domingo, 11 de abril de 2010

La lección

Transcribo literalmente de mi diario:

Hoy era Domingo de Pascua, y las hermanas estaban encantadas por la mañana... Yo sólo contaba los días que me quedaban para volver a Madrid...

Hoy presencié por primera vez en mi vida el proceso de elaboración de una gallina pintada, desde el corral hasta la mesa, y me resultó curioso cuanto menos... Partir el cuello del animal, el reguero de sangre hasta la cocina, desplumarlo, cortarlo, quitarle los órganos -incluidos los huevos, que aún estaban dentro-, y rociarlo con tomate y cebollita... Me dio un poco de aprensión comerlo después... Sólo podía pensar en el pasillo lleno de sangre...

Además, por si eso fuera poco, el clima cambió radicalmente, y pasamos de los casi 50ºC a 10ºC, lo que significa que el día de hoy se ha convertido oficialmente en mi primer día de frío de los últimos 12 meses. Y como yo jamás pensé que eso pudiese pasar, no venía en absoluto preparada, así que me coloqué un pareo a modo de burka, y me puse toda mi ropa encima -toda, toda-. Si algo aprendí de mi experiencia en Polonia es que ande yo caliente, ríase la gente. Claro, que como yo no voy a la misa, y llevo la cabeza tapada, ha corrido el rumor de que soy musulmana... ¡A mí me hace mucha gracia!

Por la tarde, Esther me llevó a hacer una visita social. Ella se encontraba mal y necesitaba que alguien manejase, así que me subí al hammer chino de las hermanas, y conduje unos cuantos kilómetros por caminos inhóspitos llenos de barro. ¡Fue la bomba!

Cuando llegamos a nuestro destino -la casa de una profesora de la escuela para niños indígenas del poblado- me sorprendió la precariedad y las condiciones tan limitadas de la vivienda. Cuatro tablones de madera, y un fuego en medio hacían las veces de salón, cocina, despensa y dormitorio. Un matrimonio con un niñito de unos 4 años, ella embarazadísima y enferma, seis perros escuálidos y un par de gatos completaban el cuadro familiar.

La profesora y Esther tenían que tratar algunos asuntos, y hablaban en guaraní. Yo me limitaba a pasar el mate, y a beber cuando era mi turno -sí, ahora también tomo mate-. Yo ya había hecho una fotografía mental completa del lugar, y estaba empezando a sentir los estragos del aburrimiento una vez más sobre mi mente, cuando el niñito apareció de nuevo. Me miraba fijamente, como si quisiera decirme algo y no supiera cómo expresarlo. Al final, agarró a la hermana de su hábito, y tiró varias veces hacia abajo para que le prestara atención. Le dijo -también en guaraní- que tenía un regalo para nosotras. Nos dio unas tallas preciosas de madera de palosanto, y nos las ofreció para que las usáramos como llavero. A mí me pareció de lo más enternecedor, y saqué unos cuantos caramelos que tenía en el bolsillo para dárselos a cambio de su precioso regalo.

Pero al cabo de un rato, volvió de nuevo, con dos pinchos para el pelo, también tallados. Me dijo que yo era una chica hermosa, y que merecía llevarlos en el cabello. Me pareció tan bonito, que se me escapó una lágrima. Y entonces aprendí la lección más valiosa de todas las que ya he acumulado aquí en Paraguay: el más pobre ha compartido conmigo lo único que tiene, su comida, su medio de vida, sin importarle el mañana, sólo porque consideraba que yo debía poseer algo de él. Creo que eso es muy difícil de encontrar en la sociedad en la que vivo, en la que me crié... ¡Y me lo ha enseñado un niño de 4 años! 

Volví a casa al cabo de un rato, me metí en mi habitación, y me emocioné una vez más pensando en la cara de aquel chiquillo. Lloré un rato muy largo, y me dormí con una sonrisa en los labios. Al fin y al cabo, nada es por nada.


Continuará...


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