Cada día que pasa descubro algo nuevo, y desde luego que hoy no iba a ser una excepción...
Cuando por la tarde me he ido a La Casita de Belén, sin saber muy bien cómo ni por qué, me he ido enterando de la mayoría de las historias de los niños, una por una. La verdad es que algunas de ellas impactan mucho, empezando por el increíble dato de que el 80% de los chicos están allí porque sus padres abusaban de ellos -de ahí que la mayoría sean niñas-. Dos de ellas, que son hermanas, han sufrido de tal forma, que han desarrollado sendas enfermedades psicológicas postraumáticas que les generan diferentes trastornos y les impiden confiar en cualquier adulto. ¡Es lamentable!
Pero cuando les toca el turno a los bebés, la cosa cambia. Ya comenté el otro día que los pequeñajos tienen todos SIDA, pero es que la cosa no acaba ahí. Jorge, que es listísimo, es el que tiene la enfermedad más avanzada, y los médicos no le dan más de 7 años de vida. Haciendo una sencilla resta, concluimos que sólo le quedan 5. Entonces le miras, después de que te cuenten la historia, y como que todo lo demás deja de ser importante de repente.
Luego está Camila. Su madre murió con 19 años de SIDA hace unos 5 meses. Era madre soltera, huérfana y sin hermanos. El padre Aldo se quedó con la custodia de la niña y desde entonces está en La Casita bajo los atentos cuidados de Cristina.
Por otro lado os puedo contar la historia de Rosita, que tiene una malformación en la cabeza, y apareció un día en una cuna en la puerta de la parroquia. Nadie sabe quiénes son sus padres, pero desde luego habían visto muchas películas para hacer semejante americanada -prefiero usar esa palabra para no entrar en temas prejuiciosos-.
Las vidas de Nelson y Diego son muy similares. Ambos fueros encontrados en un contenedor de basura, sólo que Diego hace un año y Nelson la semana pasada. Los dos estaban a punto de morir de desnutrición, y su falta de cariño se hace latente cada vez que pasas por delante de ellos. Reclaman tu atención a gritos, y siempre quieren estar en brazos. Gracias a Dios ahora están mejor, aunque después de hacer un simple análisis, confirmaron lo que es habitual entre estos chicos: tienen SIDA.
Hay otros que simplemente son hijos de madres adolescentes, que no se sienten capacitadas para mantener a sus bebés y les dejan allí nada más dar a luz con la esperanza de ofrecerles algo mejor. Estos son los que tienen más suerte, porque la madre casi siempre vuelva a por ellos cuando encuentra un trabajo y una pareja estable.
Y por último me queda Óscar. Está allí porque los servicios sociales detectaron algo raro en el comportamiento de sus padres, y tras varias investigaciones y alguna que otra revisión médica, descubrieron que tenía el ano desgarrado debido a los múltiples abusos que había sufrido a manos tanto del padre como de la madre (¡eso es aún más alucinante!), que eran toxicómanos y alcohólicos. El niño estaba desnutrido y no dudéis de que también tiene SIDA. Ahora mismo el padre está desaparecido del mapa, y la madre quiere recuperar la custodia del niño. Aparentemente tiene todas las de ganar, y Cristina está luchando con uñas y dientes para que eso no ocurra. El juicio es el mes que viene, ya os iré contando cómo va...
La vida de estos pobres chicos es lamentable. Muchos de ellos mueren de SIDA, de hambre, atropellados, de parto, violados, maltratados, a botellazo limpio, ahogados en el río... Cada día las historias se vuelven más truculentas. A veces hasta me da miedo seguir sabiendo... A veces me gustaría no estar aquí.
1 comentario:
Espe... una vez más, me has dejado sin aire.
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