domingo, 2 de mayo de 2010

Mi mamá me mima

Todos sabemos que madre no hay más que una y es que, efectivamente, hay algo que nos une a nuestras respectivas madres que es más grande que el resto de las cosas. Da igual el tiempo que pase, o lo lejos que estés, porque cuando uno está malo, lo que le apetece es que sea su mamá la que le ponga el termómetro y le caliente los pies.

La mía nunca fue mucho de achuchones, en parte porque a ella no se los dieron con mucha frecuencia, pero tiene una forma muy particular de abrazar. Te sienta en sus rodillas como si no pesaras más de 5 kilos, y te da palmaditas en la espalda simulando que eres un bebé al que hay que sacar los gases. Hace unos años me rebelé contra esa situación en ocasiones embarazosa, y mi muy amada madre, cambió el sistema-palmadita, por unas caricias mucho más reconfortantes.

Mi madre es la persona del mundo que más se ríe conmigo, y a menudo la sorprendo observándome en silencio, como preguntándose en qué demonios estaré pensando yo. Y es cierto que nunca me parecí a ella -ni física, ni intelectual, ni emocional, ni espiritualmente-. Pero siempre supe que había una parte de mí que comprendía mejor que nadie. Muchas noches me iba a su habitación, interrumpía su lectura, y se paraba a escuchar atenta mis múltiples dramas adolescentes con una paciencia bendita. No sabría decir cuántas veces me quedé ahí tumbada, llorando desconsoladamente, buscando su cariño. Y ella me lo daba siempre sin dudar.

Como todas las madres, también tiene una vena pesada, de las que repiten quince millones de veces frases del estilo de ordena tu cuarto que parece una leonera, pero creo que aprendió que cada uno de sus hijos es diferente, y que no podemos ser tratados de la misma manera. A mí, con el caso concreto de la habitación, ya no me dice nada. Y no porque no le den ganas -que yo sé que a veces hasta se muerde la lengua de pura tentación-, sino porque sabe que es mejor que lo haga por mí misma.

Mi madre me llevó por primera vez al colegio, me quitó mi primer diente, me compró mi primer vestido de nido de abeja, y mis primeros pantalones en Zara. Mi madre me consoló cuando mis amigas me daban de lado, y cuando no me correspondía aquel chico de mi clase, y cuando tenía ganas de comerme dos tabletas de chocolate. Mi madre se emocionó cuando me fui por primera vez de casa a estudiar inglés en Irlanda, pero la vi aún más emocionada cuando volví y me vio aparecer por la puerta del aeropuerto. Mi madre hace la cena para todos, trabaja por las mañanas, lleva su casa a la perfección, visita a su propia madre, queda con sus amigos, atiende a su marido, y sobre todo, siempre renuncia a sí misma por mí -o por cualquiera de mis hermanos-. Mi madre pasea conmigo a diario, me acompaña a los médicos cuando quiero su presencia a mi lado, busca caminos para orientar mi vida espiritual de la manera que le parece más adecuada, y vela cada día por mi bienestar.

Está claro que todos nos equivocamos, porque somos humanos, pero hoy puedo afirmar que sin lugar a dudas, Belén Mingo es la mejor madre que yo podía tener. Y si me preguntasen, la volvería a elegir de nuevo.

En este día -su día- le digo que estoy encantada de que sea mi madre. 

Es un honor, y te estoy infinitamente agradecida por que me dieras lo más grande que hoy tengo: la vida. Te quiero, mamá.


Con mi madre en Buenos Aires



1 comentario:

Concha dijo...

que bonito! Olé las madres!