martes, 13 de abril de 2010

El huevo de Pascua

Como ayer terminé de relataros mi viaje de Semana Santa a Pedro P. Peña en el desierto, ahora voy a ir retomando poco a poco algunas de las historias de los últimos días. Una de las más curiosas es, sin lugar a dudas, la del huevo de Pascua:

La sobrina de uno de los obispos de Paraguay donó a la causa de las hermanas un huevo de Pascua enorme, de esos que te hacen la boca agua y los ojos chiribitas. Yo, en cuanto lo vi, pensé en que nunca había visto tanto chocolate junto.

Al día siguiente lo bajamos al comedor, y se lo presentamos a los niños envuelto, sin haberlo abierto aún, para que lo vieran en todo su esplendor. Ellos suspiraban, y miraban golosos cada movimiento del portador del huevo. A mí me divertía lo obedientes que se volvieron en un segundo: se comieron todo el poroto (una alubia similar a las judías pintas), no dejaron ni una miguita de pan por el suelo, recogieron hasta el último cubierto... 

Cuando llegó la hora de la repartición del huevo, ya hecho mil pedazos que yo me había encargado personalmente de colocar de manera equitativa en tres bandejas, los niños se sentaron en sus sitios, dóciles, y se hizo el silencio. La hermana Gloria empezó a hablar:

- Queridos niños. Este presente lo ha traído la sobrina de Monseñor Livieres para todos ustedes, en señal de agradecimiento porque estamos de buena nueva en el tiempo de la Pascua. ¿Alguien sabe lo que significa Pascua?

El silencio se prolongó unos instantes más, hasta que una voz al final del comedor dijo de una manera clara, nítida y estruendosa:

- ¡Huevooooooooooooo!

Después de eso, no había más nada que decir. Los niños aplaudían y coreaban a gritos un potente huevo, huevo... No quedó ni un solo pedazo. ¡Y estaba delicioso!


Luis con el huevo antes de partirlo.

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