Antes de empezar a contaros, me gustaría dedicarle unas líneas a la Señora Ministra de la Niñez, que hoy se ha acercado hasta nuestro querido comedor a conocer la obra de las hermanas. Con cara de entre asco y compasión, se ha colocado en un lugar estratégico para la modulación de su voz. Los niños aún estaban terminando de comer, y mirando hacia el infinito, ha comenzado su discurso diciendo algo así como queridos niños: soy la Ministra de la Niñez, y estoy aquí para encargarme de defender vuestros derechos legales, porque para eso opté por labrarme una carrera política... Bla, bla, bla.
No logro entender cuáles eran las verdaderas intenciones de la pobre señora, pero desde luego que ni uno solo de los chicos entendió una palabra de lo que decía. Ellos a su plato de arroz, y lo demás son tonterías. Y tampoco entiendo cómo es posible que un político vaya a una de sus dependencias, mire con cara de asco a todos los niños, y evite tocar nada por si las moscas. Podría ser un prejuicio, pero no lo es. Me da lástima esa mujer, porque en el fondo no comprende lo que se hace aquí. No lo puede entender. Y por eso es muy probable que no llegue a ser nunca una buena ministra. Y por la misma razón es muy posible que no sea feliz desarrollando su trabajo...
Aparte del tema político paraguayo, tengo una buena noticia. Esta tarde por fin fui a conocer La Casita de Belén, que es el nuevo lugar en el que haré voluntariado por las tardes. La responsable se llama Cristina, y es como la madre del lugar. Se trata de un centro de acogida para 30 niños abandonados. La casa es una auténtica monada, y fue formada por el Padre Aldo, que es un cura italiano que pertenece al movimiento católico Comunión y Liberación. Aunque esta historia la dejaré para otro día...
Ahora mismo hay allí cuatro voluntarios, tres de ellos italianos, y una monjita argentina que habla así muy ché boludo. He tenido el honor de conocer a todos los niños que residen actualmente en el hogar, y son una auténtica delicia. Empiezo mañana, y ya estoy deseando ir. Realmente merece la pena.
Por último, me gustaría contar una anécdota. Desde el momento en que he llegado esta tarde a La Casita de Belén, he sentido muchísima afinidad con una de las voluntarias italianas. Quizá sólo porque es europea, y me hago una idea de lo que siente al estar aquí y viceversa. Ella llegó a Asunción un par de días antes que yo, así que sufre el calor igual que yo, vive la pobreza igual que yo, y llora con los dramas igual que yo. Se podría decir que estamos pasando por las fases a la vez, y eso me da cierta tranquilidad. Cuando ya he salido del cole con mi tía, me ha contado que esta chica, la que a mí me daba muy buena espina, es un poco especial. Yo le he preguntado por qué, y se ha limitado a responder que es una persona algo depresiva, y que debía tener cuidado en la forma en que la trataba porque esas personas son mucho más difíciles. No sé si son los prejuicios, o simplemente que aquí esos problemas no existen -están muy ocupados centrándose en engordarse y en no morirse de calor-, pero no creo que haya que tratar a mi nueva futura amiga de un modo especial, ni mucho menos temer a cada instante por las palabras que yo pueda decir. Todo el mundo que viene acá busca algo. Yo no sé qué ha movido a esta chica a venir, pero lo que es seguro es que va a encontrar lo mismo que yo, o al menos, eso espero.
Quizá más adelante os pueda decir algo más... Y también siga desentramando cuáles son los problemas por aquí porque los de allá ya los conozco...
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