Y entonces llegó el día de regresar a mi casa. A las 9 de la mañana, me monté en el coche con 4 de las monchis, mi amiga Ana, mis dos maletas, el bolso, la funda del portátil y el termo de tereré. Yo no me sentía yo misma. Era una sensación sumamente extraña, como si estuviese viendo una película sentada desde el cómodo sillón del salón...
Cuando llegué al aeropuerto y facturé mi equipaje, tuve que enfrentarme a la despedida definitiva. Todas me miraban con los ojos empañados por las lágrimas, y yo no me pude resistir. Me fui a la fila del control de policía llorando a mares, y prometiéndome una vez más volver a aquel país que tan bien me había acogido durante estos 6 meses.
Mi primer vuelo, de Asunción a Santa Cruz (Bolivia) fue estupendamente, las azafatas fueron encantadoras, y yo disfruté mucho del recorrido. Pero cuando aterrizamos, me encontré con la sorpresa de que en vez de quedarme dentro del aeropuerto en la zona de tránsito de pasajeros, debía pasar por el control de inmigración, recoger mis maletas, salir y volver a hacer el check-in para el siguiente vuelo.
Yo estaba indignada porque sólo quedaban dos horas para el despegue y la cola de facturación daba dos vueltas alrededor de los distintos mostradores. No funcionaba el aire acondicionado, y el ambiente estaba pegajoso. Todo olía a una mezcla entre comida basura, podredumbre, humanidad y calor asfixiante. Pero lo peor llegó cuando tuve que pasar por el control antidroga. Me rompieron los plásticos que precintaban mi equipaje, revolvieron todas mis pertenencias y lanzaron a un par de perros a husmear entre mi ropa interior. Yo me sentía sumamente violenta, aunque supuse que eso era un procedimiento rutinario sin importancia.
Continué mi camino, con el tiempo justo para embarcar, y pasé una vez más por el control de la Interpol. Y en ese momento una policía enorme me indicó amablemente el camino que debía seguir. Me metió en un cuarto de un metro cuadrado, y empezó a chequearme por encima de la ropa. Se detuvo en el estómago, y me ordenó algo ruda que me quitase toda la ropa. Yo traté de explicarle que lo único que le pasaba a mi estómago era que me encanta comer, pero no había caso. La señora estaba empeñada en encontrar un alijo de coca escondido en alguna parte... Me chequeó de arriba a abajo, y después de cerciorarse de que yo no tenía absolutamente nada, me hizo una seña para que me vistiera rápido. Yo me sentía intimidada, y bastante asustada. Cuando me revisaron las maletas pensaba que nada podía empeorar, pero está claro que me equivocaba...
Esta vez casi pierdo el vuelo, pero de verdad. Aunque tengo que decir que el trayecto hasta Madrid fue bueno también. Me senté al lado de una hermana de clausura que iba a Italia a hacerse una operación, y de un niñito de 10 años que iba a España a reunirse con sus padres.
En resumen, la vuelta fue buena en general -quitando el lapsus aquel en el aeropuerto de Santa Cruz-. Una vez en Madrid, mi padre vino a recogerme, y en cuanto salí me dio un abrazo estupendo.
Ya llevo acá unas horas, he visto a mi familia, y ahora estoy esperando a que vengan mis primísimas a hacerme una visitilla, mientras tomo tereré fresquito y escucho música típica paraguaya... Creo que Paraguay estará ya siempre en mi corazón, de la misma manera que Polonia sigue latiendo conmigo...
Ahora sólo me queda disfrutar de Madrid un tiempo, y después empezar a ver adónde me lleva el Universo... ¿Quizá a la India?
No hay comentarios:
Publicar un comentario