Y hoy por fin he salido de la vida de las monchis y he visto la otra cara de Paraguay, la de las tiendas, los restaurantes, los bares, las copas... He podido ver una Asunción joven, una ciudad en la que la gente se divierte, sale y es feliz. Un lugar en el que la vida es una caja de sorpresas.
A última hora de la tarde vino Ana, que para los que no lo sepáis es mi nueva amiga, con otra chica llamada Marisel. Nos montamos en un colectivo que estaba hasta la bandera. No sé si influía en algo que hoy fuera sábado, o simplemente es que era una de esas líneas con complejo de lata de sardinas, pero el caso es que estaba abarrotado. Durante el recorrido pude disfrutar de un nuevo camino que aún no había visto, aunque mis pensamientos idílicos se vieron interrumpidos por el canto inocente y ávido de un niño, que bajo las notas de un son guaraní, pedía unas míseras monedas a cambio del entretenimiento que proporcionaba. Ese es el día a día en este país: gentes pidiendo donde sea.
Un poco absorta en mis pensamientos, me avisaron mis nuevas amigas de que habíamos llegado a nuestro destino. Con el coche aún en marcha, saltamos raudas para evitar una muerte prematura, y me vi de frente con un centro comercial. Yo me sentía como si estuviese viendo una iluminación. Entonces me sentí tremendamente consumista, pero a la vez, una profunda alegría de estar fuera de la casa, de salir a despejarme, de no ver a miles de niños pidiéndote cosas, de tener amigas, de estar en el lugar más familiar en el que había estado hasta el momento...
En realidad no hice mucho, sólo pasear, comprarme unas chanclas que estaban en oferta y un monedero para recolectar monedas para el autobús. Después me fui a tomar una picada, que es como una parrillada de carne con patatas fritas, y una cervecita bien fría. Y cómo agradecí ese momento. Pude conocer más a estas dos chicas, y vi en ellas a dos personas maravillosas, amén de divertidísimas. Ya me ha dicho Ana que me va a pasear los fines de semana, y hemos quedado en que el sábado que viene saldremos de marcha. Me caen fenomenal.
Aquí a partir de las 9 de la noche es peligroso tomar el autobús (estoy intentando dejar de usar la palabra coger, y me cuesta horrores), así que me subí en un taxi que me llevó directita a mi casa, y tan ricamente.
El otro día estuve pensando que echaba de menos el mero hecho de salir a tomar algo, aunque fuese el aperitivo. Entonces pensé que a lo mejor lo que tenía que aprender aquí era a vivir sin tanto ocio. Pero está claro que eso era algo que sólo pensé en un momento dado. Me encanta pasearme...
Ahora me queda el inconveniente de que mañana las monchis están de retiro. Yo no tenía ni idea de en qué consistía eso, ¡y en qué momento pregunté! Resulta que una vez al mes, siempre en domingo, se levantan pronto, se van a misa, y a la vuelta se encierran en sus celdas para meditar durante todo el día en silencio. Entonces yo pensé: ¿y qué demonios voy a hacer yo mañana sola y en silencio? Así que ya he quedado con Marisel para darnos un paseo por el jardín botánico.
Me encanta tener amigas. Me encanta estar aquí.
1 comentario:
Es una alegria leerte!
Publicar un comentario