miércoles, 28 de abril de 2010

Sin prejuicios de Dios

Cuando me fui a Paraguay, una de las cosas que más reticencias me generaba era el hecho de vivir en un convento rodeada de monjas. Tengo que reconocer que no me seducía en absoluto la idea, pero lo vi también como una oportunidad de comprender mis prejuicios y modificarlos. 

Desde el principio me integré bastante bien con las hermanas, pero marcaba mucho las distancias en el plano espiritual, ausentándome siempre de sus rezos, misas y liturgias. Nunca llegué a involucrarme en el submundo del cristianismo, en parte porque no lo deseaba, pero al menos ahora puedo decir que he disfrutado muchísimo de las enseñanzas de todas esas mujeres, he conocido a mil sacerdotes, monjas y monjes ajenos a su congregación que me han aportado lecciones mágicas, únicas e irrepetibles -especialmente el Padre Jaume-. Por lo tanto, mi experiencia no sólo han sido los niños, la miseria, las enfermedades de transmisión sexual, la pobreza, los embarazos precoces (que también), sino que además un encuentro con el origen de mis sentimientos, y la profunda cura de mi dolor de niña.

Estoy muy agradecida a mis hermanísimas, que tanto me han enseñado, que han compartido conmigo todo lo que tenían en cuerpo y alma. Habéis sido mi familia durante los últimos 6 meses. Es un verdadero honor haberos conocido.

Un beso enorme. 


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