Yo ya sabía que hoy no podía ir al comedor hasta que me avisaran -intuía que me estaban preparando algo especial a modo de despedida-, así que me centré en hacer mi equipaje, poner lavadoras y recolectar las miles de cosas que mi mente caótica tenía olvidada por los rincones...
A eso de las 11.30h., me dieron permiso para aparecer por la larga sala del comedor, y yo me preparé -entre nerviosa y expectante- para encontrarme con cualquier cosa. Nada más llegar a la entrada, un grupo de niños de todas las edades se abalanzaron sobre mí, luchando por abrazarme y tocarme cualquier parte de piel. Yo les correspondía, haciendo vanos intentos por hacerme paso entre ellos y llegar al final a la puerta del comedor, en el que el resto de la gente me esperaba sentada y lista para empezar la fiesta.
En cuanto atravesé el umbral, todos corearon al unísono un lastimero adiós con el corazón, que con el alma no puedo, al despedirme de ti, al despedirme me muero... Yo les había enseñado aquella canción dos meses antes, cuando nuestros amigos alemanes regresaron a su país, pero hoy sonaba mucho más triste...
Me pidieron que me colocase al fondo de la sala, justo delante de la pizarra, para poder leer los mensajes que estaban colocados alrededor de un inmenso Gracias Espe, y que rezaban palabras de amor y despedida.
Yo estaba leyendo en voz alta, cuando me dijeron que me girara para recibir a tres lindas muchachas vestidas con el traje típico paraguayo. Yo lo hice inmediatamente, y me sorprendí al ver a mi preciosísima Librada, como una princesa, que me entregaba una bolsita de regalo con una sonrisa enorme en el rostro, y me abrazaba fuerte las piernas.
En ese momento yo ya estaba tratando de contener las lágrimas. Saqué el primer paquete de la bolsa, y estaba tan nerviosa que no atinaba a romper el envoltorio. Cuando al fin lo conseguí -en lo que a mí me pareció media hora después- vi un montaje fotográfico enmarcado en el que aparecían miles de niños, entre frases en castellano y guaraní. Yo ya notaba que me quedaba poco para perder los nervios. Cada vez tenía más niños a mí alrededor cuando vi mi segundo regalo. Se trataba de un cuaderno precioso, hecho íntegramente por los niños -y por supuesto por Ani-. Lo abrí y me topé con una foto de varios de ellos. Y en la primera página una carta de Carlos Acosta, en la segunda la huella de la mano de Librada Acosta, en la tercera... Ya no pude seguir. Mis ojos estaban tan llenos de lágrimas que estaba pasando las hojas sin ver absolutamente nada.
Los niños me abrazaban y lloraban, y todos me pedían que me quedase. En ese momento, yo me planteaba lo mismo.
Llegó un momento en que las hermanas organizaron a los chicos para que volvieran a sus asientos. Rezaron, y empezaron a servir la comida -que hoy, al ser un día especial, se había encargado pollo asado, arroz con verduras y chipá guazú-. Yo les miraba embelesada, tratando de almacenar en mi memoria hasta el más ligero movimiento de sus cucharas al llevárselas a la boca... Librada me miraba, con los ojos totalmente cubiertos de lágrimas. Me acerqué para tratar de que al menos comiera. Pero fue inútil. Se me agarró al cuello, y nos pasamos así el resto de la hora. Yo lloraba sin pasar, y ella sólo me decía te amo, te amo, te amo. Hubo un momento en que tuve a mis cuatro niños Acosta en los brazos, y me dijeron que mañana vendrían a verme por última vez aunque lloviese, tronase o hubiera un tornado. Yo estaba ya al borde del llanto histérico. ¡Cómo quiero a estos niños!
Cuando todos los niños se fueron a sus casas, las profesoras, la cocinera, las hermanas y yo tuvimos una comida especial, y hubo de nuevo charlas, emociones fuertes, lagrimitas y anécdotas de los últimos seis meses...
Pero después de eso, Ani me invitó a su casa a merendar. Yo me fui con ella encantada. Y cuando llegué, estaba todo el salón decorado con globos y serpentinas. Se había pasado dos días cocinándome, y me dio unos regalitos, uno de los cuáles era una camisa que había diseñado ella misma y me la había mandado hacer a medida. Yo no tenía ni idea de todo aquello, así que volví a abrazar, a llorar, a reír, y a llorar de nuevo, y a besar, y a prometerme a mí misma que regresaría a Paraguay.
En resumen, ha sido un día muy intenso. Mañana será mi despedida definitiva de los niños -aunque hay rumores de colectivos masivos para decirme el último adiós en el mismito aeropuerto-. Me he vuelto a emocionar escribiendo mi entrada de hoy... Qué extraña es la vida: mis niños no tienen apenas para comer, pero jamás conocí a nadie con tanto amor dentro como ellos.
Yo también les amo. Les amo.
1 comentario:
Que bonito Espe, casi lloro y todo... disfruta de tus últimos días. Un abrazo
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