sábado, 21 de noviembre de 2009

¡Esto es la guerra!

Ayer organicé entre mis niños del comedor una guerra de globos de agua. Desde bien pronto, por la mañana, me fui a comprar 300 globitos y me volví a la casa de las monchis para hincharlos todos. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que no se podían inflar al método tradicional. Esto es, los enganchas en el grifo, enciendes el agua, y listo. Así que investigando con diferentes artilugios y sistemas, conseguí hacer un apaño con un bote de champú vacío y una paciencia infinita.


Aproximadamente dos horas después, ya tenía un buen montón de globos preparados para ser usados. Volví al comedor, les expliqué a los niños en qué iba a consistir el juego, y les dije que cada uno tendría dos recambios cada vez. Me miraron un tanto extrañados y no sabían a qué me refería con eso de recambios. Preguntaron sin cesar, cada vez alzando más la voz, hasta que saqué de detrás de la puerta un barreño inmenso cargado con miles de globos de diferentes colores.

Entonces el aplauso fue estruendoso y los gritos subieron aún más de volumen, para dejarme prácticamente sorda. Les puse como condición, que si querían conseguir más balas para la guerra, debían exponerme los motivos por los que yo debía darles más. Y eso fue lo mejor. No me cansaré de decirlo, pero los niños son creativos, espontáneos y naturales. Y estos además, no están domesticados como lo estamos todos los demás. Me encantan.

El caso es que la guerra fue todo un éxito, acabamos todos pasados por agua -y muy agradecidos, dado el inmenso calor que ayer aplastaba-, y nos lo pasamos estupendamente...

Por la tarde, aún asfixiada, me fui a La Casita de Belén e hice un descubrimiento revelador. Yo siempre me estaba preguntando por qué los bebés del hogar estaban tan sumamente gordos. Mi mente ya estaba pensando en el exceso de nutrición infantil, en el tipo de alimentación, y en otras muchas posibilidades a cuál más macabra. Entonces, desde hace unos días, vengo observando el comportamiento de los otros niños hacia los bebés. ¡Y voilá!

En nuestras casas, cuando éramos pequeños y no nos gustaba la comida -tengo que decir que eso a mí pocas veces me pasaba-, se la dábamos al perro por debajo de la mesa sin que mamá si diera cuenta. Pero en La Casita de Belén, cuando a los chicos no les gusta lo que hay o están llenos y no quieren más, lo reparten entre los bebés sin que Cristina se dé cuenta. Y no creáis que le hacen ascos... Se lo comen todo que da gusto.

Los bebés en esa casa, aparte de hiperactivos, son muy dulces. Y cuando lloran, siempre es por un motivo -aunque está claro que el hambre no es nunca uno-. El otro día Dieguito estaba llorando a moco tendido, y luego gritando, y unos minutos más tarde pataleando... Entonces investigamos y descubrimos que tenía un grano del tamaño de una taza de café en el trasero. Como se le había infectado, nos dijeron que debíamos ponerle una pomada especial al cambiarle el pañal, y yo tan contenta me dispuse a hacerlo. Pero vino otra voluntaria, y me explicó que cuando curamos a los bebés, es conveniente ponerse siempre unos guantes de látex. El motivo era que la mayoría de los niños de la casita, sobre todo los bebés, tienen SIDA.

En aquel momento no me vi la cara, pero si hubiera estado dentro de una película, hubiese sido una escena de esas en las que a la protagonista se le cae el pañal de las manos y la mirada se vuelve acuosa. Qué lástima de vidas. Qué duras son...



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