sábado, 7 de noviembre de 2009

Las 7 Maravillas

El otro día, el jueves, propuse a todos los niños del comedor un juego, que consistía en buscar Las 7 Maravillas. Ellos no tenían ni idea de a qué me refería, así que les hice una lista:

  1. Un rayo de sol.
  2. Una sonrisa.
  3. Una canción.
  4. Un hada.
  5. Un trozo de noche.
  6. Un monstruo de cuento.
  7. Una bolsa de alegría.

Los niños no se sorprendieron cuando les pedí que me trajeran todas esas cosas, y yo estaba totalmente impaciente por saber cómo responderían ante la petición. Los niños son alucinantes, simplifican las cosas, y son tan creativos, que muchas veces me lamento de no seguir siendo una. Mientras estudiaba la carrera, yo solía pensar que era absurdo pasarse 5 años escuchando a un señor, que te contaba lo que era ser un buen publicitario, y me preguntaba por qué no tendrían a varios niños en nómina para que les dieran las ideas...

En fin, que me desvío. El caso es que estaba uno de los niños mirando al techo, como obnubilado. Yo le dije: Esteban, la lista… Y él, con una sonrisa enorme, se limitó a decirme: Ya encontré el rayo de sol, profe, está ahí. Y señaló la pared, en la que había colgado un sol enorme con unos rayos muy largos. ¡Y yo que trataba de imaginar lo que él imaginaría! Me pareció un ejemplo brillante de lo que nos complicamos la vida los adultos…

Al cabo de un rato, después de cantar una canción cuya letra decía algo así como somos la legión de nuestro Señor, la caballería, la infantería… -Creo que habría que renovar los cantos de las monchis-, se pusieron a buscar una sonrisa. Entonces, se pusieron a hojear los libros de la librería y poco después encontraron un hada sonriente, y mataron dos pájaros de un tiro.

Cuando llegó el momento de buscar el monstruo, otro de los niños señaló las pisadas de algún animal y dijo: mira profe, por aquí pasó el monstruo. Y cuando les pedí un trozo de noche, señalaron las estrellas y la media luna que rodeaban a una Inmaculada Concepción de porcelana, y les pareció obvio que eso era un trozo de noche.

Un rato después se acercó Monse con una bolsa de plástico vacía. Entonces le pregunté: ¿Y esto que es? La niña abrió la bolsa, le dio miles de besos, y dijo: una bolsa de alegría. ¡Ay! Me dieron ganas de cogerla en brazos y estrujarla.

¿No son geniales los niños? Y lo mejor de todo, es que todos fuimos uno algún día.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

PROBANDO

tu madina dijo...

Hola. estoy aprendiendo a mandarte comentarios. Besitos mi reina

Ana dijo...

Este es el mejor comentario de todos los que has escrito. Un buen ejercicio para esos niños, enhorabuena.