jueves, 12 de noviembre de 2009

Naturalmente

Las monchis han descubierto en mí una fuente de conocimientos informáticos, y me consideran una especie de ser todopoderoso capaz de hacer cualquier cosa con un ordenador. Si ellas supieran… Casi podía imaginarme la cara de Maleny ante mis diseños cutres, pero ese es otro tema.


El caso es que la semana que viene es la graduación de algunos alumnos del colegio de Pedro P. Peña –una de las misiones de las hermanas en el Chaco educando a niños índigenas-, y pretendían encargar las invitaciones a una imprenta. Así que yo les dije que me comprometía a hacérselas, pero lo que en un principio serían sólo 14 unidades para los papás pasaron a ser 40, y de ahí fue en aumento… Y eso teniendo en cuenta que mi tía me pedía cada dos segundos que le hiciese cosas en un documento de Word, que después otra monja no conseguía mandar un mail, que  luego decidieron que había que añadir una frase más a las invitaciones y había que empezar de nuevo… Y ya era la hora de irse a La Casita de Belén, y mi tía me vio tan agobiada que me dijo que me quedase, que yo era imprescindible en ese momento. ¿Yo? ¿Imprescindible? No entendía nada…


El caso es que me puse como en los mejores trabajos de la uni a recortar, pegar, coser, copiar y a imprimir millones de veces un mismo modelo –pero con la incredible ventaja de que mi tía me dio una guillotina. ¡Lo que hubiese dado yo en los años de facultad por tener una!-. Me vieron tan concentrada que no hacían más que darme las gracias una y otra vez, y se quedaron alucinadas de lo rápida que iba. Decían: en eso te pareces a tu tía (y yo me acordaba de mi madre y su uf, qué lenta vas).


El caso es que una vez acabado el trabajo, sin estrés y con la tranquilidad de la tarea acabada, me puse a cenar tranquilamente, y me dieron un pollo delicioso. Pregunté de dónde era, y mi tía me dijo que era ecológico. Yo no me podía creer que esa extraña moda de lo natural hubiese llegado hasta aquí, y de hecho no es que haya llegado, sino que nunca se fue. Cuando salgo de mi habitación por las mañanas cojo una papaya o un mango del jardín para desayunar, a mediodía agarro una banana del árbol que está en el comedor, por la tarde la hermana Rosa recoge las lechugas y los tomates y los pone de cena para la ensalada, y lamentablemente, el día en que fui a Capiibary y vi a tantos pollitos paseando por el jardín… Bueno, pues uno de ellos fue mi cena de anoche… Cuando me enteré se me quitaron las ganas de seguir comiendo, pero de verdad que era auténtico pollo ecológico de corral.


Entonces pensé que realmente vivimos fatal en los países más desarrollados. Comemos mal y rápido, siempre andamos corriendo, y si no tenemos estrés nos toman por vagos que no trabajan lo suficiente. El ruido de las ciudades atolondra hasta a los niños, y nadie tiene calidad de vida. Hacemos viajes maravillosos, cenamos en restaurantes chic y tenemos un coche estupendo que nos lleva allá donde queramos ir. Pero hemos perdido la noción de las cosas. El dinero es tan importante que no lo valoramos, 50 euros ya no son ¡¡¡50 euros!!! sino 50 eurillos, la comida sana nos aburre o nos obsesiona y pararse a disfrutar de un momento es una pérdida de tiempo…


Aquí el estrés es un drama y se le pone solución en cuanto empieza a aparecer, la gente come comida de verdad y se la agradecen infinitamente a la naturaleza con muchísimo amor, los niños te abrazan en cuanto te ven, si sales de casa para coger el autobús todas las personas con las que te cruzas te dan los buenos días con una gran sonrisa en la cara, y a todas horas hay un agradabilísimo soniquete de pájaros cantando que no descansan, siempre alegres.


Puede que aquí la gente no haya salido ni de sus pueblos, que jamás se haya sentado en un restaurante, que no tenga más medio de transporte que sus piernas, puede que ni siquieran tengan qué comer… Pero todos son inmensamente felices. ¿Y luego venimos nosotros a educarles? No, ellos tienen más que enseñarnos a nosotros. Mucho más.




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