, lo difícil que es superarla, las consecuencias mortales que conlleva, e incluso hubiera añadido alguna que otra información sobre la diabetes de tipo II. No les habría insultado, pero creo que esos niños jamás hubiesen dicho a cualquier otra persona por la calle: ey tú, bipolar o eh tú, esquizofrénico... ¿Por qué es divertido decir a un gordo que está gordo, si es algo que él mismo ya sabe? ¿Por qué la persona que formula su intencionada ofensa siempre encuentra un coro de risas a su alrededor aplaudiendo su supuesta gracia?

Que no, que no saben. Será que son niños... Cuando uno insulta, debe hacerlo con sutileza, con discreción, con sagacidad, y sobre todo, con muchísimo sentido del humor. 

Es una lástima que el ya afamado grito de eh, tú, gorda siga existiendo. ¿Cuál es su intención? ¿Herir? ¿Discutir? ¿Tener emociones fuertes? Lo máximo que se llevaron de mí fue la mejor de mis sonrisas, durante todo el tiempo en que permanecimos los unos junto a los otros, a la espera de que el semáforo cambiara de color. Me miraban sorprendidos, y yo no dejaba de sonreír. 

Cuando ya nos íbamos -ellos en dirección a Príncipe Pío y yo hacia mi casa-, no oí ni un sólo eh, tú, gorda. No sé si se les acabó la diversión, si se olvidaron del tema, o si la sonrisa surtió efecto. Lo único que sé, es que aquellas voces que me han perseguido toda la vida, todos los eh, tú, gorda que he escuchado, y puede que incluso los que vendrán, ya no me afectan. 

Será que he crecido, será que no me importa. No lo sé. El caso, es que para todos aquellos que tengan intención de decirme que estoy gorda, yo os contesto -orgullosa, con la cabeza bien alta, y sin vesícula-: Sí, ¿y qué?




1 comentario:

Los Mundos de Espe dijo...

Alguien anónimo me ha dejado un comentario... Lo siento, pero lo he borrado sin querer y no sé restablecerlo... Seas quien seas, gracias!!!!