Los sábados son días especiales en el comedor porque las actividades son algo diferentes, los empleados cambian, y hay muchos más niños.
Desde bien temprano, se presentaron unos 25 chicos que suplicaban por un mendrugo de pan, y Rosana -la cocinera- atendió pacientemente a todos ellos con todo el cariño que cabía dentro de ella. Una vez satisfechos sus estómagos, empezaron a pintar unos dibujos lindísimos en los que cada uno reflejaba lo que más le apetecía. Y cuando acabaron, nos fuimos todos a La Plaza. Yo estaba algo nerviosa por saber qué sería eso a lo que ellos llamaban La Plaza y se les ponían ojos golositos sólo de oír la palabra. Me cogieron de la mano varias niñas, y me llevaron hasta allí. Y creo que no pude evitar mi cara de desolación al comprobar lo que era la famosa Plaza: se trataba de un parque diminuto lleno de basura. Y ellos estaban tan felices de estar allí...
Los chicos se pusieron rápidamente a jugar al fútbol con un balón del siglo pasado, y las niñas hicieron un corro a mi alrededor, haciendo turnos para darme la mano. Algunas se subían a mis piernas, y otras me agarraban por detrás. Hacía un calor horrible, tanto que creía que me iba a estallar la cabeza. Pero no me importaba, porque ellas me estaban dando tanto cariño... Cuando yo ya estaba algo relajada, lo primero que me vino a la mente fue: a las niñas les gusta mi panza... Y eso me gustó más que nada.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un bombardeo de preguntas. Volvieron a hacer turnos para poder plantear sus cuestiones, y yo pedía al cielo porque no fuesen cosas muy comprometidas, pero debe ser que no me esforcé demasiado en mis ruegos. Primero preguntó Monse (sin t): ¿vos ya viste a tu abuelo borracho? Dios mío, empieza mal el asunto. Yo respondo lo mejor que sé. Vuelve a preguntar ¿cuántas veces pega tu papá a tu mamá? Puff. ¿Pero qué demonios respondes a eso? Yo estoy aún algo descuadrada, y ella vuelve a atacar ¿ya te clavaste vidrios en los pies? En este momento las otras niñas se revolucionan y reclaman su huequito de atención. Le toca el turno a Dania: ¿cuántos hermanos tienes? -bien, ésta es fácil-. Tres, respondo yo. Me mira fijamente, y me pregunta por sus edades. Y les gusta mucho eso de que tenga una hermana de 18 años. Me preguntan mucho por ella, hasta que Dahiana dice inocentemente ¿y cuántos hijos tiene Belén? -¿Qué Belén, mi hermana?- ¡Madre mía, yo casi me podía imaginar la cara de mi padre al borde del infarto!
El interrogatorio continuó durante un par de horas más. Algunas preguntas las supe contestar, otras las evadí y otras muchas me dejaron el corazón helado. A través de sus comentarios me pude enterar de muchas cosas que no podía ni imaginarme, y que prefiero no recordar... ¡Qué dura es la vida de estos niños!
Ayer pasé un día un poco chof. Es desolador ver que cada día descubres una vida peor que la del día anterior, y eso que tú creías que era imposible. Tenía muchísimas ganas de llorar entre el calor, la dieta, la situación, la morriña... Pero me fui un rato a charlar con mi tía y me alegré bastante.
La vida de las mochis es algo extraña. Pero ellas son muy felices... Eso me gusta. Me gusta ver a la gente sonreír.
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