Cuando hablo con una persona, mi mente tiende a imaginar automáticamente el retrato del individuo en cuestión con el que converso. Hay veces en las que es muy fácil, como cuando me llama mi madre o cualquier otro que mi cerebro ya ha registrado como ser-conocido-e-identificado en una sola imagen. En cambio, cuando el interlocutor es alguien a quien no he visto en mi vida, la cosa se complica.
En el caso de las telefonistas, yo habitualmente imagino a una chica joven, eficiente, que teclea muy rápido buscando la información que estoy solicitando... Imagino que a mitad de la tarde se come una manzana entre llamada y llamada para matar el hambre, y que sale de su trabajo bastante cansada y deseosa de tomar algo en algún bar encantador con su novio.
No me preguntéis por qué, pero siempre imagino escenas idílicas en torno a las telefonistas que, además, suelen tener voz de rubia. Hace poco, una amiga me dijo que cada vez que llamaba a alguna empresa y le atendían en el departamento de atención al cliente, a ella le entraban ganas de echarse a llorar, porque los recursos de las personas dedicadas a esta profesión no solían ser muy eficaces. A mí me sonó a prejuicio, pero comprendí que lo mío también lo era.
Estama mañana, mientras contestaba el teléfono en mi importantísima labor de telefonista de una empresa de viajes en el extranjero, me di cuenta de que en realidad yo soy una voz más de esas que suenan al otro lado, y que tantas veces antes podía haber sido protagonista de mis historias idílicas y pseurománticas de novela de rubias y cachas. Y entonces comprendí la importancia de los estereotipos en nuestras vidas, y más que eso, en mi mente. No sé por qué imaginaba yo a una rubia contenta con novio, respondiendo una llamada tras otra, con una constante sonrisa en la cara y mirada feliz, pero el caso es que, si bien yo no tengo ni un pelo rubio, sí que tengo una sonrisa de oreja a oreja, y muchas ganas de seguir respondiendo encantada a las más que disparatadas cuestiones de todos nuestros clientes. ¿Acaso se le puede pedir algo más a esta profesión? Quizá soy una telefonista de tipo B, pero desde luego he atendido con creces a la esencia de las expectativas que yo tenía sobre las telefonistas.
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