viernes, 20 de noviembre de 2009

Historia de un autobús

Coger el autobús aquí es toda una aventura, y el que diga lo contrario está mintiendo. Voy a explicaros el proceso por partes, porque de verdad que no tiene desperdicio.

En primer lugar, sales de tu casa. La primera reacción es perder las ganas de salir, fingir enfermedad mortal contagiosa, y no salir nunca más a la calle del puritito calor asfixiante. Pero te tienes que ir, así que te encaminas hacia la calle por la que intuyes que pasará el autobús. Una vez ubicada, buscas una sombra, y esperas. Aquí las paradas no existen, sólo las sombras, que hacen de guía. Y da igual si el colectivo tiene que parar dos veces o dos millones, porque tú levantas la mano, como saludando al conductor, y él -si te ve y no va distraído-, estaciona dos segundos para que tú te subas.

Pero si vas acompañado, la cosa cambia. Durante el rato que estás en la sombra-parada nadie habla, porque coger el autobús es todo un acontecimiento. Ves que se acerca uno a lo lejos, y desde que está a 100 metros de ti ya pones los ojos chinos intentando descifrar el número de línea, pero tus intentos se ven reducidos a la nada cuando compruebas que sólo podrás averiguarlo cuando lo tengas justo delante. Y si hablas con tu compañero, no te centras, no te mueves como si te hubiese picado una avispa, y por consiguiente corres el riesgo de perderlo.

Porque esa es otra: no hay horarios. Tú le preguntas a alguien como si fuese lo más normal: ¿y a qué hora pasa el bus? Y te contestan con cara de asombro: ¿Cómo que a qué hora? Tú ya te empiezas a mosquear -Sí, el horario-. Entonces suena una carcajada generalizada, y te das cuenta de que ni hay paradas ni hay horarios. Si tienes suerte te montas, y sino, pues a esperar más en la sombra.

Entonces, suponiendo que todo ha salido a la perfección y que ya te has subido al dichoso autobús, tienes que pagar al conductor el billete, que son 2.100 guaraníes -unos 40 céntimos-, y no os hagáis ilusiones, que no hay bonobús, ni abono transportes, ni ticket de 10 pases, ni de ida y vuelta ni nada que se le parezca a cualquier objeto que facilite la dificultosa labor de coger el colectivo. Entonces tú, que te has convertido en coleccionista oficial de monedas para el autobús, sueltas un lastre que ya habías preparado previamente, y que ahora está sudado después de esperar media hora en la sombra-parada.

Bueno, esto parece que ya está encauzado. Ya casi te sientes en tu destino, cuando el conductor te da un trozo de papel diminuto en el que sólo pone en letras minúsculas: éste es su seguro de viaje. Claro, que con el aspecto prehistórico que tienen los autobuses no te extraña que haga falta un seguro...

Después de un par de días cogiendo el mismo autobús, sabes que debes sentarte en el lado de la izquierda porque no da tanto el sol a esa hora, aunque aún así el calor es aplastante. En ese momento ves un termómetro por la calle. 47ºC. ¡Dios Santo, en este país la gente debe morir de asfixia por lo menos! Pero no, no todo ha acabado aquí.

Resulta que cuando estás sentada (si has tenido suerte y has encontrado un hueco libre), entran varios hombres, mujeres y niños a venderte de todo. Hay varios modelos: el niño que canta, la madre que explota a su bebé desnutrido, el hombrecillo estrambótico que te vende de todo por el módico precio de..., el que vende coca-cola, o chipa, o pan, o galletas, o zumos, o cualquier cosa que pueda ser vendida.

A todo esto llevas ya 40 minutos ahí metida, con los 47º, toda la ciudad hacinada en el mismo autobús, un olor medio putrefacto a diferentes comidas y restos por el suelo, un niño que ha vomitado mientras su madre le daba de mamar... Un espectáculo.

Miras el reloj, te asomas por la ventana. ¡Dios Santo, pero si me tengo que bajar ya! Entonces sales corriendo de tu asiento con mucho cuidado, te agarras a todo lo que puedes para no caerte -sí, ya me ha pasado dos veces-, y tocas una campana que hay al final del autobús que avisa al conductor de que te quieres bajar. Y con el coche aún en marcha, como a 7 u 8 km. por hora, debes saltar rápido para no caer como una pelota...

¡Está claro que las pelis del Oeste se inspiraron en los colectivos de Asunción para sus guiones!



1 comentario:

Miss_Cultura dijo...

jajajaja Espe¡¡¡¡
imaginate las combis de Peru jejejeje
muaksss

pero te acostumbraras