martes, 4 de mayo de 2010

Un punto de inflexión en Hervás

Este fin de semana me he marchado a una relajante escapada por el Valle de Ambroz. Desde el viernes hasta hoy, he podido disfrutar del magnífico paisaje extremeño, de manos de mi querida amiga Ana, con los paseos en coche cantando Las Noches de Boda de Sabina, las jaras pringosas, los riachuelos y gargantas, los móviles apagados, los pantanos cargados tras el intenso invierno, las carreteras cubiertas de lavanda, el acento marcado que me recuerda a los domingos en Torremenga, y los aperitivos de cañas y patatas escabechadas.

Hace algo más de tres años fui también con ella a Hervás, y nos alojamos en el mismo sitio: un pequeño apartamento rural en el barrio judío del pueblo. Ahora lo interpreto como una señal premonitoria de lo que sería nuestro futuro: acabamos viviendo juntas un año en Lodz, Polonia. Y sentía dentro de mí la necesidad intrínseca de visitar aquel lugar, de volver con Ana, de pasear una vez más por los caminos empedrados de Segura de Toro, por las cesterías de Baños de Montemayor, por las murallas de Granadilla. Y también deseaba con todas mis fuerzas retomar nuestra amistad en el punto en el que la dejamos.

Me ha encantado descubrir que ambas hemos cambiado, que yo ya no veo la vida con la misma mirada posmoderna -aunque me pese reconocerlo-, y que hay una parte de mí en la que habita una niña de 7 años deseosa de conocer el mundo como si cada paso fuese un nuevo descubrimiento.

He aprendido mucho en este fin de semana, me he divertido, he hecho muchas fotos, he reído, he retomado las sesiones de poesía lorquiana, y las de vinos y quesos, y las de hablar durante horas, y las de dormirme tarde de puro nerviosismo, y las de levantarme pronto para hacer deporte, y las de meditar al sol... 

Y hoy, mientras regresaba a mi casa, he sido plenamente consciente de que había cerrado una etapa de mi vida y empezaba una nueva... Eso sí, con callos en la lengua.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Te quiero mi niña