domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuestión de estilos

Después de tanto hablar de mi vida con los niños de uno y otro lado, considero necesario amenizar algo mi blog compartiendo con vosotros mis experiencias con las monchis -rezos aparte-.

Una de las cosas que más me llaman la atención de su casa, es lo limpia y organizada que está. Cada una tiene una labor asignada, y cada una hace siempre lo que mejor se le da. Pero en el tema de la cocina, la cosa cambia, y os voy a explicar por qué.

En la casa de Asunción viven cuatro monjas, y cada semana se encarga una de la comida y de la cena, para que así sólo se vean atadas a las cuestiones culinarias una vez al mes.

Cuando le toca cocinar a la hermana Rosa, que es una gallega de 73 años con un acento chipegüi-galego algo peculiar, todo es a lo grande. A pesar de que a la hora de la comida siempre comemos lo que ha habido ese día en el comedor (un día pasta y otro arroz), las monchis siempre preparan algo aparte. La hermana Rosa hace gazpacho como para 15, ensalada para otros tantos, una olla de las del comedor de calabaza al vapor, un poquito de espinacas, algún que otro postre y muchísimo zumo de lo que sea. Su estilo es una mezcla entre abuelita achuchable y ande o no ande, caballo grande. Normalmente sobra comida como para alimentar a un regimiento, y al final mi tía acaba invitando a una cantidad de gente rarísima por no tirarla a la basura. Por lo visto, después de que acabe el turno de la hermana Rosa, mi tía siempre le dice que modere las cantidades porque se pasa ocho pueblos, pero qué le vamos a hacer, ella es gallega -y yo encantada, porque su arroz con leche es como para morirse ahí mismo y resucitar para volver a empezar-.

Mi siguiente candidata a los estilos culinarios es la hermana Andresa, paraguaya de nacimiento, y la pipiola de las hermanas. Con sus tan sólo 40 añitos de edad, lo cocina todo a base de hojaldre. Me explico: si hace un revuelto de calabaza (que tiene una pinta estupenda), ella la convierte en el relleno de una empanada, que después hornea, y nos pone calentita en la mesa. Si lo que elige para esa noche son verduritas al vapor, las convierte en el relleno de empanadillas. Y si hace filetes de ternera, los trocea, y los envuelve en hojaldre para convertirlos también en empanadas. No sé si es porque los paraguayos tienen el síndrome del hay que alimentarse por si acaso, pero desde luego que la hermana Andresa sería feliz envuelta en masa de empanadilla.

La hermana Esther, la siguiente, es... cómo decirlo... la más gordita. Y eso también se nota cuando cocina. En su estilo predominan los fritos y la bechamel. Todo está frito y aderezado con bechamel por encima. No se salvan ni unos míseros huevos duros. Ella tiene una percepción algo extraña de la alimentación, y se basa en dos principios básicos: si es verde no me gusta y si no hay carne en el plato no he comido. Por lo tanto, basándonos en ambos preceptos, os podéis imaginar que aparte del conjunto hipercalórico que nos metemos para el cuerpo en esa semanita, abunda el cerdo y el buey. Vamos, lo ideal para una dieta.

Y por último, me queda mi querida tiísima. Ella en sí misma no tiene estilo más que hazlo rápido. Y por si eso fuera poco, ella tampoco se salva del Mal Mingo: mi padre atina bastante cuando dice que los Mingo viven en el futuro, y cuánta razón tiene. Por ejemplo, esta mañana -que le tocaba cocinar a ella- ha empezado a hacer la cena antes que la comida, y cuando se ha dado cuenta se ha tirado de risa ella sola y como si se estuviese reprendiendo, ha cambiado de labor rápidamente, y se ha convertido en una especie de torbellido semitransparentoso imposible de seguir. Corría a la despensa -corría de verdad-, sacaba un bote de orégano más grande que ella, ponía el fuego, colocaba la olla, con la otra mano amasaba un mejunje extraño que ha acabado convirtiendo en una tarta en menos de dos minutos. A todo esto removía la mermelada con la mano izquierda, mientras probaba la ricota y se abrasaba la lengua. Volvía a correr a beber agua y en menos de medio parpadeo se ha colocado un martillo en la mano para clavar bien un cuadro en la pared. Se ha vuelto a poner el delantal, me ha servido un vaso de suero ¡y me lo ha metido ella misma en la boca! Luego ha seguido corriendo por toda la casa haciendo cosas varias, y yo me he estresado tanto que me he retirado discretamente y la he dejado hacer. Dios santo, pero qué agobio...

Cada una de las hermanas tiene su estilo, y supongo que cada una se centra en lo que más le gusta. Andresa dice que cuando cocinan las españolas se come a base de patata, y la verdad es que tiene bastante razón, aunque a mí, por mucho que se esfuercen en hacerme cosas ricas, tengo que reconocerlo: lo que más me gusta, como siempre, es el pan.



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