sábado, 24 de octubre de 2009

El comedor, el colectivo y el escritor alemán

Ayer tuve mi primera aproximación real al mundo paraguayo. Por la mañana, me ofrecieron de desayuno una papaya recién cogida del árbol. ¡Qué cosa más deliciosa!

Justo después, las hermanas se reunieron con un grupo de Alcohólicos Anónimos para ver cómo se podía ayudar a los padres de los niños que vienen hasta aquí cada día, y mientras tanto, yo me fui con una psicóloga jovencita que ofrece apoyo escolar a los chicos de la calle. Me tuvo que dejar sola con todos ellos a mitad de la mañana, y me alegré al darme cuenta de que era perfectamente capaz de llevar la situación. Les conté unos cuentos, y tenían tal cara de felicidad… Cuando llegó la hora de comer, una de las niñas, Natalia, escribió en una pizarra bien grande “Bienvenida Esperanza”, y me hizo muchísima ilusión. Todos los niños me cogían, me abrazaban y me daban besos. Es increíble el amor que dan, y en cambio van medio desnudos, descalzos, con la poca ropa que tienen rota y sucia… Y lo único que comen es lo que se les da aquí de lunes a sábado: un plato de arroz, un trozo de pan y un plátano diminuto. Y lo que es peor: la mayoría de sus padres les pegan, son alcohólicos o les obligan a ensuciarse para dar aún más lástima a los turistas. ¡Y nosotros nos enfadamos porque sólo, SÓLO, tenemos cinco pantalones!

Cuando se cerró el comedor, volví a la casa para comer. Y qué calor. No llegaba al extremo de Tailandia, pero en un par de semanas igual lo supera. Me pasé toda la tarde con la cabeza zumbada, como si no me pudiese centrar. Me llevaron a ver al párroco, y la iglesia es una de las más bonitas que he visto nunca. La estaban preparando para una boda, y era relinda.

A eso de las 7, nos teníamos que ir a una misa en el centro y a la presentación de un libro de un escritor alemán algo extraño. Para llegar nos cogimos el colectivo, o lo que es lo mismo, el autobús. Y yo me quejaba del transporte polaco. Cada vez que coges una curva, toda la gente se cae, corres peligro de muerte en cada bache, y los peatones son algo suicidas. Cuando te quieres bajar, tienes que saltar del coche aún en marcha… Creo que voy a empezar a ir a los sitios andando…

Dejando eso aparte, tuve la oportunidad de darme una vuelta por el centro de Asunción, como en una versión antigua y muy vieja de los actuales City Sightseeing Buses. No me sorprendió ver a miles de personas rebuscando en las basuras del barrio más adinerado, pero me alarmó ver a una niña, rodeada de cristales, y llevándose algo a la boca. Creo que para sobrevivir a esto tienes que ponerte un escudo de acero inoxidable. Casi se me saltan las lágrimas cuatro veces durante el trayecto. Y al lado unas casas de estilo colonial, todas blancas, con alambres en la parte superior de la verja, al mejor estilo de Auschwitz. Podría escribir dos horas sobre esto, pero creo que con eso es suficiente por hoy.

En fin, una vez en la misa, yo me quedé fuera. En parte porque no quería entrar, y también porque necesitaba sentarme y tomar un poco el fresco. El calor era tan sofocante… Cuando acabó, nos llevaron a una sala en la casa parroquial para presentar el libro de un investigador alemán, que se va a quedar un año en Paraguay para intentar demostrar por qué un misionero belga que murió hace años, debería ser canonizado por la Iglesia. Le llamaban Pa’i Puku en indígena, y todos los presentes parecían adorarle. A mí eso me aburrió un poco, y vi claramente que esta gente necesita a alguien que les lleve la comunicación con bastante urgencia. Pero resultó que el alemán era amigo del mejor arpista de todo el Paraguay, y le mandó componer una canción sobre el susodicho santo en guaraní, para que llegara su historia a todas las gentes. Eso fue lo mejor. Me encantó, y ya estoy viendo cómo localizar al escritor para que me pase la grabación del CD.

Después se sirvió una versión chipegüi de lo que sería un vino español, y probé una sopa que parecía un bizcocho (aunque sabía a sopa milagrosamente), unas mediaslunas que eran como un pan sin sal, y unas empanadas que sabían a muchas cosas menos a empanada, y de hecho, yo creo que no tenían nada de pan. En fin, estoy descubriendo muchas cosas, y creo que no me queda mucho para que se me pegue el acentillo este, vos sabés.

Hoy vuelvo al comedor, y ya estoy deseando ver de nuevo a los niños. Y a las dos niñas de 16 años que están embarazadas de 6 meses… Es increíble. Si Polonia parecía España hace 50 años, Paraguay parece España hace 500.



3 comentarios:

Ana dijo...

Me dan ganas de ir por lo que cuentas, lo que daría por ver a esos niños. Sigue escribiendo, eh?. Un besito

Concha dijo...

Me pareceré a mi madre con este comentario, pero ¡¡Me emociona leerte!!
Q valiente eres!! Besazos

JOSE LUIS MINGO dijo...

Espe:

He leído hasta la última coma de tu maravilloso blog, me encanta lo que escribes y, sobre todo, me encantas tu.

Un beso muy, muy fuerte.